miércoles, 15 de abril de 2020

Consentir a la cuarentena... para seguir navegando. Una decisión ética. Clara María Holguín*

Retomando el texto de M-H Brousse sobre “Los tiempos del virus” pude avanzar sobre lo que urgía para mí como pregunta, ¿Cómo consentir a la cuarentena? ¿Podremos hacer del tiempo de comprender del “otro” una reinterpretación del instante de la mirada que falta? ¿Cómo sacar ventaja del espejo que muestra con horror lo real? 

No hay cálculo científico ni reflejo en el espejo frente a este real que homologa despertar y muerte. Además de poder estar un poco más advertidos de nuestra somnolencia neurótica, se requiere de un consentimiento, para concluir asertivamente, sí, yo (je) me confino. 


Es verdad, lo real no se aprehende, pero ¿Se puede consentir a él? ¿De qué modo?

Como recordaba nuestra colega Omaira Meseguer en el editorial del L’Hebdo-Blog No 196, haciendo referencia a la cita de Cien años de soledad, que habiendo llegado días antes a mis manos, me permitió dar una vuelta a “eso” que se llama cuarentena. 

José Arcadio Buendía, al darse cuenta que la peste había invadido al pueblo, “reunió a los jefes de familia para explicarles lo que sabía de la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga. 

Estas medidas, que permitieron circunscribir la peste al perímetro de la población, consistieron en quitar a los chivos las campanitas que los árabes cambiaban por guacamayas, y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas de los centinelas e insistían en visitar la población. Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que estaban sanos. No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues no había duda de que la enfermedad sólo se transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas por el insomnio. 

El resultado de esta cuarentena fue eficaz. Tanto que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir. 

¿Podríamos dejar de preocuparnos por la inútil costumbre de dormir? 

No somos inmunes, la peste llegó y con ello la cuarentena, porque no es un sueño, es la vida.

Allí donde el saber no sabe el por qué y el para qué; el tiempo da cuenta de un presente que es pasado, y un futuro que es incertidumbre; - y el espacio se virtualiza, la urgencia manda y muestra “que cada vez que creemos encontrarnos en nuestra morada, no hacemos más que estar en mora con respecto a lo extraño”[1]. Unheimlich.

Esto, sin embargo, no impide hacer resonar una palabra, la de José Arcadio en Macondo y la nuestra para introducir entre la Ciencia, y la Verdad, la Ética, y evocar con Lacan lo que llamó “el terrorismo de la responsabilidad”[2] que, al contrario de irresponsabilidad, apela a nuestra posición de sujeto y constata, como decía Freud, que el inconsciente no excusa al sujeto. Si bien el sujeto de la ciencia es el sujeto del psicoanálisis, hay un deslinde. ¿Cómo responder?

Nuestra ética al contrario del sujeto de la ciencia, que rechaza todo saber, piensa ergo es, apunta a un sujeto que puede responder, es decir, que tiene derecho a decir y tomar posición. 

Es quizá, desde este lugar donde podemos hacer del cierre de fronteras y el confinamiento, -al que nos adherimos como medida política, y que supone la reclusión, el aislamiento y/o la separación- una elección ética, es decir, hacer sonar la campanita e intentar mantener circunscrita la peste y más allá, un modo de intervenir en la “polis”. 

En otras palabras, con la cuarentena, que irrumpe la continuidad y pone de presente la pérdida, más que obediencia ciega e imperativo, se trata de consentir al semblante, es decir, consentir a un Otro, representado por los científicos en los que se sustentan las decisiones políticas. 

Y así al modo de Florentino, ya no en Cien años de soledad, sino en El Amor en los tiempos del cólera, “Ondearemos la bandera amarilla como señal de que se ha descubierto el cólera en el barco, una señal, para seguir navegando. El virus no está allá, no es el otro, “ellos somos nosotros”. Es la extimidad con la que hay que convivir. 

Bogotá, abril de 2020.

* Psicoanalista en Bogotá, miembro de la NEL y la AMP. Responsable de Zadig-LML.
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[1] Miller, J., A. Causa y consentimiento, idós, Buenos Aires, 2019, p.13.  

[2] Ibid, p. 27-28. 

Este texto salió primero en el blog de ZADIG La Movida Latina

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