¿Conocemos el sueño que pretendemos interpretar?, ¿lo conocemos tal
como fue en realidad? La infidelidad de la memoria, incapaz de conservar el
sueño, las partes más significativa de su contenido, mutila lo que recordamos,
aquello sobre lo cual se interpreta. Soñamos más de lo que recordamos y sólo recordamos,
con inseguridad, fragmentos. El recuerdo refleja infielmente el sueño: ¿es tan
coherente como lo contamos?, ¿o lo llenamos con material ad hoc, lo
embellecemos y rectificamos? ¿Cómo confiar en un material así modificado?
Para Freud, nada de esto es problema. Elementos ínfimos e inciertos le
resultan más interesantes que elementos conservados con mayor nitidez y
certidumbre. Además, todo agregado se explica por una derivación particular: en
vez de considerarlo trivial o indiferente, se infiere desde allí un segundo
enlace de pensamientos en el contenido latente del sueño. Los rasgos más
ínfimos, los matices de la expresión lingüística, son indispensables para la
interpretación. Entonces, el relato no es una improvisación arbitraria,
recompuesta a toda prisa en el aprieto del momento, sino una especie de “texto
sagrado” (en el sentido de que hay que atender a su literalidad).
Efectivamente, desfiguramos el sueño en el intento de reproducirlo (elaboración
secundaria), pero ello no es sino un fragmento de la elaboración a que son
sometidos los pensamientos oníricos a consecuencia de la censura del sueño; una
desfiguración más extensa y difícil de asir se ensañó con el sueño ya desde los
pensamientos oníricos inconscientes. Quien cree que la elaboración secundaria
extravía el conocimiento del sueño, subestima el determinismo psíquico: nada
allí es arbitrario, un itinerario de pensamiento siempre toma el comando,
aunque esté alejado del designio del momento. Las alteraciones introducidas en
la redacción de vigilia mantienen enlace asociativo con el contenido en cuyo
lugar se ponen, indican el camino hacia ese contenido que, a su vez, puede ser
el sustituto de otro.
Cuando alguien vuelve a contar un sueño, no lo hace con las mismas
palabras. Y bien, los lugares donde se modificó la expresión dan a conocer puntos
débiles del disfraz del sueño.
La memoria no conoce garantía alguna y, sin embargo, damos más fe a sus
indicaciones de lo justificado objetivamente. La resistencia no se ha agotado
ni siquiera con los desplazamientos y sustituciones que impuso, por lo cual se
adhiere como duda. Entre pensamientos oníricos y sueño sobrevino una total
subversión de los valores psíquicos: la desfiguración sólo fue posible por
sustracción de valor. Así, cuando a un elemento desdibujado del contenido
onírico se le agrega la duda, podemos reconocerlo como un retoño más directo de
uno de los pensamientos oníricos proscritos. En el análisis del sueño, Freud
exige abandonar toda la escala de apreciaciones de la certidumbre. La duda es
un instrumento de la resistencia psíquica.
La sensación de haber soñado mucho y retener poco, ¿no es más bien
haber sentido activo el trabajo del sueño que dejó tras de sí un sueño breve?
El sueño se olvida a medida que pasa el tiempo (ajenidad entre vigilia y sueño),
pero no hay que sobreestimar el alcance de este olvido: el olvido que interesa
es el producido por la resistencia. Más que lo carcomido en el contenido del
sueño —que poco importa—, el análisis rescata los pensamientos oníricos; en
medio del trabajo interpretativo, emergen fragmentos omitidos del sueño, incluso
sueños completos de cuya existencia nada se sabía.
El sueño, como otras “operaciones del alma” (formaciones del
inconsciente), persiste en la memoria. Freud reencontró y analizó con éxito
sueños suyos acaecidos años atrás (lo antiguo estaba incólume en lo actual): había
superado en su interioridad muchas resistencias que en aquella época le
perturbaban. Con idéntico procedimiento y éxito trató, tanto sueños de la noche
anterior, como sueños de años anteriores. El sueño se comporta como un síntoma
neurótico: han de esclarecerse antiguos síntomas ya superados, tanto como los
que todavía subsisten y que le hacen al paciente acudir a la consulta; a veces
la primera tarea es más fácil que la segunda.
Para percibir fenómenos endópticos (a los que ningún motivo psíquico se
opone) es preciso ejercitarse. Pero mucho más difícil es entrar en posesión de
representaciones involuntarias; para ello, hay que sofrenar críticas, preconceptos,
compromisos afectivos o intelectuales; trabajar con tenacidad, pero también con
despreocupación por el resultado. La interpretación de un sueño no se consuma
de un golpe: un encadenamiento de ocurrencias puede llevar a un impase y,
después, un fragmento atrae la atención y se encuentra el acceso a un nuevo
estrato o de los pensamientos oníricos. Una interpretación completa, coherente,
que dé razón de todos los elementos del contenido del sueño… admite una sobre-interpretación.
Muchas ilaciones de pensamiento inconscientes pugnan por expresarse; el trabajo
del sueño se vale de expresiones multívocas… Pero no para dar cabida a
interpretaciones “trascendentes” y abstractas, que desvían el interés de las
raíces pulsionales del sueño. Cuando el sueño trata de figurar pensamientos
abstractos (no susceptibles de figuración directa), echando mano de material
alegórico menos difícil de figurar, es el analizante mismo quien hace la interpretación
abstracta; mientras que la interpretación correcta la hace un analista.
No todo sueño es interpretable. La interpretación tiene en contra los
poderes psíquicos responsables de la desfiguración del sueño. Interpretar es,
entonces, un asunto de relación de fuerzas.
Las urdimbres de sueños tienen terrenos comunes y juegan al centro y a
la periferia, al complemento, a la secuencia, a la puntuación.
“Aún en los sueños mejor
interpretados, es preciso dejar un lugar en sombras, porque se observa que de
ahí arranca una madeja de pensamientos oníricos que no se dejan desenredar,
pero que tampoco han hecho otras contribuciones al contenido del sueño.
Entonces ese es el ombligo del sueño,
el lugar en el que él se asienta en lo no conocido. Los pensamientos oníricos
con que nos topamos a raíz de la interpretación permanecen sin clausura alguna
y desbordan en todas las direcciones dentro de la enmarañada red en nuestro
mundo de pensamientos. Y desde un lugar más espeso de ese tejido se eleva luego
el deseo del sueño”.
La vida de vigilia muestra el propósito de olvidar el sueño como un
todo, tras el despertar, o bien fragmento a fragmento, durante el día. Pero,
entonces, ¿qué posibilitó que el sueño se formara en contra de esa resistencia?
De haber reinado la resistencia durante la noche —como lo hace durante el día—,
el sueño no habría sobrevenido. Entonces, por la noche, la resistencia pierde parte
de su poder; no fue cancelada, pues participa en la desfiguración onírica. Una
vez despiertos, vuelve a eliminar lo que se vio forzada a admitir mientras
estaba disminuida. El estado del dormir posibilita la formación del sueño por
cuanto rebaja la censura endopsíquica.
Para interpretar sueños, se desechan las representaciones-meta que
presiden la reflexión; luego se atiende a un único elemento para dar lugar
pensamientos involuntarios que sobre él aparezcan; así, elemento por elemento,
sin que importe la dirección en que van los pensamientos; al final, se da con
los pensamientos oníricos de los cuales nació el sueño. Pero, con asociaciones
y sin rumbo, ¿se puede dar con los pensamientos oníricos?, ¿no es un
autoengaño? Seguir una cadena de asociaciones y luego tomar otro elemento, ¿no elimina
la libertad de asociación al conservarse todavía la memoria de la primera
cadena de pensamientos?; así, con pensamientos intermedios, se haría una
combinación y, sin verificación alguna, se presenta como el sustituto psíquico
del sueño. ¿No es esto es arbitrario, un aprovechamiento ingenioso del azar?
Para Freud, no: por azar no se podría interpretar el sueño. El
procedimiento es idéntico al que se sigue en la resolución de síntomas
histéricos, certificada por la desaparición de los síntomas. En realidad, al resignar
la reflexión y dejar emerger representaciones involuntarias, no nos entregamos
a un decurso de representaciones sin meta. Sólo renunciamos a
representaciones-meta conocidas; cuando ellas cesan, cobran valimiento
representaciones-meta inconscientes que determinan el decurso de las
representaciones involuntarias. En ninguna patología hay un discurrir sin
reglas, carente de representaciones-meta, de los pensamientos; aún los delirios
están provistos de sentido (el hecho de que nos resulten incomprensibles es
sólo por sus omisiones). Una censura que no encubre su reinado no remodela nada
y elimina sin miramientos todo aquello que suscita su veto. Cuando un elemento
psíquico se enlaza con otro por una asociación chocante y superficial, existe
entre ambos un enlace correcto que cala más hondo, sometido a la resistencia de
la censura.
El predominio de las asociaciones superficiales se da cuando no hay
cancelación de las representaciones-meta y cuando hay presión de la censura.
Así, sustituyen en la figuración a las profundas cuando son intransitables las
vías de conexión.
Si dos pensamientos no suscitan veto, pero sí su relación, pueden
entrar a la conciencia sucesivamente; y como la relación permanece oculta, se
nos ocurre un enlace superficial entre ellos. Y si cada pensamiento es
censurable por su contenido, cada uno aparece modificado; así, los pensamientos
sustitutivos reflejan, merced a una asociación superficial, la conexión
esencial. En ambos casos, la censura produce el desplazamiento desde una
asociación normal y seria a otra superficial y que parece absurda. Por ello, la
interpretación de los sueños confía también en las asociaciones superficiales.
Representaciones-meta que no se pueden deponer: relativas al
tratamiento, a la persona del analista.