lunes, 29 de abril de 2013

Política, estrategia y táctica (I)

Antoni Vicens

Nuestra época se caracteriza por la generalización de la política. Aquello a lo que Lacan llamó el discurso del amo formaliza bien la condición del discurso dominante: el significante, sostenido por un sujeto separado de él, produce una cadena de significantes a la cual se ven reducidos los imposibles otros sujetos, de lo que se desprende un resto. Nuestra cuestión puede ser si estamos viviendo un giro de época, según el cual ese resto ha venido a ocupar el lugar dominante. Jacques-Alain Miller desarrolló este tema en su intervención en Comandatuba. Tiene razón, y la consecuencia del dominio del objeto sobre el significante puede ser la pérdida del sentido de la política. Ello conllevaría una pérdida del sentido del inconsciente; o bien obliga, y en ello estamos, a construir un inconsciente fuera del sentido.
Sea como fuere, vale la pena examinar una vez más las condiciones de la política, tal como resulta creadora de nuestro mundo civil, en sus relaciones con el psicoanálisis. De momento, hemos de convenir con Napoleón que la política hoy es asunto de todos. Tenemos un relato del momento en que Europa descubrió el sentido universal de la política, escrito por uno de sus más eminentes intelectuales: Goethe. En unas notas de su Diario, Goethe relata su encuentro con Napoleón, ocurrido en 1808 (en los tiempos en que en España se libraba la llamada guerra de la Independencia). Después de comentar el Werther, Napoleón pasó a reprochar a Goethe el fatalismo de sus tragedias: ese fatalismo no correspondía a la época, sino a tiempos más oscuros. “A qué viene ahora hablar del destino? El destino es la política.” Esta frase nos resulta familiar, porque Freud la parafraseó dos veces, en sus escritos “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa” (1912) y en “El sepultamiento del complejo de Edipo” (1924). Que la anatomía sea puesta en el nivel de lo político debería darnos qué pensar. Pero si atendemos al hecho de que el término alemán de Schicksal es el que utiliza Freud para uno de los cuatro componentes de la pulsión, volveremos al tema del inconsciente más o menos cercano a la pulsión.
Así pues, la política es, a partir del retorno a las formas de la república para los grandes Estados, un asunto de todos. Es el asunto mismo. Nada en la existencia humana está fuera de un tratamiento político. Incluso la guerra descubre que su substancia es política. Es lo que se comprende tras la afirmación del mismo Goethe, quien, espectador de la batalla de Valmy, en la que el pueblo armado, el ejército de conscripción, venció al profesionalizado ejército prusiano. Por eso mismo el gran teórico de la guerra, Klausewitz, pudo afirmar: “La guerra no es un fenómeno independiente, sino la continuación de la política por otros medios.” Añadamos que, en nuestro tiempo, Michel Foucault pudo revertir la afirmación: la política es la continuación de la guerra por otros medios; con lo que quería significar que el fundamento de todo poder es siempre la posesión de la fuerza.
Debemos distinguir, de la política, arte de lo imposible, las dos dimensiones que se ponen a su servicio: la táctica y la estrategia. Estos dos términos provienen del vocabulario militar, porque, en efecto, es ahí donde se ha elaborado con la mayor claridad, y por necesidades de su desarrollo, la distinción entre estos dos términos. Digamos que la política es el arte de tratar con el Otro en tanto no existe: nada está previsto ni preparado, nada del Otro indica el camino a seguir; no hay ni victoria ni derrota, porque el Otro no es adversario. Donde sí se muestra como tal es en las dos dimensiones en las que se concreta la acción. Para la táctica, la acción consiste en romper los espejismos de la relación especular; en la estrategia, se trata del Otro como simbólico. El Otro en tanto que no existe, el Otro ausente, y por lo tanto abierto a todas las creaciones, es el de la política.
En su escrito “La dirección de la cura”, Lacan no duda en referir las reglas de la práctica psicoanalítica a esta tríada clásica de términos. Tratando de la parte que tiene el psicoanalista en el desarrollo de la cura, dice así: “El analista es menos libre en su estrategia que en su táctica.” Y añade: “…es aún menos libre en aquello que domina estrategia y táctica: a saber su política, en la cual haría mejor en ubicarse por su falta en ser que por su ser.” (Escritos, pág. 569 trad. modificada). En este desarrollo, Lacan sitúa la interpretación como un movimiento táctico, como una respuesta inmediata a un movimiento del adversario. La estrategia en la cura viene determinada por el terreno y la disposición del adversario: la transferencia como sujeto-supuesto-saber, real en la presencia del analista. Por encima de todo ello, está la política del psicoanálisis, dimensión en la que vienen a coincidir el psicoanálisis como cura, el discurso del psicoanálisis, la Escuela de psicoanálisis, la causa psicoanalítica y, si se quiere, el deseo de Freud. Y si ahora nos preguntamos sobre quién es ese adversario que hemos mencionado varias veces y frente al cual se disponen las tres dimensiones que estamos estudiando, habremos de situarlo en el “no-querer-saber” general que domina la posición del sujeto, en tanto que éste se sitúa en un significante inexistente. El objetivo de la lucha va entonces más allá de la cura psicoanalítica. Si decimos que todos somos analizantes, es para significar que ese adversario lo encontramos siempre: todos somos analizantes de un “no querer saber” fundamental. El propio Lacan afirma luchar también contra ésto, y en este sentido está en el mismo nivel que todo sujeto; el privilegio de su saber, del que intentamos extraer provecho, está en su posición un poco más avanzada.
En “La dirección de la cura”, Lacan da precisiones sobre la manera de orientar, según sus elaboraciones en esa época, de estas tres dimensiones del acto analítico. La interpretación, por su parte, está dominada por la no respuesta a la demanda. La interpretación es desciframiento, es decir apelación a la dimensión del Otro, que sigue el procedimiento de introducir en la sincronía algo que permita, e incluso incite, a la traducción de aquello que ofrece la diacronía a los términos de la repetición. La transferencia se mide aquí en la relación con un analista en tanto objeto particular y parcial de la cura. Es ese analista objetivado quien pone los límites del campo en el que se desarrolla la dirección de la cura; es ahí donde se muestra la importancia de la formación del analista, como primera medida estratégica para garantizar su desarrollo. En cuanto a la política, ésta viene dominada por el ser del analista, definido como “falta en ser del sujeto”; es aquello que constituye “el corazón mismo de la experiencia psicoanalítica (…) por tanto como es el campo mismo donde se despliega la pasión del neurótico”. De hecho, el analista es esa falta en ser, incrustada en la situación analítica. Y en el último capítulo de ese escrito, que contiene elaboraciones posteriores, Lacan traduce ese “ser del analista”, ese ser que falta a un término que utilizamos más frecuentemente que el de “falta en ser”: es el de deseo del analista, que hace aquí su aparición, (pág. 615). A su definición dedicará Lacan una parte importante de sus elaboraciones a partir del objeto a. Digamos aquí de momento que, frente a la pasión de ser del neurótico, en la que, gracias a un objeto, encontraría la conexión entre la pulsión y el fantasma, el psicoanalista hace presente la falta del fantasma. A primera vista, pues, parecería que el deseo del analista es un deseo sin fantasma; pero el propio Lacan advierte que el deseo del analista no es un deseo puro; está causado por un fantasma también, y da los ejemplos de Ferenczi, Abraham y Nunberg, que ejercieron el psicoanálisis sostenidos cada uno de ellos por su fantasma (J. Lacan, Seminario XI, Los cuatro conceptos, lección 12). Pero hemos avanzado en la formación del analista: y entendemos que para ser analista hay que haber tomado una distancia respecto del fantasma. Es lo que fue teorizado en un tiempo como la travesía del fantasma (que algunos traducen como atravesamiento de la pantalla imaginaria). Quizá no estamos ya ahí, y los testimonios de los AE nos presentan, más que un atravesamiento, la fórmula de su política particular. Entendemos entonces que, en un primer tiempo, la fórmula del atravesamiento del fantasma implicaba una cierta unificación de la política del psicoanálisis entre la dirección de la cura, la posición del psicoanalista y el trabajo de Escuela. El término de política aplicado al síntoma (o al sinthome) implica una dispersión, unificada solamente por la soledad. De uno en uno, la experiencia del psicoanálisis lleva a esa conclusión común: cada ser-hablante-escrito está solo con su goce, el único partenaire del que puede dar razón. La política de la Escuela se basa entonces en la imposible coexistencia de esas políticas singulares.
En todos los casos nos remitimos a Freud. Al final de “La dirección de la cura”, Lacan nos remite a Freud en unos términos inolvidables, caracterizando su deseo como “un río de fuego”, para plantear a partir de ahí la posibilidad de una forma universal del deseo del analista. Ahora nos sigue interesando el deseo de Freud, pero en tanto singular, ligado a una forma de goce que no sabemos condensar en ninguna fórmula. Esa ausencia de formulación guía la política de la Escuela: en su centro hay un agujero de saber, al que cuidamos como nuestra riqueza.

lunes, 22 de abril de 2013

Neoliberalismo y subjetividad*


Jorge Alemán**

I
El neoliberalismo no es sólo una ideología que defienda la retirada del Estado, su desmantelamiento a favor del mercado, o un dejar hacer a la “mano invisible” del capitalismo financiero. Tal como ya lo ha demostrado Michel Foucault, en “el nacimiento de la biopolítica”, y actualmente Christian Laval y Pierre Dardot, el neoliberalismo, a diferencia del liberalismo clásico o el neoconservadurismo, es una construcción positiva, que se apropia no sólo del orden del Estado, sino que es un permanente productor de reglas institucionales, jurídicas y normativas, que dan forma a un nuevo tipo de “racionalidad” dominante. Esta racionalidad actualmente se ha adueñado de todo el tejido institucional de la llamada Unión Europea, en la consumación final de su estrategia de dominación. El neoliberalismo no es sólo una máquina destructora de reglas, si bien socava los lazos sociales, a su vez su racionalidad se propone organizar una nueva relación entre los gobernantes y los gobernados, una “gubernamentabilidad” según el principio universal de la competencia y la maximización del rendimiento extendida a todas la esferas públicas, reordenándolas y atravesándolas con nuevos dispositivos de control y evaluación: como insistió Foucault, explicando la génesis del neoliberalismo, es la propia población la que pasa a ser objeto del saber y el poder.

II
Remarcando entonces el carácter “constructivo” del neoliberalismo y no sólo su faz destructiva, o insistiendo en el orden que se pretende hacer surgir a partir de sus destrucciones, se puede mostrar que las técnicas de gobernación propias del neoliberalismo tienen como propósito, en consonancia con la racionalidad que lo configura, producir, fabricar, un nuevo tipo de subjetividad. A diferencia del sujeto moderno, diferenciado en sus fronteras jurídicas, religiosas, institucionales, etc., el sujeto neoliberal se homogeneiza, se unifica como sujeto “emprendedor”, entregado al máximo rendimiento y competencia, como un empresario de sí mismo. Un empresario de sí mismo que, a diferencia de los “cuidados de sí” clásicos o modernos que apuntaban, en el caso clásico, a protegerse de los excesos, en el caso moderno, a buscar la mejor adaptación o alienación soportable, el empresario de sí, el sujeto neoliberal, vive permanentemente en relación con lo que lo excede, el rendimiento y la competencia ilimitada.

III
Las técnicas de gestión, los dispositivos de evaluación, los coach, los entrenadores personales, los consejeros y estrategas de vida son el suplemento social del sujeto neoliberal producido por los dispositivos de la racionalidad neoliberal. El sujeto neoliberal, viviendo fuera de su límite, en el goce de la rentabilidad y la competencia y estableciendo consigo mismo la lógica del emprendedor está a punto de fracasar a cada paso. El stress, el ataque de pánico, la depresión, “la corrosión del carácter”, lo precario, lo líquido y fluido, etc., constituyen el medio en que el sujeto neoliberal ejerce su propio desconocimiento de sí, con respecto a los dispositivos que lo gobiernan. Esos dispositivos que le reclaman que sea “el actor de su propia vida”, el que racionaliza su deseo en la competencia y en la técnica de conducirse a sí mismo y a los demás Este es ahora el verdadero “management del alma” del que habló Lacan en los ’50 y ahora se consuma.

IV
El neoliberalismo se propone como la racionalidad actual del capitalismo. Podemos afirmar que su racionalidad cumple con lo analizado por Heidegger con respecto a las “estructuras de emplazamiento” del ser propias de la técnica, que provocan en el ser humano una presentación de su existencia en forma de cálculo de sí, o con lo planteado por Lacan en el Discurso Capitalista, donde el sujeto ya sólo está condicionado por la “plusvalía” de goce. El fin último del neoliberalismo es la producción de un sujeto nuevo, un sujeto íntegramente homogeneizado a una lógica empresarial, competitiva, comunicacional, excedida todo el tiempo por su performance. Sin la distancia simbólica que permita la elaboración política de su lugar en los dispositivos que amaestran su cuerpo y su subjetividad.

V
¿Pero se puede producir enteramente al sujeto? ¿Tienen los dispositivos el poder y la fuerza material para secuestrar al sujeto y volverlo un “neosujeto” emprendedor de sí? He aquí uno de los grandes debates contemporáneos: ¿el sujeto es meramente una producción histórica efectuada por los dispositivos del poder y el saber, como piensan los foucaultianos? O, como han pensado Freud, Heidegger y Lacan, hay ciertos elementos en la propia constitución estructural del sujeto, que ningún orden político-histórico puede integrar al menos en forma total y definitiva. La posible lucha contra el neoliberalismo depende de esta cuestión: ¿qué hay en el advenimiento del sujeto en su condición mortal, sexuada y mortal que no pueda ser atrapado por los dispositivos de producción de subjetividades específico del neoliberalismo?

VI
Latinoamérica es actualmente, en alguno de sus países, la primera contraexperiencia política con respecto al orden racional dominante en el siglo XXI. El neoliberalismo se extiende no sólo por los gobiernos, circula mundialmente a través de los dispositivos productores de subjetividad. Por ello a Latinoamérica le corresponde la responsabilidad universal de ser el lugar donde se pueda indagar todo aquello que en los seres hablantes mujeres y hombres no está dispuesto para alimentar la extensión ilimitada del sujeto neoliberal.

* Texto publicado en PÁGINA 12 (http://www.pagina12.com.ar/) el 14.3.13.
** Psicoanalista y escritor. Consejero cultural de la embajada argentina en España.

lunes, 15 de abril de 2013

Conclusión de PIPOL V

Jacques-Alain Miller 

Nos reencontraremos dentro de dos años en Pipol 6. Y, tal y como sucede hoy, será en torno a una fórmula. El significante que nos ha reunido aquí es el de la salud mental. La cuestión es saber cuál será el significante que le dará continuidad en 2013. Voy a dar cuenta de mis reflexiones a este propósito, en el momento de clausura de este Congreso.

La salud mental, seamos francos, no nos la creemos. Si, no obstante, hemos usado ese término, es porque nos ha parecido que podía mediar entre el discurso analítico y el discurso común, el de la masa. Por eso, el eco que el tema del Congreso ha tenido en la prensa belga muestra bien que este punto de vista estaba bien pensado. Todo el mundo comprende lo que hemos puesto en cuestión. Aunque evidentemente para llegar hasta ahí hemos tenido que obrar con astucia. Hemos ubicado el término de salud mental en una pregunta de la que ya teníamos la respuesta. No, la salud mental no existe; se sueña con ella, es una ficción. A esa pregunta, teníamos nuestra respuesta.

Cada uno tiene su vena de loco y lo hemos testimoniado al ubicar esa vena de locura en nuestra práctica, y no en nuestro paciente sino en nosotros, analistas, terapeutas. Es como una lección que nos hemos dado a nosotros mismos. Una lección que estaría bien no olvidar en lo sucesivo: en psicoanálisis, el caso clínico no existe, no más que la salud mental. Exponer un caso clínico como si fuera el de un paciente es una ficción; es el resultado de una objetividad que es fingida porque estamos implicados aunque más no sea por los efectos de la transferencia.

Estamos dentro del cuadro clínico y no sabríamos descontar nuestra presencia ni prescindir de sus efectos. Tratamos, sin duda, de comprimir esa presencia, de esmerilar sus particularidades, de alcanzar el universal de lo que llamamos el deseo del analista. Y el control, la práctica de lo que se llama la supervisión, sirve para eso: para lavar las escorias remanentes que interfieren en la cura. Pero, desde el momento en que conseguimos borrar lo que nos singulariza como sujeto, entonces es el analizante el que sueña, el que nos sueña a nosotros, su interlocutor, con los rodeos de su fantasma y con la identidad que atribuye a ese interlocutor, que no sabrían no figurar en el cuadro.

En una palabra, eso os obliga a pintaros a vosotros mismos en el cuadro clínico. Es como Velázquez, cuando se representa a sí mismo, con el pincel en la mano, junto a los demás seres con los que puebla la tela de Las Meninas, y que es algo que produce desorientación. Porque está claro que él no se puede situar a menos que sea vea plasmado como dividido. Saben que es un cuadro que llamó la atención de Lacan siguiendo la estela de Michel Foucault. Diría que, en psicoanálisis, todo caso clínico debería tener la estructura de Las Meninas. Y continuaré el apólogo hasta llegar a señalar que lo que nos ofrece el cuadro de Velázquez, el que podemos ver en Madrid pero también en una reproducción, es lo que ve el amo, a saber, la pareja real, pero precisamente un amo que no está representado, que está como esfumado, como desvanecido, como degradado en el reflejo que se perfila al fondo del cuadro; de ese amo no queda sino su lugar, ese lugar mismo al que todo el que llega, cada espectador, viene a inscribirse.

Y bien, diría que pasa igual que en la experiencia analítica, el lugar del amo subsiste ciertamente, pero el amo no está ahí para ocuparlo.

¿Qué queda de la salud mental cuando el amo ya no está?

La inexistencia de salud mental en el hombre no ha cesado de ser deplorada por la filosofía. Lo han dibujado como siervo de sus ilusiones, de sus pasiones, de sus apetitos. Lo han pintado fundamentalmente desequilibrado para afanarse por restituirle el orden y la medida. Antiguamente, a la salud mental se le llamaba sabiduría o virtud. Para establecerla, se la ponía en relación con el amor por el otro, con el amor por el Otro divino. Lo que no era una mala idea porque podríamos decir que la salud mental es una idea teológica que supone la buena voluntad de la naturaleza, una benevolencia que se abría hacia el bienestar y la salud de todo aquello que existe. Sin embargo, basta con recorrer la inmensa literatura a la que acabo de aludir de manera rápida, para caer en la cuenta de que esa salud mental supone siempre algo que viene a dominar una parte del alma, su parte racional o divina. La salud mental tiene que ver, desde siempre, con el discurso del amo y es, desde siempre, un asunto de gobierno. Y es su destino inmemorial el que viene a consumarse hoy día mediante su directa toma en consideración por parte de todos los aparatos de dominio político. El dominio de la parte racional del alma toma hoy día la forma del discurso de la ciencia y es a través de la ciencia como el amo promueve la salud mental y se preocupa de protegerla, de restablecerla, de difundirla entre lo que se llaman las poblaciones, un término que David Tarizzo hacía resonar de manera potente hace un momento en esta sala.

Se piensa que la ciencia concuerda con lo real y que el sujeto también es apto para concordarse con su cuerpo y con su mundo como haría con lo real. El ideal de la salud mental traduce el inmenso esfuerzo que hoy día se hace para llevar a cabo lo que llamaré una "rectificación subjetiva de masas" destinada a armonizar al hombre con el mundo contemporáneo, dedicada en suma a combatir y a reducir lo que Freud nombró, de manera inolvidable, como el malestar en la cultura. Desde Freud, ese malestar ha crecido en tales proporciones que el amo ha tenido que movilizar todos sus recursos para clasificar a los sujetos según el orden y los desórdenes de esta civilización. Ahora es como si la enfermedad mental estuviera por todos lados; en todos los casos, lo psy se ha convertido ya en un factor de la política. A lo largo de los últimos años, en los países que interesan a este Congreso, el discurso del amo ha penetrado de manera profunda en la dimensión psy, en el campo llamado de lo mental. El acceso a los psicotropos está ya ampliamente conseguido y la psicoterapia se expande en sus modos autoritarios. Se trata siempre de un aprendizaje del control.

Este dominio, que ayer escapaba en gran parte a los gobiernos, es objeto ahora de regulaciones con exigencias cada vez más grandes. Eso va paralelo al reconocimiento público del psicoanálisis pero con la intención, aunque sea desconocida para sus promotores, de desvirtuarlo.

Sin embargo, por pequeña que sea su voz en el estruendo contemporáneo, el discurso analítico hace objeción y no carece de potencia. La potencia del discurso analítico viene, de entrada, de que es desmasificante; y a medida que la masificación se extiende y crece, crece también la aspiración a esa desmasificación. La exigencia de singularidad de la que el discurso analítico hace un derecho está de entrada porque procede uno por uno. Diría que eso lo hace acorde con el individualismo democrático que difunde la civilización contemporánea. Se hablaba antiguamente de "indicaciones para el psicoanálisis" cuando se pensaba que se podían seleccionar a los sujetos en función de su aptitud clínica para el discurso analítico. Ese tiempo ya pasó. Hoy día, ser escuchado por un psicoanalista equivale a un derecho del hombre. Le toca al psicoanalista arreglárselas con eso y modelar su práctica con respecto a lo que se le requiere. El psicoanálisis acompaña al sujeto en lo que éste plantea como protestas contra el malestar en la civilización. Para la ocasión, se hace acompañar de lo que de mejor tienen el humanismo o la religión. Cualquiera sabe hoy día que encontrará en el psicoanálisis una ruptura con las órdenes conformistas que le apremian por doquier. Cualquiera sabe que si acude al discurso analítico, este discurso se pondrá en marcha para él solo: para él, el Uno solo, como decía Lacan, separado de su trabajo, de su familia, de sus amigos y de sus amores. Lo que el sujeto encuentra en el psicoanálisis es su soledad y su exilio. Sí, su estatuto de exiliado al respecto del discurso del Otro. No es el Otro con una A mayúscula el que está en el centro del discurso analítico, es el Uno solo.

Lacan, sin duda, comenzó a ordenar la experiencia analítica por el campo del Otro, pero fue para demostrar que, en definitiva, ese Otro no existe, no más que la salud mental. Lo que existe es el Uno solo. Un psicoanálisis comienza por ahí, por el Uno solo, cuando uno no tiene más remedio que confesarse exiliado, desplazado, indispuesto, en desequilibrio en el seno del discurso del Otro. En un análisis, se busca un otro del Otro que, esta vez, uno tenga el placer de inventar a su medida, otro supuesto saber lo que atormenta al Uno solo. Por eso, nosotros sabemos que este Otro está destinado a disiparse, a desvanecerse hasta que sólo quede el Uno solo; instruido ya sobre lo que le atormenta, esclarecido como decimos, sobre el sentido de sus síntomas.

¿Diría pues que, al término de la experiencia analítica, ya no soy incauto al respecto de mi inconsciente y de sus artificios? Y eso porque ¿el síntoma, una vez descargado de su sentido no por eso deja de existir aunque bajo una forma que ya no tiene más sentido? Daré un paso más en la ironía en la que me he comprometido si digo que esa es la única salud mental que soy capaz de conseguir. Supone, precisamente, que advenga al campo en el que lo mental se haya desvanecido para dejar desnudo lo real. Para alcanzar ese campo, ese campo último, hay que haber franqueado lo imaginario, lo mental de lo imaginario. Lo mental de lo imaginario está siempre condicionado por la percepción de la forma del semejante. Es esa la unidad fundamental. Evito el chiste "funda-mental" porque no se traduce a todas las lenguas. Esta es la unidad fundamental que Lacan ilustra con el estadio del espejo.

Para Aristóteles, el alma es la unidad supuesta de las funciones del cuerpo y ésta es la que nosotros traducimos en la experiencia del espejo como un alma especular. Se encuentra siempre transitada por una tensión esencial en la que se intercambian sin cesar los lugares del amo y del esclavo. En el estadio del espejo arraigan a la vez la prevalencia del discurso del amo y su paranoia territorial, que hacen del yo una instancia grosera de delirio que no sabría reducir ninguna rectificación autoritaria. Pero, sin embargo, para alcanzar el campo que llamo "campo último", también hay que atravesar lo simbólico y lo mental de lo simbólico. Lo mental de lo simbólico es la refracción del significante en el alma especular. A esa refracción es a lo que se llama el significado. A ese significado esencialmente huidizo, nubloso, indeterminado, metonímico y susceptible sin duda de dar lugar a metáforas y efectos de significación, se le puede llamar el pensamiento.

Su pensamiento, el mío, tiene su rutina, gira en redondo, se le reprime, retorna. Se dice que es el inconsciente cuando se lo descifra y entonces se dice, en el desciframiento, que se alcanza una verdad. Pero, ¡atención, se trata siempre de sentido, es decir de mental, de ideas que os hacéis! Por eso Lacan ha unido con un lazo esencial la verdad con la mentira. El campo último al que me refiero está más allá de la mentira de lo mental. La parte más opaca de lo que Freud llamaba la libido se descubre precisamente ahí. Ese sentido de la libido es el deseo. El deseo está articulado a lo simbólico; se desprende de los significantes como siendo sus significados. Enloquece el alma especular, anima los síntomas. Sin embargo, un análisis introduce una deflación del deseo, que se desinfla y se estaciona como sucede con ese semblante que llamamos el falo y que sirve para pensar la relación entre los sexos. Pero, tanto el deseo como la relación sexual son verdades mentirosas, mentiras de lo mental. Debajo del deseo, una vez atravesada su pantalla fantasmática, hay lo que no miente sin que sea una verdad. Es lo que llamamos goce. El deseo es el sentido y el semblante de la libido, su mentira mental. El goce es lo que de la libido es real. Es el producto de un encuentro azaroso del cuerpo y del significante. Ese encuentro mortifica el cuerpo pero también recorta una parcela de carne cuya palpitación anima todo el universo mental. El universo mental no hace sino refractar indefinidamente la carne palpitante a partir de las más carnavalescas maneras y también la dilata hasta proporcionarle la forma articulada de esa ficción mayor que llamamos el campo del Otro.

Comprobamos que ese encuentro marca el cuerpo con una traza inolvidable. Es lo que llamamos acontecimiento de cuerpo. Este acontecimiento es un acontecimiento de goce que no vuelve nunca a cero. Para hacer con ese goce hace falta tiempo, tiempo de análisis. Y sobre todo, para hacerse con ese goce, sin la muleta, la pantalla y los artificios del inconsciente simbólico y sus interpretaciones. Por eso hablamos de que se trata del inconsciente real, el que no se descifra. El que, por el contrario, motiva el cifrado simbólico del inconsciente. Ese cuerpo no habla sino que goza en silencio, ese silencio que Freud atribuía a las pulsiones; pero sin embargo es con ese cuerpo con el que se habla, a partir de ese goce fijado de una vez por todas. El hombre habla con su cuerpo. Lacan lo dice, el ser hablante por naturaleza. Pues bien, ese cuerpo que no habla pero que sirve para hablar, ese cuerpo como medio de la palabra, es justamente el que se empareja, en rigor, con la salud mental que no existe. Si la salud mental no existe es porque el cuerpo gozante, la carne, excluye lo mental al mismo tiempo que lo condiciona, lo enloquece y lo extravía. Si el hombre ha inventado la relación sexual es para velar el horror de esa carne recorrida por un estremecimiento que no cesa y que es lo que es, como decía Angelus Silesius: sin por qué.

A ese "hablar con su cuerpo" lo traiciona cada síntoma y cada acontecimiento de cuerpo. Ese hablar con su cuerpo está en el horizonte de toda interpretación y de toda resolución de los problemas del deseo. Lo sabemos, los problemas del deseo pueden ser puestos en forma de ecuación; lo sabemos desde Lacan, que se esforzó por hacerlo. Y esta ecuación tiene, sin dudas, soluciones, que son lo que Lacan llamó el pase.

Sin embargo, el goce a nivel del inconsciente real no sabría ser ubicado en una ecuación y permanece insoluble. Freud lo supo antes de que Lacan lo anunciara. Hay siempre un resto con los síntomas. Por eso no hay un final absoluto para un análisis, que dura tanto como lo insoluble siga siendo insoportable. Se acaba cuando el hombre encuentra ahí una satisfacción sin más.

Hasta aquí pues lo que he podido extraer, torturándome los sesos, de una reflexión sobre la inexistencia de la salud mental; hablando con propiedad, lo que se empareja con el significante es "hablar con el cuerpo". Es posible que este asunto sea muy difícil para PIPOL VI, ustedes dirán. Pero si es así, no teman, encontraremos otra cosa. Espero, pues, sugerencias.
 

Traducción: Jesús Ambel
Texto establecido por Yves Vanderveken

viernes, 12 de abril de 2013

El olvido de los sueños

(Resumen)

¿Conocemos el sueño que pretendemos interpretar?, ¿lo conocemos tal como fue en realidad? La infidelidad de la memoria, incapaz de conservar el sueño, las partes más significativa de su contenido, mutila lo que recordamos, aquello sobre lo cual se interpreta. Soñamos más de lo que recordamos y sólo recordamos, con inseguridad, fragmentos. El recuerdo refleja infielmente el sueño: ¿es tan coherente como lo contamos?, ¿o lo llenamos con material ad hoc, lo embellecemos y rectificamos? ¿Cómo confiar en un material así modificado?

Para Freud, nada de esto es problema. Elementos ínfimos e inciertos le resultan más interesantes que elementos conservados con mayor nitidez y certidumbre. Además, todo agregado se explica por una derivación particular: en vez de considerarlo trivial o indiferente, se infiere desde allí un segundo enlace de pensamientos en el contenido latente del sueño. Los rasgos más ínfimos, los matices de la expresión lingüística, son indispensables para la interpretación. Entonces, el relato no es una improvisación arbitraria, recompuesta a toda prisa en el aprieto del momento, sino una especie de “texto sagrado” (en el sentido de que hay que atender a su literalidad).

Efectivamente, desfiguramos el sueño en el intento de reproducirlo (elaboración secundaria), pero ello no es sino un fragmento de la elaboración a que son sometidos los pensamientos oníricos a consecuencia de la censura del sueño; una desfiguración más extensa y difícil de asir se ensañó con el sueño ya desde los pensamientos oníricos inconscientes. Quien cree que la elaboración secundaria extravía el conocimiento del sueño, subestima el determinismo psíquico: nada allí es arbitrario, un itinerario de pensamiento siempre toma el comando, aunque esté alejado del designio del momento. Las alteraciones introducidas en la redacción de vigilia mantienen enlace asociativo con el contenido en cuyo lugar se ponen, indican el camino hacia ese contenido que, a su vez, puede ser el sustituto de otro.

Cuando alguien vuelve a contar un sueño, no lo hace con las mismas palabras. Y bien, los lugares donde se modificó la expresión dan a conocer puntos débiles del disfraz del sueño.

La memoria no conoce garantía alguna y, sin embargo, damos más fe a sus indicaciones de lo justificado objetivamente. La resistencia no se ha agotado ni siquiera con los desplazamientos y sustituciones que impuso, por lo cual se adhiere como duda. Entre pensamientos oníricos y sueño sobrevino una total subversión de los valores psíquicos: la desfiguración sólo fue posible por sustracción de valor. Así, cuando a un elemento desdibujado del contenido onírico se le agrega la duda, podemos reconocerlo como un retoño más directo de uno de los pensamientos oníricos proscritos. En el análisis del sueño, Freud exige abandonar toda la escala de apreciaciones de la certidumbre. La duda es un instrumento de la resistencia psíquica.

La sensación de haber soñado mucho y retener poco, ¿no es más bien haber sentido activo el trabajo del sueño que dejó tras de sí un sueño breve? El sueño se olvida a medida que pasa el tiempo (ajenidad entre vigilia y sueño), pero no hay que sobreestimar el alcance de este olvido: el olvido que interesa es el producido por la resistencia. Más que lo carcomido en el contenido del sueño —que poco importa—, el análisis rescata los pensamientos oníricos; en medio del trabajo interpretativo, emergen fragmentos omitidos del sueño, incluso sueños completos de cuya existencia nada se sabía.

El sueño, como otras “operaciones del alma” (formaciones del inconsciente), persiste en la memoria. Freud reencontró y analizó con éxito sueños suyos acaecidos años atrás (lo antiguo estaba incólume en lo actual): había superado en su interioridad muchas resistencias que en aquella época le perturbaban. Con idéntico procedimiento y éxito trató, tanto sueños de la noche anterior, como sueños de años anteriores. El sueño se comporta como un síntoma neurótico: han de esclarecerse antiguos síntomas ya superados, tanto como los que todavía subsisten y que le hacen al paciente acudir a la consulta; a veces la primera tarea es más fácil que la segunda.

Para percibir fenómenos endópticos (a los que ningún motivo psíquico se opone) es preciso ejercitarse. Pero mucho más difícil es entrar en posesión de representaciones involuntarias; para ello, hay que sofrenar críticas, preconceptos, compromisos afectivos o intelectuales; trabajar con tenacidad, pero también con despreocupación por el resultado. La interpretación de un sueño no se consuma de un golpe: un encadenamiento de ocurrencias puede llevar a un impase y, después, un fragmento atrae la atención y se encuentra el acceso a un nuevo estrato o de los pensamientos oníricos. Una interpretación completa, coherente, que dé razón de todos los elementos del contenido del sueño… admite una sobre-interpretación. Muchas ilaciones de pensamiento inconscientes pugnan por expresarse; el trabajo del sueño se vale de expresiones multívocas… Pero no para dar cabida a interpretaciones “trascendentes” y abstractas, que desvían el interés de las raíces pulsionales del sueño. Cuando el sueño trata de figurar pensamientos abstractos (no susceptibles de figuración directa), echando mano de material alegórico menos difícil de figurar, es el analizante mismo quien hace la interpretación abstracta; mientras que la interpretación correcta la hace un analista.

No todo sueño es interpretable. La interpretación tiene en contra los poderes psíquicos responsables de la desfiguración del sueño. Interpretar es, entonces, un asunto de relación de fuerzas.

Las urdimbres de sueños tienen terrenos comunes y juegan al centro y a la periferia, al complemento, a la secuencia, a la puntuación.

 

“Aún en los sueños mejor interpretados, es preciso dejar un lugar en sombras, porque se observa que de ahí arranca una madeja de pensamientos oníricos que no se dejan desenredar, pero que tampoco han hecho otras contribuciones al contenido del sueño. Entonces ese es el ombligo del sueño, el lugar en el que él se asienta en lo no conocido. Los pensamientos oníricos con que nos topamos a raíz de la interpretación permanecen sin clausura alguna y desbordan en todas las direcciones dentro de la enmarañada red en nuestro mundo de pensamientos. Y desde un lugar más espeso de ese tejido se eleva luego el deseo del sueño”.

 

La vida de vigilia muestra el propósito de olvidar el sueño como un todo, tras el despertar, o bien fragmento a fragmento, durante el día. Pero, entonces, ¿qué posibilitó que el sueño se formara en contra de esa resistencia? De haber reinado la resistencia durante la noche —como lo hace durante el día—, el sueño no habría sobrevenido. Entonces, por la noche, la resistencia pierde parte de su poder; no fue cancelada, pues participa en la desfiguración onírica. Una vez despiertos, vuelve a eliminar lo que se vio forzada a admitir mientras estaba disminuida. El estado del dormir posibilita la formación del sueño por cuanto rebaja la censura endopsíquica.

Para interpretar sueños, se desechan las representaciones-meta que presiden la reflexión; luego se atiende a un único elemento para dar lugar pensamientos involuntarios que sobre él aparezcan; así, elemento por elemento, sin que importe la dirección en que van los pensamientos; al final, se da con los pensamientos oníricos de los cuales nació el sueño. Pero, con asociaciones y sin rumbo, ¿se puede dar con los pensamientos oníricos?, ¿no es un autoengaño? Seguir una cadena de asociaciones y luego tomar otro elemento, ¿no elimina la libertad de asociación al conservarse todavía la memoria de la primera cadena de pensamientos?; así, con pensamientos intermedios, se haría una combinación y, sin verificación alguna, se presenta como el sustituto psíquico del sueño. ¿No es esto es arbitrario, un aprovechamiento ingenioso del azar?

Para Freud, no: por azar no se podría interpretar el sueño. El procedimiento es idéntico al que se sigue en la resolución de síntomas histéricos, certificada por la desaparición de los síntomas. En realidad, al resignar la reflexión y dejar emerger representaciones involuntarias, no nos entregamos a un decurso de representaciones sin meta. Sólo renunciamos a representaciones-meta conocidas; cuando ellas cesan, cobran valimiento representaciones-meta inconscientes que determinan el decurso de las representaciones involuntarias. En ninguna patología hay un discurrir sin reglas, carente de representaciones-meta, de los pensamientos; aún los delirios están provistos de sentido (el hecho de que nos resulten incomprensibles es sólo por sus omisiones). Una censura que no encubre su reinado no remodela nada y elimina sin miramientos todo aquello que suscita su veto. Cuando un elemento psíquico se enlaza con otro por una asociación chocante y superficial, existe entre ambos un enlace correcto que cala más hondo, sometido a la resistencia de la censura.

El predominio de las asociaciones superficiales se da cuando no hay cancelación de las representaciones-meta y cuando hay presión de la censura. Así, sustituyen en la figuración a las profundas cuando son intransitables las vías de conexión.

Si dos pensamientos no suscitan veto, pero sí su relación, pueden entrar a la conciencia sucesivamente; y como la relación permanece oculta, se nos ocurre un enlace superficial entre ellos. Y si cada pensamiento es censurable por su contenido, cada uno aparece modificado; así, los pensamientos sustitutivos reflejan, merced a una asociación superficial, la conexión esencial. En ambos casos, la censura produce el desplazamiento desde una asociación normal y seria a otra superficial y que parece absurda. Por ello, la interpretación de los sueños confía también en las asociaciones superficiales.

Representaciones-meta que no se pueden deponer: relativas al tratamiento, a la persona del analista.

lunes, 8 de abril de 2013

Conferencia Silvia Salman





SILVIA SALMAN
Psicoanalista, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) en Buenos Aires, Argentina; Analista de la Escuela 2009-2012.


Conferencia pública:

"¿Qué justifica un psicoanálisis con un niño?".
Fecha: Jueves 11 de abril
Lugar: Auditorio de la Alianza Colombo-Francesa,
sede Chicó (Cra 11 # 93-40)
Hora: 6:30 PM
Entrada libre


------------------------------------------------------------
-
"¿Qué justifica un psicoanálisis con niños?" .

A cargo de Silvia Salman.
Psicoanalista, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) en Buenos Aires, Argentina; Analista de la Escuela 2009-2012.


    Fecha: Jueves 11 de abril
    Lugar: Auditorio de la Alianza Colombo-Francesa, sede Chicó (Cra 11 # 93-40)
    Hora: 6:30 PM
    Entrada libre
Un niño es un sujeto de pleno derecho y en tanto tal puede ser sujeto de la experiencia analítica. Pero además y fundamentalmente, un niño es responsable de su goce, de su satisfacción y también de su malestar y por ello se justifica una intervención analítica con él.

Aceptar o rechazar un paciente es un acto analítico, tomar o no un niño en análisis también es del orden del Acto. Las entrevistas preliminares que en el análisis con niños incluye también a los padres, forman parte de la ética del psicoanalista en tanto es en el seno mismo de la práctica de estas entrevistas donde se va dirimir si se justifica un análisis con un niño.

¿Existen reglas que digan cuando se debe tomar un niño en análisis y cuando no? ¿De qué parámetros nos servimos para tomar tal decisión? Estas son algunas de las preguntas que nos interpelan a quienes sostenemos una práctica del psicoanálisis con niños. Intentaremos aproximar algunas respuestas.


-

El Cartel es (en) la Escuela

Gabriela Dargenton

El tema señala, en su equivocidad, un desplazamiento de sentido que pone en relación dos formas que implican lógicas colectivas, modos de asociación entre los psicoanalistas para la consecución de un fin común, la obtención de algo con el Otro y en el Otro. Estas formas son el Cartel y la Escuela. Definir al cartel como “siendo” la Escuela, indica cómo “el espíritu” en que se asienta la forma Escuela inaugurada por Jaques Lacan –para la subsistencia del psicoanálisis y la formación de los psicoanalistas- fundamenta al cartel atravesando su constitución, su funcionamiento, su trabajo y su producto –si lo hay-.
¿Qué es este espíritu de la Escuela que el cartel realiza? Si siempre recordamos al cartel como “órgano de base de la Escuela”, es imprescindible ubicar la Escuela como la forma de agrupamiento lacaniana contra las sociedades jerárquicas freudianas, aquellas que, como lo dice Lacan, “Freud las quiso así”. La forma piramidal que Freud vincula a la Iglesia y al Ejército en su texto “Psicología de las masas y análisis del yo”, organiza la forma asociativa contra la que Lacan fundará su Escuela. Para Freud, lo recuerdo, esa masa homogénea mira al líder, que como punto álgido del Ideal, no hace más que suturar y taponar toda singularidad. Al mismo tiempo, soldados o feligreses se identifican unos a otros con una alineación horizontal, es decir parejitos, hermanos, e hijos del padre. Contra esto, la Escuela como experiencia inaugural, contraexperiencia de dichas sociedades. En la Escuela entonces, la pirámide se transforma en campo “donde cada cual tendrá vía libre para demostrar qué hace con el saber que la experiencia deposita”[1]. Si se trata de un campo donde hay “cada cual” con su saber, entonces donde allá estaba la identificación horizontal de la masa uniforme, acá ubico más bien un lazo asociativo tal que organiza un Otro agujereado; podríamos decir que a una psicología de las masas correspondiente a las sociedades analíticas, se contrapone una topología colectiva de la Escuela cuya lógica es preciso extraer.
Esta lógica colectiva, solamente se extrae de la subjetivación singular de cada uno de la experiencia de la Escuela. De esta manera se produce una paradoja: hay un agujero en el predicado de qué es un psicoanalista. Vale decir que mientras que es tarea de la Escuela la verificación de que “analista haya”, es también su tarea velar porque ese hallazgo no sature el espacio para todos: “No todo ser que habla podría autorizarse a hacer un analista. Lo prueba que el analisis es necesario para ello, pero no es aún suficiente. Sólo el analista, o sea no cualquiera, no se autoriza mas que por sí mismo. (…) que las oportunidades sean grandes para cada uno, las deja para todos insuficientes.”[2]
Varios binomios organizan la política de la Escuela: el conjunto y lo singular; el uno y lo múltiple; el Ideal y el agujero de saber; incompletud – inconsistencia; la formación y la producción del psicoanalista, etc. Ahora bien, si el cartel es la Escuela, en el sentido que re-sucita su espíritu, cada uno de estos pares encuentra su lugar en la vida del cartel. El cartel es la Escuela porque tanto ella como él han sido construidos como artefactos antipedagógicos que hacen ex -sistir lo imposible de enseñar. Cada uno que allí se enrola debe correr el riesgo por sí mismo y con el Otro, a riesgo del fracaso de la obtención del saber.
Llamó mi atención que en el texto institucional de 1980, J Lacan cuando funda la Escuela de la Causa Freudiana a partir del cartel, dedica a renglón seguido un desarrollo sobre las mujeres y el goce, y lo antecede diciendo: “abrevio aquí la puesta a punto necesaria para la puesta en marcha”[3] Vale decir que hay un vector que vincula siempre la forma femenina del amor y del goce con la producción y la formación del analista.
El Cartel del Pase es (en) la Escuela
Parafraseando a Lacan se podría decir que el cartel del Pase es un cartel que no es como los demás. ¿En qué? Desde su constitución –que es relativa a un reglamento interno institucional que va modificando su forma según el movimiento político que sea necesario ajustar- hasta su función de juicio, que conforma parte del producto de la elaboración colectiva, el cartel del Pase hace existir cada vez a la autoridad analítica que verifica que “allí hay del analista”[4]. Hay otros elementos que lo hacen no ser como los demás como por ejemplo el trabajo con el éxtimo luego de la elaboración del cartel, pero no me detendré. Ahora bien, en lo atinente al trabajo que anima, él es como los otros. El cartel está siempre a la espera de ser enseñado por el testimonio que cada pasador lleva al cartel. Esta “posición” con la que, en mi experiencia, se disponía el cartel al trabajo de Escuela, diré que podría ser análoga a la del saber del analista: una posición de docta ignorancia; cada caso un caso nuevo. Una exploración, una investigación sobre cómo ha hecho cada uno para volverse psicoanalista, ¿qué fue lo que encontró en su vida para que este bicho le pique y quiera salir de la clausura de la experiencia analítica para decírselo al Otro, habiendo partido toda la historia de un sufrimiento sintomático?
La del cartel del Pase, es una experiencia totalmente incomparable, y al ras de la clínica, donde ningún elemento de la jerarquía imaginaria institucional pesa pues se trata de escuchar un relato, que implica un grado de escritura sobre las consecuencias que puede tener el discurso analítico, en la vida de las personas.
Cada cartelizante advierte al final, o a la hora de las presentaciones a las que somos invitados, que ha perseguido un punto de interés y que esto ha constituido un rasgo de investigación en el cartel. El cartel del Pase es la experiencia mas vivida del anudamiento ineliminable que para el psicoanálisis lacaniano hay entre política- clínica y episteme, y de cómo hay allí un modo donde la Escuela releva la formación que ella dispensa.
En mi experiencia de Escuela tuve tres modos de relacionarme al cartel del Pase, intentaré transmitirles algo de esta traslación. La primera como pasante, es decir cuando pedí hacer la prueba del Pase y testimoniar sobre lo que ocurrió a lo largo del análisis y su conclusión.
En esa experiencia, el cartel tomaba la forma de “la Escuela quiere saber” –porque no sabe-. Es decir que vaciado el fantasma oral del Otro y caído totalmente el SsS, yo podía “alimentarla”, darle de comer. No había en mí ninguna relación a que el Otro supiese nada o sea, la presencia en la Escuela del agujero en el saber, que señalé más arriba. De esta manera podemos decir que el cartel del Pase ex –siste a los dichos del pasante, es un real cuya presencia empuja por fuera de la elaboración del pasante a los pasadores.
La segunda relación la cartel fue mas bien un segundo tiempo del decir con la Escuela, fue un aprés-coup del primero, como si eso que se había mantenido como real por fuera de los dichos, volviese con forma de escritura. Ese tiempo fue el de la recepción y la subjetivación del dictámen del cartel. Único momento en que cartel y pasante se relacionan. Se trata de una escritura que, en mi caso, produjo la causa de tres testimonios. La precisión de esas líneas, tildaron –a modo de palabras clave- aquello que en mi decir señalaba la experiencia de lo mas real de la cura. Mi decir había pasado y volvía a mí iluminando el síntoma a desarrollar en los tres años de enseñanza.
La tercera relación al cartel, fue ya como miembro, adentro del cartel. Lo antes dicho vale por mi experiencia. Sólo agrego que mi punto de interés fue investigar cómo la demanda de alivio del sufrimiento, la demanda siempre terapéutica pasa a querer alcanzar la experiencia del síntoma vía el deseo del psicoanalista.
El cartel del Pase es (en) la Escuela porque como aparato antididáctico, él constituye un destino privilegiado donde es posible demostrar “lo que cada quien ha hecho con el saber que la experiencia deposita”. Llevar los análisis hasta el fin, probar la fuerza de querer lo que se desea es una chance pero también constituye nuestro imperativo ético para la subsistencia del psicoanálisis en el porvenir.
Notas
  1. Lacan J. Decolaje o despegue de la Escuela, en: Escansión Nueva Serie Nº1, Editorial Manantial, Buenos Aires, 1989, pág 24.
  2. Lacan J. Nota italiana, en: Uno por uno N 17, 1991, pág. 16.
  3. Lacan J. Decolaje o despegue de la Escuela, en: Escansión Nueva Serie N1, Editorial Manantial, Buenos Aires, 1989, pág 24.
  4. Lacan J. Nota italiana, en: Uno por uno N 17, 1991, pág. 17.