Jacques-Alain Miller
El Otro sin Otro, es mi título(1). Este título es una abreviación, bajo una forma enigmática, de una frase, de una proposición, de un dicho de Lacan que se enuncia de una manera que muchos de ustedes conocen: “no hay Otro del Otro”. Esta fórmula fue lanzada por Lacan un día del año 1959, el 8 de abril, durante su Seminario titulado El deseo y su interpretación(2). Ella comentaba la escritura de forma lógica S(A/) y estaba precedida por una frase bien hecha para movilizar la atención del auditorio de su Seminario: “es, si puedo decir, el gran secreto del psicoanálisis”, decía Lacan.
“El gran secreto del psicoanálisis”
Lacan quería darle a esta fórmula el valor de una revelación, en el sentido del descubrimiento, de la puesta al día de una verdad oculta. ¿Verdad oculta a quién? Entendemos que ese gran secreto era una verdad oculta, en primer lugar, para los psicoanalistas mismos, una verdad desconocida para los practicantes del psicoanálisis. Pensemos – en fin, en todo caso yo pensé – en una frase de Hegel de su curso de estética, cuando hablaba de los egipcios, donde los griegos, los romanos y todo el mundo, si puedo decir, sondeaban los misterios. La fórmula de Hegel era la siguiente: los misterios de los egipcios, eran misterios para los mismos egipcios(3). Y bien, de la misma manera – al menos es así como leo esta frase de Lacan –, el secreto del psicoanálisis, como él lo llama, seguía siendo una verdad oculta para los analistas mismos.
Me pregunté si la revelación hecha por Lacan de ese secreto en 1959, bastaba para levantar el velo que envolvía al Otro sin Otro. Es muy posible que esta revelación no haya sido registrada, validada, asumida – no hablo de los alumnos de Lacan. Los psicoanalistas no acusaron recibo. Quizá sea recién hoy, en 2013, que podamos tomarla en serio y sacar todas sus consecuencias.
Vamos a ver si podemos poner a la consideración de la clínica esta revelación cuando la NLS se encuentre en Gand. No digo cuál será el título de ese congreso, pero propongo que este “Otro sin Otro”, que Lacan ya había hecho surgir en su Seminario, nos sirva de brújula. Propongo también que nos sirva de brújula para la lectura del Seminario donde Lacan lo dijo, el Seminario El deseo y su interpretación. Este Seminario va a aparecer en los próximos días. Incluso fue anunciado por el editor para el 6 de junio próximo. En todo caso, ya hice el trabajo al respecto. Y espero que, mientras estoy acá, se imprima como corresponde, que le agreguen las últimas correcciones que le hice antes de venir. Propongo entonces que este Seminario sirva de referencia para el congreso de la NSL en Gand.
Después de haber pasado el tiempo de redacción, en el transcurso de estos años, y de haber cernido esta escritura este último tiempo, quisiera dar aquí algunas orientaciones, en todo caso las mías, para la lectura de este Seminario, y en particular explicitar delante de ustedes ese gran secreto del psicoanálisis.
Un momento de báscula
El Seminario comporta en la introducción la construcción del gran grafo de Lacan, que él llamó el grafo del deseo, y del cual había comenzado su edificación en el Seminario 5. Esto forma los dos primeros capítulos – el comentario detallado de ese esquema demandaría, evidentemente, otro marco que éste. Después de su introducción, la primera parte del Seminario está consagrada a la lectura de sueños extraídos de La interpretación de los sueños. La segunda parte reanaliza, de manera detallada, un sueño que figura en una cura conducida por la psicoanalista inglesa Ella Sharpe. Siguen a continuación, en la tercera parte, las clases sobre Hamlet. Y, finalmente, algunos capítulos que dan una orientación más general que no puedo soñar con resumir en una media, tres cuartos de hora.
Explicitar el gran secreto del psicoanálisis es indudablemente menos difícil, porque éste se explicita antes nuestros ojos en el vasto movimiento social que, por todos lados, progresivamente, en las sociedades democráticas avanzadas, ponen en cuestión el patriarcado, la prevalencia del padre. Y bien, es precisamente alrededor del cuestionamiento del padre, de la función paterna que, según creo, se organiza la orientación fundamental de este Seminario. Y no es por casualidad que Lacan haya ido a pescar en La interpretación de los sueños ese sueño del padre muerto que apunta a la relación de un hijo con su padre y que constituye una versión de la relación padre-hijo diferente de la versión edípica típica. Y si, por otra parte, en este Seminario Lacan se interesó en Hamlet, es que, precisamente en Hamlet, el padre, lejos de ser una función normativa y pacificante, presenta, por el contrario, una acción patógena.
No me parece entonces excesivo, más de medio siglo después de haberlo dado, leer ese Seminario de Lacan, como decía Yves Vanderveken(4), por sus virtudes proféticas. Lacan le dio a la fórmula “no hay Otro del Otro” el valor de una revelación, de un secreto, porque era una proposición que él mismo había desconocido. Esta proposición constituye un momento de báscula totalmente decisivo en la continuación de su enseñanza. Y no creo que sea el entusiasmo de haber terminado este trabajo lo que me lleva a decir las cosas en estos términos. Fue necesario, en efecto, que Lacan pensara contra sí mismo para formular “no hay Otro del Otro”. Al inicio, enseñaba lo contrario.
El Otro del Otro: el Nombre del Padre
El año anterior, en 1958, enseñaba lo contrario – condenso acá, recojo una de sus fórmulas que no figura como tal ni en sus Escritos ni en sus Seminarios –, que hay Otro del Otro. Y, si hubiera que darle un nombre, sería el nombre por excelencia: el Nombre del Padre. Agrego que no es una interpretación mía. O que no es más que una interpretación sino en la medida en que descifro la definición que Lacan da del Nombre del Padre al final de su artículo, que sigue siendo para nosotros un texto esencial sobre la psicosis, De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis(5). Citaré una frase de este texto que me hace decir que, justo antes de proferir “no hay Otro del Otro”, Lacan decía exactamente lo contrario. Los términos en los cuales planteaba al Otro del Otro merecen ser sopesados muy precisamente. Se trata de la definición que él da del Nombre del Padre al final de este artículo donde libra su construcción de la metáfora paterna. Hay que decir que esta metáfora paterna impresionó a los espíritus – lo constatamos en Francia este año –, ella quedó, para el gran público, como lo esencial de lo que dice Lacan: él es quien promovió el Nombre del Padre a una función decisiva de normativización, como la clave de todo lo que sostiene nuestro mundo en común.
En el momento en que Lacan construye esta metáfora paterna, da del Nombre del Padre la definición precisa siguiente: el Nombre del Padre es el “significante que en el Otro, en cuanto lugar del significante, es el significante del Otro en cuanto lugar de la ley”(6). Basta con leer esta definición de una manera formal para percibir que ella pone en escena dos Otros, dos estatutos del gran Otro: el Otro del significante y el Otro de la ley. El primer Otro, el Otro del significante, es presentado como conteniendo el significante del segundo, el Otro de la ley – del cual digo que vale, de ahí en más, como el Otro del Otro. Es así como descifro esta definición: el Otro de la ley es el Otro del Otro. Lo que Lacan llama el Otro de la ley, cuyo significante es el Nombre del Padre, es el Otro del Otro.
Antaño hice, en mi curso, la lectura de esta frase de la Cuestión preliminar. La hice rápidamente, porque en esa época todavía no había redactado en detalle El deseo y su interpretación. Esta frase me había permitido entender por qué Lacan le daba una importancia tan grande a esta fórmula misteriosa, “No hay Otro del Otro”.
¿Qué quiere decir entonces el Otro del Otro, si simplifico la formulación? Quiere decir, por una parte, que el lenguaje obedece a una ley, que es dominado por una ley, que hay una ley del lenguaje. Por otra parte, instala al gran Otro como un conjunto de significantes entre los cuales hay el significante del Otro. Y ahí, no podemos no reconocer los ecos de la noción logicista – no digo lógica – de Bertrand Russell, quien distinguía los catálogos que se contienen a sí mismos de los catálogos que no se contienen a sí mismos –lo que hace, en efecto, del gran Otro un conjunto que contiene su propio significante. En la época que nos ocupa, Lacan no explotó este recurso Russelliano que comportaba su concepto del Otro, pero una gran parte de su seminario 16, De un Otro al otro, desarrolla precisamente este punto en referencia exclusiva a Bertrand Russell y a las paradojas que pueden derivarse de ahí cuando se intenta formar el catálogo de todos los catálogos que no se contienen a sí mismos. Él explota entonces esas paradojas para el discurso analítico.
La pasión del primer Lacan: las leyes del lenguaje
¿A qué llama acá Lacan la ley, y qué es la ley del lenguaje?
Hay que constatar que el primer Lacan – llamo acá el primer Lacan a lo que hay antes del corte introducido en el Seminario 6 que niega al Otro del Otro, es decir, el Lacan del discurso de Roma, el de los cinco primeros seminarios, – está constantemente ligado, empedernido en determinar cuáles eran las leyes del lenguaje, las leyes del discurso, las leyes de la palabra, las leyes del significante – esto me asombra retrospectivamente. Podemos hacer la lista de esas leyes, de las cuales encontramos la formulación en todos los vuelcos de sus textos y de sus seminarios, y percibimos que son diversas, que en absoluto son homogéneas. Y esto a un punto tal que podemos decir que hay ahí como una pasión, la pasión del primer Lacan: la búsqueda de leyes.
Para hacerles sentir el valor que se le puede dar a esta observación, haré un cortocircuito por la última enseñanza de Lacan. Es este mismo Lacan quien, en su última enseñanza, anunciará que lo real es sin ley(7). El procederá entonces a separar de tal modo el lenguaje y la ley, que el lenguaje aparecerá como un parásito - Miquel Bassols(8) lo recordaba. Más adelante, renunciará incluso al concepto de lenguaje, o al menos intentará ir más acá de este concepto para designar lo que él llama lalangue – lalangue que se diferencia del lenguaje, en tanto ella es precisamente sin ley. El lenguaje es entonces concebido como una superestructura de leyes que capturan lalangue en tanto que sin ley.
La enseñanza de Lacan se desarrolló entonces en un sentido totalmente contrario a su pasión inicial. Comenzó, podemos decir, bajo la égida de la ley y, cuanto más progresó, más destacó el sin ley. Piensen en el acento que le da, en la clínica, a la contingencia, al acontecimiento que llega como por azar. Evidentemente, habría que precisar lo que hace a una suerte de juntura entre la ley y la contingencia, es decir, el momento en que Lacan renuncia explícitamente a recurrir a la ley, al inicio de su Seminario 11, cuando explica que el inconsciente es más bien del registro de la causa que del registro de la ley.
Cinco registros de la ley
¿Por qué hay esta pasión por la ley en Lacan al inicio de su enseñanza? ¿Y por qué renuncia a ella, cuando anuncia que “no hay Otro del Otro”? Él nos enseñó a localizar – en el lenguaje, la palabra, el discurso – diferentes leyes, hasta arribar a esta expresión: la ley. Hice el esfuerzo de intentar clasificar todas estas leyes que Lacan utilizó y explicitó en su pasión legalista, si puedo decirlo así.
- Primero, hay las leyes lingüísticas. Son las que Lacan extrae de Saussure y que conducen a distinguir el significante y el significado, la sincronía y la diacronía. Son las que encuentra también en Jakobson, quien articula y distingue la metáfora y la metonimia; habla de ellas como de leyes – como mecanismos.
- Segundo, hay la ley dialéctica, aquella que Lacan va a buscar en Hegel: esta ley que querría que, en el discurso, el sujeto no pueda asumir su ser sino por la mediación de otro sujeto. Lacan la llama la ley dialéctica del reconocimiento.
- Tercero, encontramos en Lacan – en una época era muy popular, que no es más la nuestra – las leyes matemáticas, como las que explora en su Seminario sobre la carta robada, con su primer grafo, el de α, β, γ, δ, que da el modelo de la memoria inconsciente.
- Cuarto, hay las leyes sociológicas, las leyes de la alianza y el parentesco, que adoptó del libro de Lévi-Strauss sobre las estructuras elementales del parentesco.
- Y quinto, hay la ley o la supuesta ley freudiana, ese Edipo del cual el primer Lacan hizo una ley, a saber, que el Nombre del Padre debe imponerse al Deseo de la Madre, y que es por esta condición que el goce del cuerpo se estabiliza y que el sujeto accede a una experiencia de la realidad que le será común con otros sujetos.
Me tomé el trabajo de enumerar estos cinco registros de la ley: lingüística, dialéctica, matemática, sociológica y, finamente, freudiana. Cuando Lacan comienza a reflexionar sobre la experiencia analítica, al menos cuando comienza a enseñar sobre ella, esos cinco registros de la ley son para él constitutivos de lo que llamó lo simbólico.
Pero basta con enumerar esos cinco registros para percibir que lo simbólico es una noción fourre-tout, un catch all category, una noción atrapa-todo, que atrapa las matemáticas, la lingüística, la dialéctica, etc. Es esto lo que constituye para Lacan lo simbólico, en tanto obedece a la ley que se reparte en esos diferentes registros.
El orden simbólico
¿Por qué Lacan le dio una importancia tan central a la noción de ley? Es sin duda porque, para él, la ley era la condición de la racionalidad e incluso, más precisamente, de la cientificidad. Es como si obedeciera, de alguna manera, al axioma “no hay ciencia más que ahí donde hay ley”. Y nosotros podemos, a partir de ahí, dar todo su peso a una noción, que marcó los espíritus e influenció al público, al punto de que en Francia – lo pudimos constatar este año – ella figuraba en primer plano en los debates alrededor de la apertura del matrimonio a los homosexuales.
Se trata de la noción de orden simbólico. Esta noción, que pertenece al inicio de la enseñanza de Lacan, expresa la solidaridad de los cinco registros de la ley en lo simbólico. Me asombró verla resurgir en Francia, últimamente, más de cincuenta años después de su formulación, promovida como la objeción mayor a la apertura del matrimonio a los homosexuales, la transformación de la paternidad, la adopción, etc. – no sé qué pasa en Grecia. En la enseñanza de Lacan, sin embargo, hay que constatar que después de haber sido promovida, esta noción desapareció. Lacan la inventó, la trajo, apareció como la base de su concepción, como esencial a la tripartición entre simbólico, imaginario y real, y después, precisamente, no la conservó.
Hay que destacar que en esta noción de orden, los cinco registros de la ley están confundidos. Bajo el ángulo del orden, desde la perspectiva del orden, parecen, en efecto, equivalentes, se trate de la ley matemática, la ley dialéctica, etc. Es como si el rasgo común a esos diferentes registros fuera el de poner orden. La ley pone orden, o expresa el orden que hay. Ahí donde hay ley, hay orden. Y en el sistema del primer Lacan, no hay otro orden que el simbólico.
Al orden simbólico se opone, podemos decir, el desorden imaginario. En lo simbólico, cada cosa, cada elemento está en su lugar; incluso, únicamente en lo simbólico hay lugares propiamente dichos.
En lo imaginario, por el contrario, los elementos intercambian su lugar, aunque los lugares no se distingan, y no es seguro que los elementos mismos se distingan en tanto tal. No hay en lo imaginario elementos discretos, separados, como hay en lo simbólico. Es en esos términos que Lacan describe las relaciones entre el yo y el otro, que no es más que su propia imagen en el exterior. El yo y el otro se apoyan el uno en el otro, rivalizan, se hacen la guerra, no encuentran entre ellos más que equilibrios inestables, aunque lo imaginario aparece marcado de una inconsistencia esencial, por no ser más, dice Lacan una vez, que “sombras y reflejos”(9).
En cuanto a lo real, está fuera de la división entre orden y desorden. Él es, pura y simplemente.
Percibimos este año –y fue necesario, en cierto sentido, que explicáramos lo contrario– que la noción de orden simbólico se había vuelto popular. Ella se volvió popular en todos aquellos que militan por la protección del orden establecido, en los conservadores. Un mundo regido por el orden simbólico es un mundo, en efecto, en el que cada cosa está en su lugar, un mundo encerrado en el padre, el patriarcado. El desorden que constatamos es más bien desvalorizado como siendo imaginario, es decir, a la vez inconsistente y parasitario. Nos hemos servido de la noción lacaniana de orden simbólico para promover la idea de un orden armonioso, regido por leyes invariables, leyes enganchadas al Nombre del Padre.
Es necesario decir que Lacan prestó el flanco, dejó un hueco en ese sentido al principio de su enseñanza. Pudo decir, por ejemplo -lo cito-, al inicio de su enseñanza, en su Informe de Roma, que el Nombre del Padre era el sostén de la función simbólica(10). Que todo lo que es del orden simbólico tenía al Nombre del Padre como sostén, al padre encarnando la figura de la ley como tal. Pero esto es el punto de partida de su enseñanza, luego toda su enseñanza va en sentido contrario. Si la enseñanza de Lacan tiene un sentido, una dirección, es la del desmantelamiento metódico, constante, encarnizado de la pseudo-armonía del orden simbólico. Y es precisamente porque exaltó la función del Nombre del Padre, que le dio todo su esplendor, que después pudo ponerla en cuestión de una manera radical.
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