sábado, 2 de mayo de 2020

¿Qué lugar para el ser hablante en tiempos de pandemia? Beatriz García Moreno*


La pregunta ¿qué lugar para el ser hablante en tiempos de la pandemia? Surge en estos tiempos dominados por los discursos de la salud y de los gobiernos en ejercicio en los cuales parece darse un taponamiento por parte del sujeto humanidad, visto en la dimensión de universal que representa a la especie humana, del ser hablante definido por el Uno que lo hace singular como lo propone el psicoanálisis.

De un lado, la humanidad se enfrenta a un real de la naturaleza que aparece de pronto, del cual aún no conocemos su ley, pero se espera que los científicos, que hacen parte de esa humanidad, la encuentren y elaboren una vacuna que impida el contagio. Los gobiernos a su vez, para defenderse de ese real que se presenta como un enemigo que hace tambalear su estructura, y apoyados en la autoridad del saber de los comités científicos, llaman a los sujetos a acogerse a la consigna de salvar vidas, a tomar una posición de defensa en el confinamiento de los espacios individuales, y les piden que acepten lo que se impone como norma, pues entre todos debemos salvar a la especie humana de la amenaza de muerte que se ha instalado, sin un límite preciso de tiempo que indique que algún día se irá.

De otro lado está el parlêtre que, como ser de lenguaje, es parte de la humanidad, y que, por lo tanto, está enfrentado a tal enemigo, pero con la característica que le confiere el estar causado, cada uno, por un significante Uno que hizo agujero en su cuerpo confiriéndole su propio real, y su propia singularidad. Un real que muchas veces irrumpe y le impide someterse a la ley que pretende ser para todos.

Todos al servicio de la humanidad se impone como consigna. La solidaridad entre unos y otros debe prevalecer. El sujeto se conmueve por el otro-semejante, con el que se identifica: él, su familia, sus amigos pueden contagiarse y morir; no hay camas suficientes, no hay cementerios para enterrarlos. Comentan que el 70 % nos contagiaremos, “¿cuándo será mi turno?”, se pregunta. Su ser está en peligro, los semblantes que parecían sostenerlo están caídos, hay un Otro en ruinas, dice Laurent. “El único reducto que le queda a cada sujeto es sentirse parte de la humanidad”, parece repetir el coro.

Entonces, todos debemos someternos a las leyes surgidas bajo el asesoramiento de los comités que dictaminan el camino a seguir, aunque el dictamen esté lleno de oscuridad. Es una posición ética, un compromiso social y así lo aceptamos, más allá de que estas normas exijan grandes y diferentes constreñimientos para cada parlêtre que se ve compelido a soportar, como dice Bassols, el tiempo que requieren los científicos para realizar la vacuna, el tiempo de encierro para no contaminar a otro, el tiempo que requieren las instituciones de salud para contar con los elementos necesarios para atender de la mejor manera, a los contagiados y el tiempo de la enfermedad, que a veces es asintomática, pero que se desarrolla en un tiempo lógico.

Cada uno, desde su singularidad asume el confinamiento, trata de llevarlo de algún modo, de habitar el espacio de que dispone como puede, apoyado, de ser posible, en los dispositivos que le brinda la tecnología de la época, para hacer un lazo con el otro. Pero lo insoportable parece que tampoco se acalla allí. El espacio en el que se recluye que parece lo más familiar, se puede tornar no familiar y siniestro, como lo advertía Freud, debido al despliegue del goce singular de los cuerpos que puede invadir dicho espacio y señalar la imposibilidad de la relación sexual. El semblante de lo familiar cae, no se sostiene. Los unos de goce aparecen como éxtimos en la soledad que los constituye, convirtiendo a los más cercanos en extraños.

El ojo absoluto llena todos los ambientes. El imperio del control y la mirada se instituyen apoyados en las tecnologías más recientes, que, a modo de prótesis, sirven de soporte a las expectativas de control de las instituciones gubernamentales y de salud. Exceso de mirada, invasión de la intimidad, desaparición del sujeto en pro de la ética de defender a la humanidad. Cada ser hablante enfrentado al impasse de la ciencia, a la confirmación de que todo es semblante, enfrentado a lo real imposible de soportar, expuesto a un gozador despiadado que nadie logra detener, a su propio real, que irrumpe en afectos y pasiones; en palabras de Laurent, en “angustia, esperanza, amor, odio, locura y debilidad mental”.

En medio de este panorama el psicoanálisis vislumbra un reducto de libertad para el parlêtre, un espacio al que la ley de la ciudad y la ley de la ciencia no llegan; el espacio del Uno solo, que al estar desalojado de los semblantes que lo taponan, se ofrece a cada uno en lo que tiene de agujero a bordear mediante una invención a partir de eso singular que sigue ahí.

Referencias:
Arenas, Gerardo (2010). En busca de lo singular. Buenos Aires: Grama.
Bassols, Miquel. “La ley de la naturaleza y lo real sin ley”. http://miquelbassols.blogspot.com/2020/03/la-ley-de-la-naturaleza-y-lo-real-sin.html, abril 2020.
Laurent, Eric. “El Otro que no Existe y sus comités científicos”, Lacan Cuotidiano, abril 2020. Lacan Quotidien Nº 874 - Jeudi 19 mars 2020
Wajcman, Gérard (2011). El ojo absoluto. Buenos Aires: Manantial.


Miembro de la AMP y de la NEL-Bogotá

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