Nada
concentra más odio que ese decir
donde
se sitúa la ex – sistencia.
Lacan, 1973. S. XX. p. 147.
Ya
hace un tiempo en mi país, nos volvimos odiadores
del otro. Venezuela ha sido distintas cosas para unos y otros en distintos
momentos: para unos fue escenario de pobreza y miseria, mientras otros la
vivieron próspera y bonita; luego para esos unos parece que fue algo mejor y
los otros comenzaron a experimentar la merma de sus condiciones de vida.
Pareciera que ahora finalmente, empezamos a estar de acuerdo… hoy –
lamentablemente y desde hace relativamente poco – todos vivimos el mismo país
en crisis.
La
crisis que todos compartimos tiene que ver con un país con la ley dislocada,
definido por un estado descompuesto con todo lo que esto implica, y cuando digo
descompuesto, no me refiero solo a lo averiado, lo defectuoso, hablo de eso
dañado y vivo, de lo podrido que redobla así sus efectos. Un estado que dejó de
ser capaz no solo de regular, de organizar la vida de sus ciudadanos, si no que
se muestra incapaz e indolente frente a la problemática que los aqueja, no
puede garantizar el agua, la luz, la comida, las medicinas, la seguridad o el
transporte y frente a esta desregulación, frente a la presencia descarada, incluso
premeditada, estridente, de Otro completo, aplastante cada uno hace como puede.
En esa solución desarreglada los síntomas se hacen escandalosos, su sustancia
se reduplica, cada uno a su suerte cada minuto del día, en medio de las ruinas
de un acuerdo social hecho trizas.
En
el vacío estructural que la política llena de leyes y promesas, emerge un Otro
caprichoso, autoritario, en ocasiones estruendosamente ausente, y frente a el cada
subjetividad responde, aparece el delirio, la angustia se extrema, el ideal de
sacrificio se consolida, las certezas se agudizan, y otros se aprovechan. Si no
hay ley común, cada quién hace valer la propia. En un proceso hiperinflacionario
pocas cosas pueden preverse, se vive al día, no puede planificarse el deseo, lo
cotidiano arrasa lo posible en futuro, y la vida se reduce al tiempo verbal
presente, la expectativa se trunca y queda lo inmediato, lo poco que sea posible
de vez en vez. Todos encasillados en el registro de lo necesario, las opciones
que abren la puerta a lo elegible que singulariza, escasean. Espacios deteriorados,
lugares deprimidos, desatendidos, cerrados o quizá agradables, pero tan caros
que expulsan a la mayoría. En ellos hacen vida rodeados de lo que no funciona
más, o funciona a medias; hacen vida en una especie de tensión permanente,
entre la desazón y el esfuerzo por proveerse un instante de satisfacción, un
respiro.
Adicional
a esto un elemento en particular ocurrió al interior de la familia, precisamente
con los lazos, y es a lo que quiero referirme puntualmente, a partir de la
temática que hoy nos ocupa: el odio.
Pasó el tiempo y el país quedó partido entre chavistas y opositores, los
significantes se fueron deslizando, tomando un tinte cada vez más injurioso.
Podría decirse que se instauró un gobierno y todos comenzamos casi sin darnos
cuenta a definirnos con relación a el, dejamos de ser Marián, Andrea, Fernando,
dejamos de ser primos, tíos, vecinos, dejamos de ser maestros, plomeros,
ingenieros, para ser solo opositores o chavistas. De esta fijeza
identificatoria devienen dos bandos, y así, aglutinados a punta de ideales y
quien sabe ya qué más, cada cual quedó pegado, fundido, en su “tendencia
política”; ya planteados como opuestos y enemigos, esta identificación se hizo
cada vez más estrecha, más indivisible, quedamos representados exclusivamente
por nuestra tendencia política, y el desacuerdo se fue apasionando hasta estallar
en odio. Un barrido simbólico brutal, una especie de exfoliación en masa y
masiva del contenido simbólico que cada uno como sujeto y que todos como
ciudadanos habíamos construido, abre la posibilidad de odiar. Me pregunto ¿Cómo
nos convertimos en enemigos? ¿Cuándo nos hicimos odiables y odiadores?
Por
un lado la escena imaginaria arropó al país, el elemento simbólico que
acolchaba, que lubricaba el artefacto responsable de hacer rodar los lazos se
fue agotando, dándole paso a esta petrificación binaria <chavista–opositor>,
una significación que no se desliza, que parece funcionar en automático y a
partir de la cual todo lo distinto es respondido con un desprecio conectado en
directo a las tripas. Así, con la palabra un poco expulsada, sin preguntas sino
armados con certezas despectivas sobre el otro, siguió pasando el país, y cada
bando se dio su explicación un poco colectivizable, algunas las puedo citar:
“Chávez nos dividió”, “este es ahora el país de los malandros” se decía en La
oposición, es decir, el Otro responsable; y del otro lado “nosotros los pobres
siempre les hemos dado asco”, “pitiyanquis, vende patria”, en este caso,
también el Otro, pero el Otro de la historia y el Otro bajo la forma de
imperio. La misma posición: la responsabilidad puesta afuera fue argumento
suficiente para segregar, para descalificar, para odiar.
La
familia separada por fronteras geográficas y subjetivas, trae a escena algo de
lo insoportable. Y en algún momento dejamos de escucharnos, pero no por desdén
o por fastidio, sino porque la palabra del otro distinto se hizo insoportable. Pasó
algo llamativo con el lenguaje en mi país, el argumento se esfumó, y cada bando
se plegó a los significantes que ostentaron sus líderes, se oye el coro de dos
o tres palabras o consignas de lado y lado; extrañamente muchas premisas comenzaron
a servir para todos. Unos llamados bestias, acostumbrados a que todo se les dé,
desdentados, tarifados, ignorantes y otros llamados disociados por la mediática
internacional, traidores a la patria, escuálidos, ricachones, brutos. Y es
importante decir, que en este escrito cuando hablo de odiadores, me refiero a ese que tienes al lado, que no ocupa un
cargo en el gobierno, que no es parte de la dirigencia opositora, que no es
militante de ningún partido, ese que sufre contigo la crisis independientemente
de las razones que le acuña, ese que antes era otra cosa y no descarnadamente
chavista u opositor, ese.
En
la elaboración de este escrito me pregunto ¿Qué es el odio?, ¿es posible a
partir de los que he descrito, llamarnos odiadores?.
Freud lo definió así en “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915): “El odio es, como relación con el objeto, más
antiguo que el amor, brota de la repulsa primordial que el yo narcisista opone
en el comienzo al mundo exterior”(P.133), y diez años más tarde, ya
nombrada la pulsión de muerte, en el texto “La Negación”, agrega: “lo malo, lo extraño al yo y lo exterior son
para él en un principio idénticos […] El yo placer originario incorpora lo bueno
y expulsa o arroja de sí lo malo. Lo hostil, se vive entonces como ajeno,
extraño”. Esta lógica ubicada con Freud a partir de la Ausstossung o expulsión primordial, permite decantar la pregunta: ¿qué
es lo que se odia? o ¿qué de mi odio en el otro?.
Para
intentar desentrañar esta cuestión, quiero resaltar un elemento que añade
Lacan, en su comentario Sobre la Verneinung de Freud (1954): “Es así como hay que comprender la
introducción en el sujeto y la expulsión fuera del sujeto. Es esta última que
constituye lo real, en tanto es el dominio de lo que subsiste fuera de la
simbolización”. Diremos entonces que cuando hablamos de odio, algo de lo
real se juega y adicionalmente eso real que parece estar fuera del propio
sujeto, es una parte de sí mismo. Miller en su curso “Extimidad” sitúa tales
elementos, indicando que en el odio al otro, hay algo más que la agresividad
imaginaria, el odio es consistencia que la supera y que apunta a lo real del
Otro. A partir de esto plantea la siguiente cuestión: “¿Qué hace que este Otro sea Otro como para que se lo pueda odiar en su
ser? Pues bien, es el odio al goce del Otro… Se odia especialmente la manera
particular en que el Otro goza.”
La
lectura que se propone del fenómeno social seleccionado, atraviesa las identificaciones
y los ideales, y alcanza a agitar lo real en juego en esta posición de odiadores. Si lo que se odia es la
manera de gozar del Otro, ¿qué podríamos
decir sobre estas maneras de gozar enfrentadas?. Dice Miller en Extimidad:
“Por supuesto, bajo esta intolerancia al
goce del Otro, se enganchan identificaciones históricas que tienen al mismo
tiempo una gran parte de inercia y de variabilidad”.
Quisiera
detenerme en este punto, pues considero que es necesario decir algo sobre esas
identificaciones históricas en el caso de Venezuela. El petróleo. Históricamente
la idea base parece ser, que el petróleo tendría que ser ese goce compartido
del que deberían usufructuarse sino todos, al menos la mayoría de los
venezolanos, el conjunto. Y sin embargo es un elemento que introdujo clases, en
tanto quién usufructúa más que quién. Antes de Hugo Chávez la renta petrolera
también fue tomada a beneficio de unos pocos, la corrupción y algunos arreglos
invertidos en estratos sociales reducidos ordenaron la dinámica social, el
resultado fue una gran mayoría sumida en la pobreza, un porcentaje mucho menor
viviendo como clase media y un mínimo con mayores posibilidades.
Esto
le da existencia a un agujero en el tejido social, una falencia profunda, que
es tomada por Chávez haciendo que los dos bandos tomen cuerpo, y por la
dirigencia opositora, que también apuntaló los bandos, en su intensión de
restituir el estado anterior, todo esto hasta llegar al caos dictatorial actual.
Ambas lecturas, le dieron consistencia a una sola afirmación: la del robo, el
arrebato. Así las cosas el petróleo, tesoro insigne de Venezuela, ha sido un
instrumento de dominación y segregación. Se odia al otro por lo que nos robó y
por la manera en que vive con lo que nos robó, se le imputa al prójimo un goce
excedente que nos pertenece.
Recordemos
que el estatuto del objeto a es el de
un objeto sustraído, robado por el otro; siendo así, la segregación desatada a
partir de la dialéctica entre los odiadores,
parece encuentra una matriz en el discurso social y político: la premisa “no
tienes porque te lo quitaron”, afirmación a partir de la cual se aloja el odio
en lo singular y se multiplica a escala colectiva. De un lado nunca tuvieron porque
los otros tenían en exceso, es el lado del chavismo que se ubica en frases
como: “la renta petrolera para unos pocos, los pobres de siempre sosteniendo el
país de un grupito”, y del otro lado donde ahora no tienen porque el otro se
los quitó, se oye: “Todo lo que te ganaste con esfuerzo y trabajo ellos lo quieren
regalado, quieren robarte lo que es tuyo”.
Y
así, nosotros y ellos, ellos y nosotros, todos vengando lo que suponemos arrebatado,
a través de una <odiazón> sin
bordes, quedamos sumergidos en una lógica insoluble. Uno de los envoltorios de
la extimidad, si hablamos en términos sociales, es el discurso del amo, que
libra de la sensación de extimidad precisamente provocando la impresión de que
lo inquietante, lo opresivo, viene del exterior, el otro machacado por el gobierno
venezolano en todas sus facetas, el burgués, el imperio, el vecino, y una larga
fila de etcéteras, alejan a muchos del propio odio a la vez que automáticamente
segregan con su enunciación. La oposición con sus ideales de optimismo y
transparencia, machacan la primacía de la voluntad a quienes hacían parte del
grueso de la miseria en la Venezuela antes de Chávez, quienes con su carne
constataron otra cosa, oyen un solo eco en mil enunciados: si no tuviste es
porque no quisiste, y así quienes quisieron a voluntad quedan bien librados. Desde
el descubrimiento de los yacimientos petroleros mil revoluciones con r
minúscula, y hoy en día, atascados en el barro producto de tanta vuelta
comandados por el mismo amo, con el nombre de partidos políticos distintos.
Termino
citando a Graciela Brodsky en su texto “Las paradojas de la segregación”: “…el punto de vista del psicoanálisis es
distinto, puede interpretar estos fenómenos, explicar la lógica que los
sostiene, pero en el fondo, lo que el psicoanálisis revela, es que la única
segregación que cuenta es la segregación que no se produce respecto del Otro
sino respecto de lo imposible de soportar de uno mismo.” Si revisamos lo
imposible de soportar para cada uno de nosotros, el otro odiado comienza a
desvanecerse, para eso hay que querer encontrar el modo de tomar distancia de lo
odiado y tener el coraje de ver qué encontramos.
Abril
de 2019
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