miércoles, 15 de abril de 2020

El poder de la palabra vacía. Carlos Márquez*

Hemos resistido decididamente veinte años de Internet, algunos más, dependiendo de su posición en relación con la tecnología disponible y sus disposiciones subjetivas a favor de lo nuevo. Hemos resistido a la carta que no hay que esperar porque llega de inmediato, eliminando la molesta expectación del deseo. Hemos resistido la maravillosa manera que tienen las redes sociales de hacernos sentir que estamos estableciendo vínculos sociales sin cuerpo, con gente que muy bien podría estar muerta.

Hemos resistido la familia de las videollamadas y las teleconferencias, usándolas irónicamente, sin ceder en el acontecimiento absoluto que para nosotros constituye el apretón de manos del inicio de la sesión, la atención de los colegas que escuchan la presentación de un caso o la noche de la fiesta de un congreso, los encuentros semanales, a veces diarios, en el local donde se reúne la escuela. Y las usamos de manera irónica, ahora es evidente, porque en cada "encuentro virtual" cuando no podemos estar presentes o cuando la escuela debe usarlos, la enunciación que lo soporta y que lo hace soportable, es el intenso deseo del próximo encuentro que está en el porvenir y que cierra con determinación la puerta de la esperanza con la certidumbre de que lo que se obtiene con la presencia es irremplazable.

Es por eso que tal vez este sea el momento más oscuro del discurso psicoanalítico, probablemente más oscuro que cuando Jung fuera entronizado en el Instituto Göring, construido sobre los despojos del Instituto Psicoanalítico de Berlín, con ese puñado de quislings buenistas que querían mantener a toda costa lo que fuera que creyeran que estaban haciendo.

Pero así como los virus no están apenas vivos, no constituyen en sí mismos apenas un problema. El problema es el discurso en medio del cual entran en la historia. Este virus es el alivio que necesitaban los dispositivos globalizantes para volver a encausarse luego de dos décadas de resistencias populistas y nacionalistas en las más altas esferas de las economías nodales. También es una oportunidad para que la educación se arroje a la digitalización permanente que el mercado le está pidiendo desde hace un tiempo. Los maestros se encontrarán con el límite de ese proceso más pronto que tarde, su vocación pastoral hace que el cuerpo que hay que amaestrar esté en presencia, aunque eso suponga tener que vérselas - mal - con la transferencia. 

Gobernar globalmente, educar digitalmente, ¿psicoanalizar...?

De las tres profesiones imposibles, la nuestra es la que queda entre paréntesis en medio de la emergencia sanitaria, en primer lugar por el hecho de que los cuerpos no pueden encontrarse ni en los congresos, ni en las escuelas, ni en los consultorios. Esto pasará más pronto que tarde, pero la actual suspensión nos revela la debilidad de nuestro discurso, tan dependiente de la condición absoluta del encuentro entre los cuerpos, haciendo honor a los amantes que siempre han sabido ridiculizar la práctica del amor a distancia. Hay que esperar para volver a psicoanalizar y para volver a formarse y en esa espera se medirá la fuerza de nuestro discurso y si en verdad está dispuesto a ocupar su lugar entre las funciones principales de la cultura haciendo obstáculo a la digitalización y a la globalización absoluta de la vida.

Pero en segundo lugar y tal vez la razón más fundamental del paréntesis, es porque un solo objeto aparenta ocupar para todos el lugar de la causa del sufrimiento. El virus oscurece la singularidad del tropiezo, pero sabemos que eso no durará. "Coronavirus" como significante amo ya está dando paso a la singularización del sufrimiento y se declina en innumerables maneras de repetir, de traumatizarse, de responder. Esta singularización del estilo de sufrir de un cuerpo constituye el verdadero motor de la certidumbre de que lo que hacemos no puede sustituirse de manera indiscriminada por cualquier psicoterapia en línea, ni por las maniobras antiangustia que nos vemos compelidos a llevar a cabo mientras dura el aislamiento en el que nos encontramos, por ahora al menos, dos tercios de la especie. El estilo de sufrir cada uno de su cuerpo, más allá de los tipos clínicos, es el precursor de la modificación duradera que el psicoanálisis está llamado a operar.

Desde Descartes la ciencia se postuló como el relevo del discurso del amo, aunque eso no funcionara de manera masiva hasta el siglo XIX, en parte porque el amo con su impostura estructural toma cada vez de mala gana aquello que lo hace captarse como no-uno, como necesitando de otro discurso. Por ello asistimos también al momento de la venganza de los científicos frente a las fake news, los antivacunas y los tierraplanistas que tienen tiempo autorizándose a decir estupideces, aupados por los políticos, frente al trabajo sistemático que cada científico realiza para servir mejor a ese amo que trata de desembarazarse de ellos en la menor oportunidad, aunque a estas alturas eso sea rigurosamente imposible.

Como el amo hasta ahora ha sido incapaz de captar que en esa mutación está el porvenir de su discurso, es también el momento del "te lo dije" de los dispositivos globalizantes, pues muchos de ellos fueron abandonados y debilitados hasta desde el punto de vista presupuestario luego de lo que parecía ser su triunfo definitivo con el final de la guerra fría.

Entre estos titanes nos encontramos nosotros, recogiendo lo que cae de sus batallas, esperando pacientemente la grieta que siempre se revela en el poder de la palabra plena de sentido, pero vacía de cuerpo.

*Miembro de la NEL y la AMP en Bogotá

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