lunes, 8 de julio de 2013

El goce femenino en el Siglo XXI

Entrevista a Leonardo Gorostiza, realizada por
María do Carmo Batista para la Carta de São Paulo [CSP]. 

CSP: Lo simbólico se presenta muy alterado en el Siglo XXI, siendo ese el tema del Congreso de la AMP-2012, en Buenos Aires. ¿Sería posible decir que hay también cambios estructurales en lo femenino? 

Leonardo Gorostiza: No me atrevería a afirmar algo así sin haber definido antes y en profundidad qué entendemos por “cambios estructurales en lo femenino”. Tal vez, el trabajo durante las Jornadas eche luz sobre este punto y permita esbozar algunas respuestas. Pero lo que sí conviene aclarar es cómo entendemos la formula “la feminización del mundo”, fórmula reiterada desde hace ya varios años para señalar la reconfiguración de los sexos que acontece en este nuevo siglo.
En un sentido, con esa fórmula se designa el ascenso cada vez más importante de las mujeres a funciones antes reservadas a los hombres. El campo de la política es uno de los lugares privilegiados donde esto se manifiesta. Que en este momento sean dos mujeres las presidentas de Brasil y Argentina, podría ser leído como un ejemplo de dicha feminización. Sin embargo, ¿por qué no ver que el hecho de ocupar esas funciones habla más bien de una democratización de la política para ambos sexos que de una transformación “estructural” –para retomar la palabra que quedó en suspenso- que suponga una feminización verdadera? En este sentido, pienso que hay al menos dos ejes posibles para estudiar dicha feminización o, retomando una reciente expresión de Jacques-Alain Miller, “la aspiración a la femineidad” de este Siglo XXI.
Por un lado, en lo más evidente: el actual predominio de redes sociales sin un centro unificador aparente —como las de Internet— que son afines a la lógica del “no todo”, propia de la sexuación femenina, y no a la lógica del “todo”, que resume el Edipo freudiano hoy en declinación.
Por otro lado, pienso que habría que localizar ejemplos, tanto clínicos como sociales, donde se manifieste un goce que —como el femenino— no puede ser puesto en palabras. Dicho de otro modo, se trataría de intentar localizar manifestaciones de goces rebeldes al saber y, por lo tanto, imposibles de negativizar.
Esto sería seguir la huella clínica de esa temprana fórmula de Lacan sobre el goce femenino en “Ideas directrices para un congreso sobre la sexualidad femenina”, donde lo definía como “el esfuerzo de un goce envuelto en su propia contigüidad” para realizarse a porfía del falo. Lo cual puede ser leído como un goce que tiende a realizarse desafiando la significantización, es decir, a porfía del significante. 

C.S.P.: Lo femenino, la mujer, la histérica, son tres grandes argumentos para el psicoanálisis, estrechamente enlazados. ¿Cómo, hoy día, diferenciarlos, una vez que la función fálica se encuentra enflaquecida? 

L.G.: ¡Vaya pregunta! ¡Llevaría —como suele decirse— un seminario entero responderla! Entonces, voy a introducir tan solo una precisión a modo de una cuestión preliminar. Entiendo que no va de suyo que con la declinación del Nombre del Padre se produzca una debilitación de la función fálica. En su última enseñanza, ya situada más allá del Edipo, Lacan no dejó de señalar otras facetas de la función fálica, especialmente aquellas ligadas al falo en cuanto Φ, y no como significación fálica. Ocurre que Φ es lo que, en cuanto letra, precisamente escribe el goce singularísimo imposible de negativizar. O sea que hay una faceta del falo que, lejos de excluirlo, se liga a lo femenino en tanto tal.
Pienso que este tipo de precisiones —puede haber otras— son fundamentales para intentar despejar cómo se reubican desde esta perspectiva los tres “argumentos” que usted mencionaba. 

C.S.P.: ¿Hay en el psicoanálisis alguna forma de idealización de lo femenino? 

L.G.: No diría “en el psicoanálisis” sino “por los psicoanalistas”. Ciertamente es una tendencia sobre la cual hay que estar advertidos. Sería una contradicción hacer de lo femenino un Ideal ya que implicaría reducirlo a un significante... ideal. Mientras que, por lo que venimos diciendo, lo femenino en tanto tal es rebelde al esfuerzo de significantización. En cierto modo, creo se puede decir que lo femenino comparte con el objeto de la pulsión el hecho de situarse a distancia del ideal desde el cual un sujeto podría verse como amable. ¡Las mujeres pueden ser muy amables, pero no hay que confundir “lo femenino” con las mujeres!
Otra cosa, es la afinidad de lo femenino con la letra, que es otro registro del significante. La letra, al igual que una mujer, no puede decir lo que es, en tanto mujer. De allí su silencio. 

C.S.P.: El goce femenino, por ejemplo, es muchas veces considerado un objetivo a ser alcanzado en la experiencia analítica. ¿Cómo usted piensa eso? 

L.G.: Pienso que no convienen aquí las respuestas generales. Por lo tanto voy a responder a partir de lo que aconteció en mi propia experiencia analítica.
Por un lado, puedo afirmar que el momento de pase en mi análisis no implicó para mí ningún acceso a una experiencia de goce femenino, es decir, a una experiencia de goce suplementario comparable a una experiencia mística, tal como Lacan lo describe en su Seminario Aún. Sin embargo, el pasaje de una lógica de la “medida”, ligada a (-j) e inducida por el significante del síntoma —en mi caso, “el calzador”—, a un más allá de dicha lógica, señalado por la invención del nombre del sinthome, “el-calzador-sin-medida”, se tradujo en mi experiencia en dos efectos: Primero, la superación de un cierto rechazo a lo femenino, y una nueva disposición a acceder y alojar lo inconmensurable, y por lo tanto, lo singular. Segundo, el establecimiento de una nueva alianza con un goce imposible de negativizar, y esto con el correlato de un novedoso efecto de vivificación.
Lo cual, no es poco, si tenemos presente lo que implica para “todo” hombre acceder a poner distancia con la lógica edípica, que es donde se funda el delirio de la “norma” (norme male). Así mismo, si tenemos presente que lo que Lacan despejó en la vía del goce femenino luego lo generalizó hasta hacer de ello el régimen del goce en tanto tal, es decir, imposible de negativizar y que, en cuanto in-simbolizable e indecible, tiene afinidades con lo infinito (ver el Curso de J.-A. Miller L’Être et l’Un), podría concluir que una nueva alianza con dicho goce presupone entonces una cierta aquiescencia a la feminización.
Tal vez allí resida un secreto para pensar —desde otro ángulo que el del objeto a— la insistencia de Lacan en señalar la homología que existe entre la posición del analista y la posición femenina. 

C.S.P: Los síntomas en el Siglo XXI, ¿conducen a un aumento de la pulsión de muerte? 

L.G.: Me permito modificar la pregunta. En vez de interrogar si los síntomas en el Siglo XXI “conducen a”, preguntarnos “si están animados por” un aumento de la pulsión de muerte. Esto —además de constatarse— es lo que se deduce de nuestra caracterización de la época como la del Otro que no existe y del ascenso del objeto a al cenit de lo social. Es decir, una época donde resulta muy claro el predominio del superyó en detrimento de los Ideales y del Nombre del Padre. De allí que hoy en día la faz de goce de los síntomas sea algo tan manifiesto, como también lo es el rechazo del inconsciente, que lógicamente lo acompaña. Sabemos de la dificultad de los sujetos de esta época en preguntarse qué es lo que sus síntomas quieren decir.
Desde esta perspectiva, nuestra época parece corroborar aquello de lo que Freud testimonió en “El malestar en la cultura”. Es decir, del fracaso del significante Ideal y del amor, del fracaso del programa de Eros, para resolver el problema del goce. Dicho de otro modo, que allí donde esperábamos encontrar la libido y el amor (Eros), no encontramos otra cosa que el funcionamiento ciego y paradojal de Tánatos; que cuando esperábamos encontrar la agregación y la constitución de unidades superiores, no encontramos otra cosa que la desagregación propia de la pulsión de muerte.
En este sentido, no debemos olvidar —según lo subrayado hace tiempo por Jacques-Alain Miller— que el concepto de goce en Lacan incluye, en una suerte de anudamiento y clivaje interno, tanto la libido (Eros) como la pulsión muerte (Tánatos). Por ello, el goce se trata de una satisfacción que incluye esa dimensión desagregativa y autodestructiva que es la de la pulsión de muerte. Esto es algo de algún modo ya adelantado por Lacan en su Seminario 11, cuando no dudó en afirmar que toda pulsión es pulsión de muerte. 

C.S.P.: El goce femenino, ¿podría contraponerse a esa ampliación? O, al revés: ¿el goce femenino puede caminar en la misma dirección de la pulsión de muerte? 

L.G.: De lo que acabo de decir podría deducirse esto último. Freud mismo lo dio a entender cuando, al caracterizar las masas artificiales —la Iglesia y el ejército— situó la exclusión de las mujeres como uno de sus fundamentos.
Efectivamente, si la masa obtiene la fuerza de su ligazón de la sublimación de las tendencias homosexuales —tal como Freud se expresa—, la presencia de las mujeres podría obrar en contra de dicha ligazón, de dicha agregación. ¡Es cierto que eran otras épocas! ¡Ahora hay mujeres en el ejército! ¡Es la feminización del mundo de la que antes hablábamos! Pero es la lógica que sigue Freud lo que me interesa para intentar responder a su inquietante pregunta.
Al mismo tiempo, la fórmula de Lacan que antes recordaba acerca del goce femenino como un goce envuelto en su propia contigüidad que se realiza desafiando al falo, se inscribe en este mismo sentido. Y, sin ir más lejos, hace no mucho tiempo y precisamente en Brasil, en Río de Janeiro 2008, Éric Laurent —también a propósito del goce— decía que Lacan consideraba que la clínica psicoanalítica demuestra que la erótica y la muerte están articuladas, y que el sujeto puede dar a su objeto de amor o de goce, la figura de la mujer fatal. Es decir, una figura “democrática” de Medea. Si además tenemos presente cuántas veces se constata en nuestra práctica que las mujeres tienen una particular disposición para encarnar el superyó de un hombre...
Sin embargo, si tomamos la cuestión desde otro ángulo, la cosa se ilumina y no resulta tan sombría. Voy al grano. Sus preguntas me han permitido darme cuenta de algo. Que si hacemos coincidir estrechamente la vía del goce femenino con la de la pulsión de muerte, podríamos llegar a una conclusión inesperada: que en función de las afinidades de la posición del analista con lo femenino, el análisis —su final— apuntaría a la pulsión de muerte. ¡Para nada es así! ¡Muy por el contrario! Porque en el horizonte del psicoanálisis hay una ética que no se confunde con la del superyó y, por lo tanto, no apunta ni se confunde con la pulsión de muerte. De este modo, lejos de dar consistencia a esa figura cruel y feroz que las mujeres pueden, llegado el caso, encarnar para un sujeto en su neurosis, la perspectiva del psicoanálisis, de su final, se sitúa en relación a otro horizonte que es el de un vaciamiento de dicha figura.
Porque no hay que olvidar que el imperativo del superyó, como tal imposible de cumplir, se ubica en el horizonte de un “todo posible”. Y es precisamente en la medida en que ese lazo de sujeción al todo se deshace, dando lugar a una nueva alianza con el goce ahora en su singularidad, que entonces puede tener lugar una inédita experiencia de vivificación.
Una experiencia de vivificación correlativa a que allí, donde el silencio de la voz áfona del superyó no cesaba de vociferar, pudo advenir otro tipo de silencio, el silencio de lo que una mujer, en tanto tal, jamás podrá decir.