miércoles, 1 de mayo de 2019

Los odiadores: El arrebato del goce - Marián Brando



Nada concentra más odio que ese decir
donde se sitúa la ex – sistencia.
Lacan, 1973. S. XX. p. 147.

Ya hace un tiempo en mi país, nos volvimos odiadores del otro. Venezuela ha sido distintas cosas para unos y otros en distintos momentos: para unos fue escenario de pobreza y miseria, mientras otros la vivieron próspera y bonita; luego para esos unos parece que fue algo mejor y los otros comenzaron a experimentar la merma de sus condiciones de vida. Pareciera que ahora finalmente, empezamos a estar de acuerdo… hoy – lamentablemente y desde hace relativamente poco – todos vivimos el mismo país en crisis.

La crisis que todos compartimos tiene que ver con un país con la ley dislocada, definido por un estado descompuesto con todo lo que esto implica, y cuando digo descompuesto, no me refiero solo a lo averiado, lo defectuoso, hablo de eso dañado y vivo, de lo podrido que redobla así sus efectos. Un estado que dejó de ser capaz no solo de regular, de organizar la vida de sus ciudadanos, si no que se muestra incapaz e indolente frente a la problemática que los aqueja, no puede garantizar el agua, la luz, la comida, las medicinas, la seguridad o el transporte y frente a esta desregulación, frente a la presencia descarada, incluso premeditada, estridente, de Otro completo, aplastante cada uno hace como puede. En esa solución desarreglada los síntomas se hacen escandalosos, su sustancia se reduplica, cada uno a su suerte cada minuto del día, en medio de las ruinas de un acuerdo social hecho trizas.
En el vacío estructural que la política llena de leyes y promesas, emerge un Otro caprichoso, autoritario, en ocasiones estruendosamente ausente, y frente a el cada subjetividad responde, aparece el delirio, la angustia se extrema, el ideal de sacrificio se consolida, las certezas se agudizan, y otros se aprovechan. Si no hay ley común, cada quién hace valer la propia. En un proceso hiperinflacionario pocas cosas pueden preverse, se vive al día, no puede planificarse el deseo, lo cotidiano arrasa lo posible en futuro, y la vida se reduce al tiempo verbal presente, la expectativa se trunca y queda lo inmediato, lo poco que sea posible de vez en vez. Todos encasillados en el registro de lo necesario, las opciones que abren la puerta a lo elegible que singulariza, escasean. Espacios deteriorados, lugares deprimidos, desatendidos, cerrados o quizá agradables, pero tan caros que expulsan a la mayoría. En ellos hacen vida rodeados de lo que no funciona más, o funciona a medias; hacen vida en una especie de tensión permanente, entre la desazón y el esfuerzo por proveerse un instante de satisfacción, un respiro.    
Adicional a esto un elemento en particular ocurrió al interior de la familia, precisamente con los lazos, y es a lo que quiero referirme puntualmente, a partir de la temática que hoy nos ocupa: el odio. Pasó el tiempo y el país quedó partido entre chavistas y opositores, los significantes se fueron deslizando, tomando un tinte cada vez más injurioso. Podría decirse que se instauró un gobierno y todos comenzamos casi sin darnos cuenta a definirnos con relación a el, dejamos de ser Marián, Andrea, Fernando, dejamos de ser primos, tíos, vecinos, dejamos de ser maestros, plomeros, ingenieros, para ser solo opositores o chavistas. De esta fijeza identificatoria devienen dos bandos, y así, aglutinados a punta de ideales y quien sabe ya qué más, cada cual quedó pegado, fundido, en su “tendencia política”; ya planteados como opuestos y enemigos, esta identificación se hizo cada vez más estrecha, más indivisible, quedamos representados exclusivamente por nuestra tendencia política, y el desacuerdo se fue apasionando hasta estallar en odio. Un barrido simbólico brutal, una especie de exfoliación en masa y masiva del contenido simbólico que cada uno como sujeto y que todos como ciudadanos habíamos construido, abre la posibilidad de odiar. Me pregunto ¿Cómo nos convertimos en enemigos? ¿Cuándo nos hicimos odiables y odiadores?
Por un lado la escena imaginaria arropó al país, el elemento simbólico que acolchaba, que lubricaba el artefacto responsable de hacer rodar los lazos se fue agotando, dándole paso a esta petrificación binaria <chavista–opositor>, una significación que no se desliza, que parece funcionar en automático y a partir de la cual todo lo distinto es respondido con un desprecio conectado en directo a las tripas. Así, con la palabra un poco expulsada, sin preguntas sino armados con certezas despectivas sobre el otro, siguió pasando el país, y cada bando se dio su explicación un poco colectivizable, algunas las puedo citar: “Chávez nos dividió”, “este es ahora el país de los malandros” se decía en La oposición, es decir, el Otro responsable; y del otro lado “nosotros los pobres siempre les hemos dado asco”, “pitiyanquis, vende patria”, en este caso, también el Otro, pero el Otro de la historia y el Otro bajo la forma de imperio. La misma posición: la responsabilidad puesta afuera fue argumento suficiente para segregar, para descalificar, para odiar.
La familia separada por fronteras geográficas y subjetivas, trae a escena algo de lo insoportable. Y en algún momento dejamos de escucharnos, pero no por desdén o por fastidio, sino porque la palabra del otro distinto se hizo insoportable. Pasó algo llamativo con el lenguaje en mi país, el argumento se esfumó, y cada bando se plegó a los significantes que ostentaron sus líderes, se oye el coro de dos o tres palabras o consignas de lado y lado; extrañamente muchas premisas comenzaron a servir para todos. Unos llamados bestias, acostumbrados a que todo se les dé, desdentados, tarifados, ignorantes y otros llamados disociados por la mediática internacional, traidores a la patria, escuálidos, ricachones, brutos. Y es importante decir, que en este escrito cuando hablo de odiadores, me refiero a ese que tienes al lado, que no ocupa un cargo en el gobierno, que no es parte de la dirigencia opositora, que no es militante de ningún partido, ese que sufre contigo la crisis independientemente de las razones que le acuña, ese que antes era otra cosa y no descarnadamente chavista u opositor, ese.
En la elaboración de este escrito me pregunto ¿Qué es el odio?, ¿es posible a partir de los que he descrito, llamarnos odiadores?. Freud lo definió así en “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915): “El odio es, como relación con el objeto, más antiguo que el amor, brota de la repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior”(P.133), y diez años más tarde, ya nombrada la pulsión de muerte, en el texto “La Negación”, agrega: “lo malo, lo extraño al yo y lo exterior son para él en un principio idénticos […] El yo placer originario incorpora lo bueno y expulsa o arroja de sí lo malo. Lo hostil, se vive entonces como ajeno, extraño”. Esta lógica ubicada con Freud a partir de la Ausstossung o expulsión primordial, permite decantar la pregunta: ¿qué es lo que se odia? o ¿qué de mi odio en el otro?.
Para intentar desentrañar esta cuestión, quiero resaltar un elemento que añade Lacan, en su comentario Sobre la Verneinung de Freud (1954): “Es así como hay que comprender la introducción en el sujeto y la expulsión fuera del sujeto. Es esta última que constituye lo real, en tanto es el dominio de lo que subsiste fuera de la simbolización”. Diremos entonces que cuando hablamos de odio, algo de lo real se juega y adicionalmente eso real que parece estar fuera del propio sujeto, es una parte de sí mismo. Miller en su curso “Extimidad” sitúa tales elementos, indicando que en el odio al otro, hay algo más que la agresividad imaginaria, el odio es consistencia que la supera y que apunta a lo real del Otro. A partir de esto plantea la siguiente cuestión: “¿Qué hace que este Otro sea Otro como para que se lo pueda odiar en su ser? Pues bien, es el odio al goce del Otro… Se odia especialmente la manera particular en que el Otro goza.”
La lectura que se propone del fenómeno social seleccionado, atraviesa las identificaciones y los ideales, y alcanza a agitar lo real en juego en esta posición de odiadores. Si lo que se odia es la manera de gozar del Otro, ¿qué podríamos decir sobre estas maneras de gozar enfrentadas?. Dice Miller en Extimidad: “Por supuesto, bajo esta intolerancia al goce del Otro, se enganchan identificaciones históricas que tienen al mismo tiempo una gran parte de inercia y de variabilidad”.
Quisiera detenerme en este punto, pues considero que es necesario decir algo sobre esas identificaciones históricas en el caso de Venezuela. El petróleo. Históricamente la idea base parece ser, que el petróleo tendría que ser ese goce compartido del que deberían usufructuarse sino todos, al menos la mayoría de los venezolanos, el conjunto. Y sin embargo es un elemento que introdujo clases, en tanto quién usufructúa más que quién. Antes de Hugo Chávez la renta petrolera también fue tomada a beneficio de unos pocos, la corrupción y algunos arreglos invertidos en estratos sociales reducidos ordenaron la dinámica social, el resultado fue una gran mayoría sumida en la pobreza, un porcentaje mucho menor viviendo como clase media y un mínimo con mayores posibilidades.
Esto le da existencia a un agujero en el tejido social, una falencia profunda, que es tomada por Chávez haciendo que los dos bandos tomen cuerpo, y por la dirigencia opositora, que también apuntaló los bandos, en su intensión de restituir el estado anterior, todo esto hasta llegar al caos dictatorial actual. Ambas lecturas, le dieron consistencia a una sola afirmación: la del robo, el arrebato. Así las cosas el petróleo, tesoro insigne de Venezuela, ha sido un instrumento de dominación y segregación. Se odia al otro por lo que nos robó y por la manera en que vive con lo que nos robó, se le imputa al prójimo un goce excedente que nos pertenece.
Recordemos que el estatuto del objeto a es el de un objeto sustraído, robado por el otro; siendo así, la segregación desatada a partir de la dialéctica entre los odiadores, parece encuentra una matriz en el discurso social y político: la premisa “no tienes porque te lo quitaron”, afirmación a partir de la cual se aloja el odio en lo singular y se multiplica a escala colectiva. De un lado nunca tuvieron porque los otros tenían en exceso, es el lado del chavismo que se ubica en frases como: “la renta petrolera para unos pocos, los pobres de siempre sosteniendo el país de un grupito”, y del otro lado donde ahora no tienen porque el otro se los quitó, se oye: “Todo lo que te ganaste con esfuerzo y trabajo ellos lo quieren regalado, quieren robarte lo que es tuyo”.
Y así, nosotros y ellos, ellos y nosotros, todos vengando lo que suponemos arrebatado, a través de una <odiazón> sin bordes, quedamos sumergidos en una lógica insoluble. Uno de los envoltorios de la extimidad, si hablamos en términos sociales, es el discurso del amo, que libra de la sensación de extimidad precisamente provocando la impresión de que lo inquietante, lo opresivo, viene del exterior, el otro machacado por el gobierno venezolano en todas sus facetas, el burgués, el imperio, el vecino, y una larga fila de etcéteras, alejan a muchos del propio odio a la vez que automáticamente segregan con su enunciación. La oposición con sus ideales de optimismo y transparencia, machacan la primacía de la voluntad a quienes hacían parte del grueso de la miseria en la Venezuela antes de Chávez, quienes con su carne constataron otra cosa, oyen un solo eco en mil enunciados: si no tuviste es porque no quisiste, y así quienes quisieron a voluntad quedan bien librados. Desde el descubrimiento de los yacimientos petroleros mil revoluciones con r minúscula, y hoy en día, atascados en el barro producto de tanta vuelta comandados por el mismo amo, con el nombre de partidos políticos distintos.
Termino citando a Graciela Brodsky en su texto “Las paradojas de la segregación”: “…el punto de vista del psicoanálisis es distinto, puede interpretar estos fenómenos, explicar la lógica que los sostiene, pero en el fondo, lo que el psicoanálisis revela, es que la única segregación que cuenta es la segregación que no se produce respecto del Otro sino respecto de lo imposible de soportar de uno mismo.” Si revisamos lo imposible de soportar para cada uno de nosotros, el otro odiado comienza a desvanecerse, para eso hay que querer encontrar el modo de tomar distancia de lo odiado y tener el coraje de ver qué encontramos.
Abril de 2019

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