Entrevista
a Leonardo Gorostiza, realizada por
María do Carmo Batista para la Carta de São Paulo [CSP].
CSP: Lo simbólico se presenta muy
alterado en el Siglo XXI, siendo ese el tema del Congreso de la AMP-2012, en
Buenos Aires. ¿Sería posible decir que hay también cambios estructurales en lo
femenino?
Leonardo Gorostiza: No me atrevería a afirmar algo así sin haber definido antes y en
profundidad qué entendemos por “cambios estructurales en lo femenino”. Tal vez,
el trabajo durante las Jornadas eche luz sobre este punto y permita esbozar
algunas respuestas. Pero lo que sí conviene aclarar es cómo entendemos la
formula “la feminización del mundo”, fórmula reiterada desde hace ya varios
años para señalar la reconfiguración de los sexos que acontece en este nuevo
siglo.
En un sentido, con esa fórmula se
designa el ascenso cada vez más importante de las mujeres a funciones antes
reservadas a los hombres. El campo de la política es uno de los lugares
privilegiados donde esto se manifiesta. Que en este momento sean dos mujeres
las presidentas de Brasil y Argentina, podría ser leído como un ejemplo de
dicha feminización. Sin embargo, ¿por qué no ver que el hecho de ocupar esas
funciones habla más bien de una democratización de la política para ambos sexos
que de una transformación “estructural” –para retomar la palabra que quedó en
suspenso- que suponga una feminización verdadera? En este sentido, pienso que
hay al menos dos ejes posibles para estudiar dicha feminización o, retomando
una reciente expresión de Jacques-Alain Miller, “la aspiración a la femineidad”
de este Siglo XXI.
Por un lado, en lo más evidente:
el actual predominio de redes sociales sin un centro unificador aparente —como
las de Internet— que son afines a la lógica del “no todo”, propia de la
sexuación femenina, y no a la lógica del “todo”, que resume el Edipo freudiano
hoy en declinación.
Por otro lado, pienso que habría
que localizar ejemplos, tanto clínicos como sociales, donde se manifieste un
goce que —como el femenino— no puede ser puesto en palabras. Dicho de otro
modo, se trataría de intentar localizar manifestaciones de goces rebeldes al
saber y, por lo tanto, imposibles de negativizar.
Esto sería seguir la huella
clínica de esa temprana fórmula de Lacan sobre el goce femenino en “Ideas
directrices para un congreso sobre la sexualidad femenina”, donde lo definía
como “el esfuerzo de un goce envuelto en su propia contigüidad” para realizarse
a porfía del falo. Lo cual puede ser leído como un goce que tiende a realizarse
desafiando la significantización, es decir, a porfía del significante.
C.S.P.:
Lo femenino, la mujer, la histérica, son tres grandes argumentos para el
psicoanálisis, estrechamente enlazados. ¿Cómo, hoy día, diferenciarlos, una vez
que la función fálica se encuentra enflaquecida?
L.G.: ¡Vaya pregunta! ¡Llevaría —como suele decirse— un
seminario entero responderla! Entonces, voy a introducir tan solo una precisión
a modo de una cuestión preliminar. Entiendo que no va de suyo que con la
declinación del Nombre del Padre se produzca una debilitación de la función
fálica. En su última enseñanza, ya situada más allá del Edipo, Lacan no dejó de
señalar otras facetas de la función fálica, especialmente aquellas ligadas al
falo en cuanto Φ, y no como significación fálica. Ocurre que Φ es lo que, en cuanto letra, precisamente escribe el goce singularísimo
imposible de negativizar. O sea que hay una faceta del falo que, lejos de
excluirlo, se liga a lo femenino en tanto tal.
Pienso que este tipo de
precisiones —puede haber otras— son fundamentales para intentar despejar cómo
se reubican desde esta perspectiva los tres “argumentos” que usted mencionaba.
C.S.P.:
¿Hay en el psicoanálisis alguna forma de idealización de lo femenino?
L.G.: No diría “en el psicoanálisis” sino “por los
psicoanalistas”. Ciertamente es una tendencia sobre la cual hay que estar
advertidos. Sería una contradicción hacer de lo femenino un Ideal ya que
implicaría reducirlo a un significante... ideal. Mientras que, por lo que
venimos diciendo, lo femenino en tanto tal es rebelde al esfuerzo de
significantización. En cierto modo, creo se puede decir que lo femenino
comparte con el objeto de la pulsión el hecho de situarse a distancia del ideal
desde el cual un sujeto podría verse como amable. ¡Las mujeres pueden ser muy
amables, pero no hay que confundir “lo femenino” con las mujeres!
Otra cosa, es la afinidad de lo
femenino con la letra, que es otro registro del significante. La letra, al
igual que una mujer, no puede decir lo que es, en tanto mujer. De allí su
silencio.
C.S.P.:
El goce femenino, por ejemplo, es muchas veces considerado un objetivo a ser
alcanzado en la experiencia analítica. ¿Cómo usted piensa eso?
L.G.: Pienso que no convienen aquí las respuestas generales.
Por lo tanto voy a responder a partir de lo que aconteció en mi propia
experiencia analítica.
Por un lado, puedo afirmar que
el momento de pase en mi análisis no implicó para mí ningún acceso a una
experiencia de goce femenino, es decir, a una experiencia de goce suplementario
comparable a una experiencia mística, tal como Lacan lo describe en su
Seminario Aún. Sin
embargo, el pasaje de una lógica de la “medida”, ligada a (-j) e inducida por el significante del síntoma —en mi caso,
“el calzador”—, a un más allá de dicha lógica, señalado por la invención del
nombre del sinthome, “el-calzador-sin-medida”, se tradujo en mi
experiencia en dos efectos: Primero, la superación de un cierto rechazo a lo
femenino, y una nueva disposición a acceder y alojar lo inconmensurable, y por
lo tanto, lo singular. Segundo, el establecimiento de una nueva alianza con un
goce imposible de negativizar, y esto con el correlato de un novedoso efecto de
vivificación.
Lo cual, no es poco, si tenemos
presente lo que implica para “todo” hombre acceder a poner distancia con la
lógica edípica, que es donde se funda el delirio de la “norma” (norme male).
Así mismo, si tenemos presente que lo que Lacan despejó en la vía del goce
femenino luego lo generalizó hasta hacer de ello el régimen del goce en tanto
tal, es decir, imposible de negativizar y que, en cuanto in-simbolizable e
indecible, tiene afinidades con lo infinito (ver el Curso de J.-A. Miller L’Être
et l’Un), podría concluir que una nueva alianza con dicho goce presupone
entonces una cierta aquiescencia a la feminización.
Tal vez allí resida un secreto
para pensar —desde otro ángulo que el del objeto a— la insistencia de
Lacan en señalar la homología que existe entre la posición del analista y la
posición femenina.
C.S.P:
Los síntomas en el Siglo XXI, ¿conducen a un aumento de la pulsión de muerte?
L.G.: Me permito modificar la pregunta. En vez de interrogar si
los síntomas en el Siglo XXI “conducen a”, preguntarnos “si están animados por”
un aumento de la pulsión de muerte. Esto —además de constatarse— es lo que se
deduce de nuestra caracterización de la época como la del Otro que no existe y
del ascenso del objeto a al cenit de lo social. Es decir, una época
donde resulta muy claro el predominio del superyó en detrimento de los Ideales
y del Nombre del Padre. De allí que hoy en día la faz de goce de los síntomas
sea algo tan manifiesto, como también lo es el rechazo del inconsciente, que
lógicamente lo acompaña. Sabemos de la dificultad de los sujetos de esta época
en preguntarse qué es lo que sus síntomas quieren decir.
Desde esta perspectiva, nuestra
época parece corroborar aquello de lo que Freud testimonió en “El malestar en
la cultura”. Es decir, del fracaso del significante Ideal y del amor, del
fracaso del programa de Eros, para resolver el problema del goce. Dicho de otro
modo, que allí donde esperábamos encontrar la libido y el amor (Eros), no
encontramos otra cosa que el funcionamiento ciego y paradojal de Tánatos; que
cuando esperábamos encontrar la agregación y la constitución de unidades
superiores, no encontramos otra cosa que la desagregación propia de la pulsión
de muerte.
En este sentido, no debemos
olvidar —según lo subrayado hace tiempo por Jacques-Alain Miller— que el
concepto de goce en Lacan incluye, en una suerte de anudamiento y clivaje
interno, tanto la libido (Eros) como la pulsión muerte (Tánatos). Por ello, el
goce se trata de una satisfacción que incluye esa dimensión desagregativa y
autodestructiva que es la de la pulsión de muerte. Esto es algo de algún modo
ya adelantado por Lacan en su Seminario 11, cuando no dudó en afirmar
que toda pulsión es pulsión de muerte.
C.S.P.:
El goce femenino, ¿podría contraponerse a esa ampliación? O, al revés: ¿el goce
femenino puede caminar en la misma dirección de la pulsión de muerte?
L.G.: De lo que acabo de decir podría deducirse esto último.
Freud mismo lo dio a entender cuando, al caracterizar las masas artificiales —la
Iglesia y el ejército— situó la exclusión de las mujeres como uno de sus
fundamentos.
Efectivamente, si la masa
obtiene la fuerza de su ligazón de la sublimación de las tendencias
homosexuales —tal como Freud se expresa—, la presencia de las mujeres podría
obrar en contra de dicha ligazón, de dicha agregación. ¡Es cierto que eran
otras épocas! ¡Ahora hay mujeres en el ejército! ¡Es la feminización del mundo
de la que antes hablábamos! Pero es la lógica que sigue Freud lo que me
interesa para intentar responder a su inquietante pregunta.
Al mismo tiempo, la fórmula de
Lacan que antes recordaba acerca del goce femenino como un goce envuelto en su
propia contigüidad que se realiza desafiando al falo, se inscribe en este mismo
sentido. Y, sin ir más lejos, hace no mucho tiempo y precisamente en Brasil, en
Río de Janeiro 2008, Éric Laurent —también a propósito del goce— decía que
Lacan consideraba que la clínica psicoanalítica demuestra que la erótica y la
muerte están articuladas, y que el sujeto puede dar a su objeto de amor o de
goce, la figura de la mujer fatal. Es decir, una figura “democrática” de Medea.
Si además tenemos presente cuántas veces se constata en nuestra práctica que
las mujeres tienen una particular disposición para encarnar el superyó de un
hombre...
Sin embargo, si tomamos la
cuestión desde otro ángulo, la cosa se ilumina y no resulta tan sombría. Voy al
grano. Sus preguntas me han permitido darme cuenta de algo. Que si hacemos
coincidir estrechamente la vía del goce femenino con la de la pulsión de
muerte, podríamos llegar a una conclusión inesperada: que en función de las
afinidades de la posición del analista con lo femenino, el análisis —su final—
apuntaría a la pulsión de muerte. ¡Para nada es así! ¡Muy por el contrario!
Porque en el horizonte del psicoanálisis hay una ética que no se confunde con
la del superyó y, por lo tanto, no apunta ni se confunde con la pulsión de
muerte. De este modo, lejos de dar consistencia a esa figura cruel y feroz que
las mujeres pueden, llegado el caso, encarnar para un sujeto en su neurosis, la
perspectiva del psicoanálisis, de su final, se sitúa en relación a otro
horizonte que es el de un vaciamiento de dicha figura.
Porque no hay que olvidar que el
imperativo del superyó, como tal imposible de cumplir, se ubica en el horizonte
de un “todo posible”. Y es precisamente en la medida en que ese lazo de
sujeción al todo se deshace, dando lugar a una nueva alianza con el goce ahora
en su singularidad, que entonces puede tener lugar una inédita experiencia de
vivificación.
Una experiencia de vivificación
correlativa a que allí, donde el silencio de la voz áfona del superyó no cesaba
de vociferar, pudo advenir otro tipo de silencio, el silencio de lo que una
mujer, en tanto tal, jamás podrá decir.