La pregunta ¿qué
lugar para el ser hablante en tiempos de la pandemia? Surge en estos tiempos
dominados por los discursos de la salud y de los gobiernos en ejercicio en los
cuales parece darse un taponamiento por parte del sujeto humanidad, visto en la
dimensión de universal que representa a la especie humana, del ser hablante definido
por el Uno que lo hace singular como lo propone el psicoanálisis.
De un lado, la
humanidad se enfrenta a un real de la naturaleza que aparece de pronto, del
cual aún no conocemos su ley, pero se espera que los científicos, que hacen parte
de esa humanidad, la encuentren y elaboren una vacuna que impida el contagio. Los
gobiernos a su vez, para defenderse de ese real que se presenta como un enemigo
que hace tambalear su estructura, y apoyados en la autoridad del saber de los
comités científicos, llaman a los sujetos a acogerse a la consigna de salvar
vidas, a tomar una posición de defensa en el confinamiento de los espacios
individuales, y les piden que acepten lo que se impone como norma, pues entre
todos debemos salvar a la especie humana de la amenaza de muerte que se ha instalado,
sin un límite preciso de tiempo que indique que algún día se irá.
De otro lado
está el parlêtre que, como ser de lenguaje, es parte de la humanidad, y que,
por lo tanto, está enfrentado a tal enemigo, pero con la característica que le confiere
el estar causado, cada uno, por un significante Uno que hizo agujero en su
cuerpo confiriéndole su propio real, y su propia singularidad. Un real que
muchas veces irrumpe y le impide someterse a la ley que pretende ser para todos.
Todos al servicio
de la humanidad se impone como consigna. La solidaridad entre unos y otros debe
prevalecer. El sujeto se conmueve por el otro-semejante, con el que se
identifica: él, su familia, sus amigos pueden contagiarse y morir; no hay camas
suficientes, no hay cementerios para enterrarlos. Comentan que el 70 % nos
contagiaremos, “¿cuándo será mi turno?”, se pregunta. Su ser está en peligro,
los semblantes que parecían sostenerlo están caídos, hay un Otro en ruinas,
dice Laurent. “El único reducto que le queda a cada sujeto es sentirse parte de
la humanidad”, parece repetir el coro.
Entonces, todos
debemos someternos a las leyes surgidas bajo el asesoramiento de los comités
que dictaminan el camino a seguir, aunque el dictamen esté lleno de oscuridad.
Es una posición ética, un compromiso social y así lo aceptamos, más allá de que
estas normas exijan grandes y diferentes constreñimientos para cada parlêtre
que se ve compelido a soportar, como dice Bassols, el tiempo que requieren los
científicos para realizar la vacuna, el tiempo de encierro para no contaminar a
otro, el tiempo que requieren las instituciones de salud para contar con los
elementos necesarios para atender de la mejor manera, a los contagiados y el
tiempo de la enfermedad, que a veces es asintomática, pero que se desarrolla en
un tiempo lógico.
Cada uno, desde su
singularidad asume el confinamiento, trata de llevarlo de algún modo, de
habitar el espacio de que dispone como puede, apoyado, de ser posible, en los
dispositivos que le brinda la tecnología de la época, para hacer un lazo con el
otro. Pero lo insoportable parece que tampoco se acalla allí. El espacio en el
que se recluye que parece lo más familiar, se puede tornar no familiar y
siniestro, como lo advertía Freud, debido al despliegue del goce singular de
los cuerpos que puede invadir dicho espacio y señalar la imposibilidad de la
relación sexual. El semblante de lo familiar cae, no se sostiene. Los unos de
goce aparecen como éxtimos en la soledad que los constituye, convirtiendo a los
más cercanos en extraños.
El ojo absoluto llena
todos los ambientes. El imperio del control y la mirada se instituyen apoyados
en las tecnologías más recientes, que, a modo de prótesis, sirven de soporte a las
expectativas de control de las instituciones gubernamentales y de salud. Exceso
de mirada, invasión de la intimidad, desaparición del sujeto en pro de la ética
de defender a la humanidad. Cada ser hablante enfrentado al impasse de la
ciencia, a la confirmación de que todo es semblante, enfrentado a lo real
imposible de soportar, expuesto a un gozador despiadado que nadie logra
detener, a su propio real, que irrumpe en afectos y pasiones; en palabras de
Laurent, en “angustia, esperanza, amor, odio, locura y debilidad mental”.
En medio de este
panorama el psicoanálisis vislumbra un reducto de libertad para el parlêtre,
un espacio al que la ley de la ciudad y la ley de la ciencia no llegan; el
espacio del Uno solo, que al estar desalojado de los semblantes que lo taponan,
se ofrece a cada uno en lo que tiene de agujero a bordear mediante una
invención a partir de eso singular que sigue ahí.
Referencias:
Arenas, Gerardo (2010). En busca de lo singular. Buenos Aires:
Grama.
Bassols, Miquel.
“La ley de la naturaleza y lo real sin ley”. http://miquelbassols.blogspot.com/2020/03/la-ley-de-la-naturaleza-y-lo-real-sin.html, abril 2020.
Laurent, Eric. “El Otro que no Existe y sus comités científicos”,
Lacan Cuotidiano, abril 2020. Lacan Quotidien Nº 874 - Jeudi 19 mars 2020
Wajcman, Gérard
(2011). El ojo absoluto. Buenos Aires: Manantial.
Miembro de la AMP y de la NEL-Bogotá
mmm no podría considerar esto algo interesante y sin embargo me ayudó.
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