viernes, 12 de abril de 2013

El olvido de los sueños

(Resumen)

¿Conocemos el sueño que pretendemos interpretar?, ¿lo conocemos tal como fue en realidad? La infidelidad de la memoria, incapaz de conservar el sueño, las partes más significativa de su contenido, mutila lo que recordamos, aquello sobre lo cual se interpreta. Soñamos más de lo que recordamos y sólo recordamos, con inseguridad, fragmentos. El recuerdo refleja infielmente el sueño: ¿es tan coherente como lo contamos?, ¿o lo llenamos con material ad hoc, lo embellecemos y rectificamos? ¿Cómo confiar en un material así modificado?

Para Freud, nada de esto es problema. Elementos ínfimos e inciertos le resultan más interesantes que elementos conservados con mayor nitidez y certidumbre. Además, todo agregado se explica por una derivación particular: en vez de considerarlo trivial o indiferente, se infiere desde allí un segundo enlace de pensamientos en el contenido latente del sueño. Los rasgos más ínfimos, los matices de la expresión lingüística, son indispensables para la interpretación. Entonces, el relato no es una improvisación arbitraria, recompuesta a toda prisa en el aprieto del momento, sino una especie de “texto sagrado” (en el sentido de que hay que atender a su literalidad).

Efectivamente, desfiguramos el sueño en el intento de reproducirlo (elaboración secundaria), pero ello no es sino un fragmento de la elaboración a que son sometidos los pensamientos oníricos a consecuencia de la censura del sueño; una desfiguración más extensa y difícil de asir se ensañó con el sueño ya desde los pensamientos oníricos inconscientes. Quien cree que la elaboración secundaria extravía el conocimiento del sueño, subestima el determinismo psíquico: nada allí es arbitrario, un itinerario de pensamiento siempre toma el comando, aunque esté alejado del designio del momento. Las alteraciones introducidas en la redacción de vigilia mantienen enlace asociativo con el contenido en cuyo lugar se ponen, indican el camino hacia ese contenido que, a su vez, puede ser el sustituto de otro.

Cuando alguien vuelve a contar un sueño, no lo hace con las mismas palabras. Y bien, los lugares donde se modificó la expresión dan a conocer puntos débiles del disfraz del sueño.

La memoria no conoce garantía alguna y, sin embargo, damos más fe a sus indicaciones de lo justificado objetivamente. La resistencia no se ha agotado ni siquiera con los desplazamientos y sustituciones que impuso, por lo cual se adhiere como duda. Entre pensamientos oníricos y sueño sobrevino una total subversión de los valores psíquicos: la desfiguración sólo fue posible por sustracción de valor. Así, cuando a un elemento desdibujado del contenido onírico se le agrega la duda, podemos reconocerlo como un retoño más directo de uno de los pensamientos oníricos proscritos. En el análisis del sueño, Freud exige abandonar toda la escala de apreciaciones de la certidumbre. La duda es un instrumento de la resistencia psíquica.

La sensación de haber soñado mucho y retener poco, ¿no es más bien haber sentido activo el trabajo del sueño que dejó tras de sí un sueño breve? El sueño se olvida a medida que pasa el tiempo (ajenidad entre vigilia y sueño), pero no hay que sobreestimar el alcance de este olvido: el olvido que interesa es el producido por la resistencia. Más que lo carcomido en el contenido del sueño —que poco importa—, el análisis rescata los pensamientos oníricos; en medio del trabajo interpretativo, emergen fragmentos omitidos del sueño, incluso sueños completos de cuya existencia nada se sabía.

El sueño, como otras “operaciones del alma” (formaciones del inconsciente), persiste en la memoria. Freud reencontró y analizó con éxito sueños suyos acaecidos años atrás (lo antiguo estaba incólume en lo actual): había superado en su interioridad muchas resistencias que en aquella época le perturbaban. Con idéntico procedimiento y éxito trató, tanto sueños de la noche anterior, como sueños de años anteriores. El sueño se comporta como un síntoma neurótico: han de esclarecerse antiguos síntomas ya superados, tanto como los que todavía subsisten y que le hacen al paciente acudir a la consulta; a veces la primera tarea es más fácil que la segunda.

Para percibir fenómenos endópticos (a los que ningún motivo psíquico se opone) es preciso ejercitarse. Pero mucho más difícil es entrar en posesión de representaciones involuntarias; para ello, hay que sofrenar críticas, preconceptos, compromisos afectivos o intelectuales; trabajar con tenacidad, pero también con despreocupación por el resultado. La interpretación de un sueño no se consuma de un golpe: un encadenamiento de ocurrencias puede llevar a un impase y, después, un fragmento atrae la atención y se encuentra el acceso a un nuevo estrato o de los pensamientos oníricos. Una interpretación completa, coherente, que dé razón de todos los elementos del contenido del sueño… admite una sobre-interpretación. Muchas ilaciones de pensamiento inconscientes pugnan por expresarse; el trabajo del sueño se vale de expresiones multívocas… Pero no para dar cabida a interpretaciones “trascendentes” y abstractas, que desvían el interés de las raíces pulsionales del sueño. Cuando el sueño trata de figurar pensamientos abstractos (no susceptibles de figuración directa), echando mano de material alegórico menos difícil de figurar, es el analizante mismo quien hace la interpretación abstracta; mientras que la interpretación correcta la hace un analista.

No todo sueño es interpretable. La interpretación tiene en contra los poderes psíquicos responsables de la desfiguración del sueño. Interpretar es, entonces, un asunto de relación de fuerzas.

Las urdimbres de sueños tienen terrenos comunes y juegan al centro y a la periferia, al complemento, a la secuencia, a la puntuación.

 

“Aún en los sueños mejor interpretados, es preciso dejar un lugar en sombras, porque se observa que de ahí arranca una madeja de pensamientos oníricos que no se dejan desenredar, pero que tampoco han hecho otras contribuciones al contenido del sueño. Entonces ese es el ombligo del sueño, el lugar en el que él se asienta en lo no conocido. Los pensamientos oníricos con que nos topamos a raíz de la interpretación permanecen sin clausura alguna y desbordan en todas las direcciones dentro de la enmarañada red en nuestro mundo de pensamientos. Y desde un lugar más espeso de ese tejido se eleva luego el deseo del sueño”.

 

La vida de vigilia muestra el propósito de olvidar el sueño como un todo, tras el despertar, o bien fragmento a fragmento, durante el día. Pero, entonces, ¿qué posibilitó que el sueño se formara en contra de esa resistencia? De haber reinado la resistencia durante la noche —como lo hace durante el día—, el sueño no habría sobrevenido. Entonces, por la noche, la resistencia pierde parte de su poder; no fue cancelada, pues participa en la desfiguración onírica. Una vez despiertos, vuelve a eliminar lo que se vio forzada a admitir mientras estaba disminuida. El estado del dormir posibilita la formación del sueño por cuanto rebaja la censura endopsíquica.

Para interpretar sueños, se desechan las representaciones-meta que presiden la reflexión; luego se atiende a un único elemento para dar lugar pensamientos involuntarios que sobre él aparezcan; así, elemento por elemento, sin que importe la dirección en que van los pensamientos; al final, se da con los pensamientos oníricos de los cuales nació el sueño. Pero, con asociaciones y sin rumbo, ¿se puede dar con los pensamientos oníricos?, ¿no es un autoengaño? Seguir una cadena de asociaciones y luego tomar otro elemento, ¿no elimina la libertad de asociación al conservarse todavía la memoria de la primera cadena de pensamientos?; así, con pensamientos intermedios, se haría una combinación y, sin verificación alguna, se presenta como el sustituto psíquico del sueño. ¿No es esto es arbitrario, un aprovechamiento ingenioso del azar?

Para Freud, no: por azar no se podría interpretar el sueño. El procedimiento es idéntico al que se sigue en la resolución de síntomas histéricos, certificada por la desaparición de los síntomas. En realidad, al resignar la reflexión y dejar emerger representaciones involuntarias, no nos entregamos a un decurso de representaciones sin meta. Sólo renunciamos a representaciones-meta conocidas; cuando ellas cesan, cobran valimiento representaciones-meta inconscientes que determinan el decurso de las representaciones involuntarias. En ninguna patología hay un discurrir sin reglas, carente de representaciones-meta, de los pensamientos; aún los delirios están provistos de sentido (el hecho de que nos resulten incomprensibles es sólo por sus omisiones). Una censura que no encubre su reinado no remodela nada y elimina sin miramientos todo aquello que suscita su veto. Cuando un elemento psíquico se enlaza con otro por una asociación chocante y superficial, existe entre ambos un enlace correcto que cala más hondo, sometido a la resistencia de la censura.

El predominio de las asociaciones superficiales se da cuando no hay cancelación de las representaciones-meta y cuando hay presión de la censura. Así, sustituyen en la figuración a las profundas cuando son intransitables las vías de conexión.

Si dos pensamientos no suscitan veto, pero sí su relación, pueden entrar a la conciencia sucesivamente; y como la relación permanece oculta, se nos ocurre un enlace superficial entre ellos. Y si cada pensamiento es censurable por su contenido, cada uno aparece modificado; así, los pensamientos sustitutivos reflejan, merced a una asociación superficial, la conexión esencial. En ambos casos, la censura produce el desplazamiento desde una asociación normal y seria a otra superficial y que parece absurda. Por ello, la interpretación de los sueños confía también en las asociaciones superficiales.

Representaciones-meta que no se pueden deponer: relativas al tratamiento, a la persona del analista.