Lizbeth Ahumada Yanet
Guillermo Bustamante Zamudio
Desde los comienzos de su enseñanza, Lacan entiende que las
categorías de imaginario, simbólico y real pueden ordenar el pensamiento
freudiano y revertir la caída hacia una clínica marcada por el enseñoramiento
del yo. Particularmente en el Seminario 2
(“El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica”), hace una
discusión muy interesante para posicionar una versión rigurosa del registro
simbólico, con el fin de ubicar de manera precisa —es decir, de cara a lo que
se puede conceptualizar en ese momento— lo imaginario.
En ese contexto, en el que tiene interlocutores de la talla
de Koyré o Hyppolite, dicta una conferencia llamada “Psicoanálisis y
cibernética”, que podemos ubicar en línea directa con la temática propuesta por
J.-A. Miller para el próximo Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Ahora que tenemos la edición de las conferencias de Lacan en una colección
especial, podría parecer extraño que se incluya una conferencia en el
Seminario. La razón es que, si bien se dirige a un público convocado para una
serie de conferencias de las que ésta hace parte, la conferencia tiene un lugar
preciso en el marco del seminario: la sesión anterior la prepara, de cierta
manera, según él mismo comenta al comienzo de la sesión siguiente.
Un par de datos sobre esa conferencia nos parece que podrían
ser alicientes para retomar esa lectura de 1955:
… la tensión entre azar y determinismo, que va a ser uno de
los puntos en relación con los cuales se van a producir las grandes escansiones
de lo real de las que nos habla J.-A. Miller, tanto del lado de la caída de la
intención humana en tanto sostén del orden real, como del lado de la aparición
de una dimensión estocástica de lo real.
… la idea de que lo real es lo que volvemos a encontrar en
el mismo lugar, hayamos estado ahí o no. Certeza que ha asistido a todas las culturas
y a todos los sujetos: cosa que se aclara en la medida en que circula una idea
pueril según la cual en algún momento la humanidad —o, a su turno, el niño—
habría vivido en un mundo antropomórfico del que esperaba respuestas humanas. “El
hombre anterior a las ciencias exactas pensaba cabalmente, como nosotros, que lo
real es lo que volvemos a encontrar en el punto debido”. Con todo, a esta
cabalidad no podemos preguntarle por sus algoritmos, por su justeza
epistemológica, pues se trataba de otra cosa. Hubo embarcaciones antes del principio
de Arquímedes.
… el paso del hombre, de oficiante de la naturaleza, a “oficioso”
de ella (ese es el orden de la ciencia,
según Lacan), en una lógica que vemos luego en la teoría de los 4 discursos: el
esclavo hace caer a su amo bajo su dependencia, sirviéndole bien; de ahí a “torturar”
la naturaleza para hacerle revelar los secretos, hay solo un paso. Hoy nos
parece una conducta sensata lo que antes era considerado una trasgresión.
Inclinar el telescopio del horizonte (para anticipar la llegada de los barcos) hacia
las estrellas (para “estudiarlas”) requirió todo un giro cultural: no fue
sencillamente un asunto de grados.
… los instrumentos entendidos como teorías encarnadas y, en
consecuencia (muy de la mano de Koyré) no como intermediarios entre lo real y
la teoría, como intenta hacernos ver cierta epistemología de manual.
… la sorprendente epopeya de introducir un juego simbólico, “unas
cuantas letritas”, “un paquetito de fórmulas” (las de Newton y de Einstein) que,
según Lacan en ese momento, poco tiene que ver con lo real.
… la aparición —con Pascal— del cálculo de probabilidades como el cálculo del encuentro en sí mismo: “la ciencia de lo que vuelve a encontrarse en el mismo lugar es sustituida por la ciencia de la combinación de los lugares como tales. Es en este punto donde Lacan traerá su idea de lo simbólico para explicar la cibernética y para diferenciar claramente entre el lenguaje y la palabra [parole que, en lingüística es traducida como ‘habla’] y darle así al psicoanálisis un lugar sólido para defender la clínica inventada por Freud.