Jacques-Alain Miller
Un semanario me encomendó un texto de 4000 caracteres. Vi que se había
publicado truncado. Doy aquí la versión completa.
La cohorte de filósofos franceses inspirados en el psicoanálisis es
amplia. Sartre inventó un psicoanálisis llamado existencial, donde la mala fe
reemplazaba al inconsciente. Ricoeur extrajo de Lacan una teoría neo
espiritualista de la interpretación, Althusser una teoría neo marxista de la
lectura. Foucault abrazó una versión neo heideggeriana del análisis antes de
celebrar, luego de criticar, su versión estructuralista. Derrida nutrió con él
su “deconstrucción”. Deleuze extrajo un “esquizo-análisis”. Todos,
sutiles. El señor Michel Onfray no come
esa clase de pan. «Despabilado» en la escuela de esos militantes llamados
revisionistas que, luego de veinte años, dan de Freud un retrato de mala
persona que engañó a su mundo, se hace su émulo. Le tira con cañones. Pero la
bala, de hecho, es una cantinela redundante: es su postulado de partida, no se
despega de eso. Este postulado es doble: 1) el psicoanálisis es una filosofía;
2) toda filosofía es la autobiografía disfrazada de su autor, una construcción
hecha para aliviar su “dolor existencial”, “poner orden en su vida”. De ello se
sigue que el psicoanálisis es una terapia para el solo uso de Freud. ¿Pretende
valer para otros? Extrapolación abusiva, impostura. CQFD. Este esbozo delirante
tiene una lógica imparable a partir del momento en que el postulado se admite. Con
este impulso, la obra pretende reconstituir la vida sexual de Freud. Parece que
estuviéramos leyendo el chiste de Botul sobre Kant. En la página 572, el autor
pone decididamente la mano en los calzones del soldado [culotte de zouave]:
diciendo que los bolsillos de sus pantalones tenían a menudo grandes agujeros,
presiente inmediatamente al masturbador compulsivo. Más grave: gobernado por un
gran complejo de Edipo, Freud persuadió a todo el mundo que les pasaba lo
mismo. Peor todavía: fue un marido
incestuoso, un amante incestuoso, un padre incestuoso. Nos sorprende que no le
sea imputado el haber sido pedófilo. Conclusión: incesto y onanismo son los
pechos del freudismo. La parte epistemológica no es menos expeditiva. ¿Los
conceptos freudianos? Una fantasmagoría, “un circo”, esto repetido mil veces.
La obra está plagada de puntos de exclamación, que significan: ¿Quién puede
creer en estas pavadas? ¡El inconsciente hace juegos de palabras! ¡Es ilógico!
¡Inaprensible¡ ¡Nunca lo vemos¡ ¡Y Freud tiene el tupé de decir eso¡ ¡Y Freud
que se contradice¡ M. Onfray , jamás. No se fía, dice, más que en “la razón
razonante y razonable”. La historia de las ideas lo muestra, este tipo de
brújula se enloquece siempre frente al psicoanálisis. A falta de admitir que un
real pueda responder a otros principios diferentes de la no contradicción
aristotélica, rápidamente se encuentran en la posición de un Señor Homais
teniendo que vérselas con una Arlesiana imposible de besar.
Algunas palabras alcanzan finalmente para explicar el resorte de la
impostura: la magia del verbo, la alianza de los miserables, la credulidad de
los incautos. Es que este libro hurga en el mismo tesoro de las ideas recibidas
que todas las teorías conspirativas. Va a encantarle a ese tipo de espíritus.
Les gustaría creer que “todo lo que es exagerado es insignificante”. En
la era mediática, nada es menos seguro. El pensamiento freudiano, que avanza
sobre las patas de una paloma, delicado, escrupuloso, atento al detalle más
pequeño, transformándose gustosamente para unirse a los meandros de la
experiencia clínica, y suponiendo, como dice Valéry, “la acción de presencia de
las cosas ausentes”, este pensamiento no podía más que repeler a las masas. De
repente, sus partidarios creyeron que estaba bien popularizar una imagen de
Freud como santo laico. Esta idealización, que fue algo especialmente hecho por
los analistas de lengua inglesa, no dejó de provocar contragolpes agresivos,
hoy tenemos una remake de ello. Pero no son esas estrofas las que amenazan el
psicoanálisis. No, es el éxito mismo de su método. El sentido común lo diluye,
toda clase de terapias de conversación se derivan de él. En el medio, se
difunde la noción que no existe nada que no sea cifrable.
Traducción:
Silvia Baudin