Clara Ma. Holguín
Freud se ve llevado a teorizar la existencia de una
sexualidad infantil y para ello produce el texto Tres ensayos sobre una teoría sexual. Se trata de rastrear la
presencia de satisfacciones sexuales desde la más temprana infancia en cualquier
niño.
En un primer momento (primer ensayo) trabaja el “Desmontaje de la sexualidad” con relación a
la genitalidad a partir de: a) Desviación respecto al objeto: objeto sexual no
es natural. No hay interés natural por un objeto determinado, puede ser del mismo
sexo u otro. b) Desviación respecto al
fin: el fin planteado como la unión de las partes sexuales de personas de
distinto sexo, no es siempre así, con lo cual la genitalidad y la pulsión se
excluyen. Aparecen, entonces, las perversiones y los fines sexuales
preliminares.
En un segundo momento, va a construir el concepto de
pulsión: la sexualidad como pulsión.
Sexualidad
infantil (segundo ensayo)
La sexualidad articulada a lo infantil es la novedad
de este texto. Esta articulación pone el énfasis en entender qué es lo
infantil. Su interés, más allá de la opinión popular, está puesto, no en la
sexualidad de los niños, sino en ubicar con la sexualidad infantil el origen
mismo de la pulsión sexual. Quiere insistir en que se trata del origen, es decir
de la constitución de la pulsión.
Tres puntos a considerar: a) Sexualidad como pulsión. b)
La pulsión no es sin amnesia, fenómeno psíquico que hasta el momento había sido
sustraído de cualquier explicación. b) Conformación de la pulsión y ganancia de
placer.
Primer punto. Entonces, al contrario de
lo que se ha creído (curiosidades o ejemplos de corrupción), la sexualidad
infantil implica la pulsión, con carácter de LEY: nadie escapa a la sexualidad infantil, la pulsión sexual tiene el
carácter de una ley.
Al introducir el tema de la pulsión, se introduce el
cuerpo; un cuerpo, en primer lugar, habitado por el lenguaje, lo que quiere
decir que no se obedece a un saber natural. Un saber natural es lo equivalente
al instinto, y Freud hace precisamente la distinción entre instinto y pulsión.
No tenemos un plan de conducta como el animal (instinto) y, como no nacemos con este plan, tenemos que
hacerlo, como diría Kant. Este plan, este programa se da por la relación con el
Otro de los cuidados, plan que será imperativo y categórico.
La pulsión se diferencia de todo aquello que está
implicado en la problemática del instinto. El instinto tiene un saber. ¿Qué
sabe? Sabe acerca de cierta programación de la que dispone cada especie para
poder sobrevivir como tal, y en virtud de la cual cada individuo de dicha
especie puede perdurar… además de hacer perdurar la especie, mediante la
descendencia. El instinto animal apunta a la prolongación, a la conservación de
la vida, de ahí que sea una ironía (o un oxímoron) hablar posteriormente de
“instinto de muerte”.
Para Freud, no se trata de instinto, sino de pulsión y, con ello, está introduciendo
una diferencia en el centro del programa del sujeto humano; es decir: por una
parte, no hay un objeto fijo y, por el otro, hay una fuerza que es imposible
detener. El animal se halla del lado del saber natural, válido para la especie,
que le dice qué hacer sin necesidad de saberlo (eso, por supuesto, cambia
respecto a los animales domésticos: el animal de compañía ha pasado a tener un
vinculo privilegiado con el Otro e, incluso, sabemos que empiezan a padecer una
serie de trastornos: perras con falsos embarazos… o incluso hoy no sabemos qué
comen los animales: cada uno come algo distinto… se ve la perversión, en el
sentido en que se orientan por el deseo del Otro).
Segundo punto. ¿Por qué
hay amnesia infantil?, ¿a qué se debe que no recordemos nada?... Solo quedan jirones incompresibles, dice
Freud. En la mayoría de los seres humanos, la amnesia cubre los primeros años
de la infancia, no todos, cuestión –dice–, que debería asombrarnos.
Cada vez que encontremos síntomas (neuróticos), señala
Freud, hay que articular cierta cuota de amnesia, lo que plantea, de entrada,
su conexión con los recuerdos encubridores: hay una conexión encubierta como
recuerdo con esta amnesia. Dice que lo olvidado deja huellas que son
determinantes.
No hay una desaparición real de las impresiones
infantiles, sino que pone en juego el mecanismo de la represión. ¿Qué fuerzas
provocan la represión de las impresiones infantiles? Quien solucione este
enigma –señala Freud– habrá, al mismo tiempo, esclarecido la amnesia histérica,
la cual depende de la represión, pero sobre todo de la existencia de la amnesia
infantil. Esto permite señalar la articulación entre la neurosis y lo infantil,
es decir, que la sexualidad de los neuróticos conserva el estado infantil, o al
menos debe ser remitido a él. Es lo que
llamamos un “infantilismo de la sexualidad”, por lo tanto, la amnesia infantil
tiene relación con las pulsiones. Entonces, sin
amnesia infantil no habría histérica, no habría síntomas histéricos.
La amnesia histérica supone –dice Freud– un “acervo de
huellas mnémicas que se han sustraído a su asequibilidad consciente y que
mediante ligazón asociativa, arrastran hacía sí aquello sobre lo cual actúan,
desde la conciencia, las fuerzas repulsoras de la represión”. Entonces,
diríamos en términos posteriores: no es posible entender la represión histérica
sin esa atracción que ejerce lo primordialmente reprimido. Hay un valor estructural en esta amnesia infantil, que tiene que ver
con la pulsión, es decir con la inscripción y con lo que no se puede ligar.
Entonces, podremos ubicar a partir de la amnesia un
tema de suma importancia, que solo va a terminar de desarrollar al final de su
enseñanza: inscripción de un
representante, que además de atraer, no vuelve en la represión secundaria,
queda excluido. Pero, por otro lado, que esta represión deja un resto, que es
lo que Freud llama en este momento fijación de la pulsión. Se trata de un
representante de la represión primaria que se excluye de la cadena y, en ese
sentido, marca en el campo de los representantes uno que falta (ombligo del
sueño), es un resto que no retorna, hay un punto negativo, de ausencia en el
campo de las representaciones, de los significantes.
Cuando Freud, entonces, se pregunta por las fuerzas
que reprimen las impresiones infantiles, deja planteado todo un programa de
trabajo que se orienta a partir del olvido (amnesias infantiles) como estructurante,
pero responde con límites, que tienen que ver con este olvido: pudor, asco,
concepciones morales y estéticas, que llevarían a reprimir o a olvidar esas
sensaciones con cierta cuota de displacer. Encontramos aquí las inhibiciones
sexuales y las formaciones reactivas.
Tercer punto. Conformación originaria de la pulsión: Freud plantea, entonces,
una ruptura (durante lo que llama “periodo de latencia”) en la conformación
originaria de la pulsión sexual; así, señala por un lado, lo originario
(confrontación originaria) de la pulsión, es decir que la pulsión no es innata,
tiene un origen simbólico y, en ese sentido, no es independiente de la
presencia del Otro del cuidado. Hay relación con el Otro y es en esta relación
donde se “conforma”.
El primer ejemplo que toma son las exteriorizaciones
de la sexualidad infantil: la succión. Señala que el chupeteo no tiene como
finalidad incorporar ningún alimento: “la acción de mamar con fruición cautiva
por entero la atención y lleva al adormecimiento o incluso a una reacción motriz
en una suerte de orgasmo” (163), incluso –agreguemos– antes del chupeteo. Esto
quiere decir que hablamos de un despegue radical de la sexualidad como
genitalidad. Lo sexual, el acto sexual no es lo genital: el chupeteo produce
placer, hay una ganancia de placer, característica de la sexualidad infantil.
Ganancia que no tiene que ver con la necesidad, más bien, decimos es un exceso
respecto de ésta. Es lo que Freud empieza a nombrar como libido, dando cuenta
de algo que va más allá de lo homeostático (que, con Lacan, llamamos goce). Son, como dice Freud, actividades
auto-eróticas (relación con el propio cuerpo).
Tenemos, entonces, una actividad sexual infantil que
se apuntala sobre una función fisiológica básica: la alimentación; sin embargo,
Freud se pregunta qué es primero: la función fisiológica o la succión como
libido, como exceso. Más adelante, Freud no apuntalará la pulsión a lo
fisiológico; de ahí, que hable de pulsión
oral: función del orgasmo en la función de la mamada.
Tenemos pues como
ejemplo princeps la boca y el chupeteo. El bebé, al principio, llora
porque tiene hambre, el niño chupetea esperando obtener el objeto que calme su
necesidad –o sea, la comida– pero, poco a poco, empezará a llorar simplemente
para conseguir el chupete. La boca adquiere una nueva función: a la innata,
vinculada a la necesidad del hambre y su satisfacción, sumará una nueva, vinculada a una satisfacción inútil,
inexplicable, cuyo motor no es la necesidad, sino lo que Freud llamó pulsión. El chupete puede estar viejo, pegajoso,
la boca puede haber adquirido cierta deformación, pero el niño sigue reclamando
su satisfacción inútil.
Se produce lo que llamamos actividades auto-eróticas: la
sexualidad infantil, como succión, produce satisfacción por la excitación
apropiada a la zona erógena. “Tal como ocurre en el caso del chupeteo,
cualquier otro sector del cuerpo puede ser dotado de la excitabilidad de los
genitales y elevarse a la condición de zona erógena. Las zonas erógenas e
histerógenas exhiben los mismos caracteres” (167). Sobre el cuerpo del niño se
van determinando ciertas zonas como privilegiadas para obtener un placer que va
más allá de cualquier necesidad. Este plus de satisfacción (inútil e independiente
de la necesidad) es lo que Freud llama propiamente sexualidad.
Características que introduce Freud de la sexualidad
infantil, de la pulsión son: 1) se apuntala en una función corporal importante
para la vida. Pero Freud muestra que la necesidad de repetir la satisfacción
sexual se divorcia de la necesidad de buscar alimento. 2) No conoce el objeto
sexual, es auto-erótico. 3) Su meta se encuentra bajo el imperio de una zona
erógena.
Así, el cuerpo ya no es orgánico, sino libidinal. Y
vemos cómo el Otro es Importante en la conformación del cuerpo. El Otro es
soporte, se lo necesita.
Ganancia de placer: “que no es escape”. Esta expresión es importante porque pone en
juego lo que está implícito en la ganancia y es la pérdida (la satisfacción es
una experiencia de pérdida) (169).
Freud transforma el concepto de sexualidad,
manteniendo su soporte corporal, pero separándola del instinto y de lo
biológico. Lo propio de la sexualidad freudiana es la extensión de su campo más
allá de lo genital, a lo perverso e infantil.
Podemos decir, con Freud, que la sexualidad surge apartándose del
funcionamiento del organismo, estableciendo un cuerpo libidinal afectado por el
inconsciente (el Otro).
La sexualidad infantil se ordena en componentes
pulsionales que Freud llama “pulsiones parciales”; esto hace a la sexualidad
originariamente perversa, parcial y nunca sola, unificada en un todo. Cada
pulsión cumplirá su fin en sí mismo, sin subordinarse todavía a lo genital. Por
eso, Freud dirá que la sexualidad, en tanto que infantil, es perversa y
polimorfa. No tiene una orientación “normal”, es decir, no tiene un fin con el
coito y como un objeto determinado, por ejemplo, un individuo del sexo
contrario. Ambas cosas son imposibles para el niño.
El niño tiene una disposición perversa polimorfa: “la
adquisición de las perversiones y su práctica, encuentran en él muy pequeñas
resistencias, porque los diques anímicos contra las extralimitaciones sexuales,
o sea, el pudor, la repugnancia y la moral, no están aun constituidos en esta
época de la vida infantil o su desarrollo es muy pequeño”.