lunes, 27 de agosto de 2012

Seminario internacional


Adolescentes in... intensos, insaciables, innovadores, insoportables, insolentes, inventivos, incomprensibles...

Gabriela Dargenton

Argumento

¿Qué es la adolescencia? ¿Cómo se presenta su forma temporal?, ¿es tardía?, ¿es temprana? Veremos cómo la actualidad plantea unas paradojas que desplazan la adolescencia como nombre de un período, a manifestaciones que implican más bien una irresponsabilidad y una desorientación que no conoce la “ordenada evolución” en la que antes se insertaba. Hoy, los niños, a los que aún su cuerpo no les ha dado signos desconocidos de goce, hablan de sus aventuras amorosas; o un hombre de medio siglo puede decir que no sabe lo que le pasa cuando una mujer le habla…


El sometimiento a la exigencia de elección vacía –como la vieja película “trainspotting” lo resalta en su centro– contrasta con el extravío que habita en cada hablante a la hora de confrontarse a dichas elecciones. Extravío y miedo, producen efectos que van, desde el intento de experiencias de alto riesgo para los cuerpos –consumos de tóxicos, consumo de operaciones estéticas, retiros a tribus urbanas separadas de toda referencia singular, etc.– hasta el encierro sobre sí mismo, en actividades que satisfacen la soledad más patente, soledades de época.
Sexuarse, enlazarse al Otro atravesando el gusto encontrado en la soledad del Uno sólo, es una aventura que debe encontrar unas vías del amor que toman también nuevas maneras de expresión.
Abordaremos qué es la encrucijada adolescente hoy; su “in”… tratables, soportables, quietos y su “out” de sus enlaces sociales y sexuales, amorosos y de identidad, serán nuestro camino en el intento de ofrecer una perspectiva para tratar ese “adolecer” que nombra el exilio que cada uno lleva consigo.


1 y 2 de Septiembre de 2012
Lugar: Alianza Francesa, Sede Chicó:
Cra 11 No. 93-40

Programa:

Sábado 1 de Septiembre:
- Apertura
- 1a. Conferencia: La encrucijada adolescente
- Conversación
- 2a. conferencia: El amor y las soledades de época
- Conversación


Domingo 2 de Septiembre:
- 3a. conferencia: ¿Qué respuesta clínica dar para esta coyuntura?
- Conversación
- Cierre

viernes, 17 de agosto de 2012

Orígenes de la temática

Lizbeth Ahumada Yanet
Guillermo Bustamante Zamudio

Desde los comienzos de su enseñanza, Lacan entiende que las categorías de imaginario, simbólico y real pueden ordenar el pensamiento freudiano y revertir la caída hacia una clínica marcada por el enseñoramiento del yo. Particularmente en el Seminario 2 (“El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica”), hace una discusión muy interesante para posicionar una versión rigurosa del registro simbólico, con el fin de ubicar de manera precisa —es decir, de cara a lo que se puede conceptualizar en ese momento— lo imaginario.
En ese contexto, en el que tiene interlocutores de la talla de Koyré o Hyppolite, dicta una conferencia llamada “Psicoanálisis y cibernética”, que podemos ubicar en línea directa con la temática propuesta por J.-A. Miller para el próximo Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Ahora que tenemos la edición de las conferencias de Lacan en una colección especial, podría parecer extraño que se incluya una conferencia en el Seminario. La razón es que, si bien se dirige a un público convocado para una serie de conferencias de las que ésta hace parte, la conferencia tiene un lugar preciso en el marco del seminario: la sesión anterior la prepara, de cierta manera, según él mismo comenta al comienzo de la sesión siguiente.
Un par de datos sobre esa conferencia nos parece que podrían ser alicientes para retomar esa lectura de 1955:
… la tensión entre azar y determinismo, que va a ser uno de los puntos en relación con los cuales se van a producir las grandes escansiones de lo real de las que nos habla J.-A. Miller, tanto del lado de la caída de la intención humana en tanto sostén del orden real, como del lado de la aparición de una dimensión estocástica de lo real.
… la idea de que lo real es lo que volvemos a encontrar en el mismo lugar, hayamos estado ahí o no. Certeza que ha asistido a todas las culturas y a todos los sujetos: cosa que se aclara en la medida en que circula una idea pueril según la cual en algún momento la humanidad —o, a su turno, el niño— habría vivido en un mundo antropomórfico del que esperaba respuestas humanas. “El hombre anterior a las ciencias exactas pensaba cabalmente, como nosotros, que lo real es lo que volvemos a encontrar en el punto debido”. Con todo, a esta cabalidad no podemos preguntarle por sus algoritmos, por su justeza epistemológica, pues se trataba de otra cosa. Hubo embarcaciones antes del principio de Arquímedes.
… el paso del hombre, de oficiante de la naturaleza, a “oficioso” de ella (ese es el orden de la ciencia, según Lacan), en una lógica que vemos luego en la teoría de los 4 discursos: el esclavo hace caer a su amo bajo su dependencia, sirviéndole bien; de ahí a “torturar” la naturaleza para hacerle revelar los secretos, hay solo un paso. Hoy nos parece una conducta sensata lo que antes era considerado una trasgresión. Inclinar el telescopio del horizonte (para anticipar la llegada de los barcos) hacia las estrellas (para “estudiarlas”) requirió todo un giro cultural: no fue sencillamente un asunto de grados.
… los instrumentos entendidos como teorías encarnadas y, en consecuencia (muy de la mano de Koyré) no como intermediarios entre lo real y la teoría, como intenta hacernos ver cierta epistemología de manual.
… la sorprendente epopeya de introducir un juego simbólico, “unas cuantas letritas”, “un paquetito de fórmulas” (las de Newton y de Einstein) que, según Lacan en ese momento, poco tiene que ver con lo real.


… la aparición —con Pascal— del cálculo de probabilidades como el cálculo del encuentro en sí mismo: “la ciencia de lo que vuelve a encontrarse en el mismo lugar es sustituida por la ciencia de la combinación de los lugares como tales. Es en este punto donde Lacan traerá su idea de lo simbólico para explicar la cibernética y para diferenciar claramente entre el lenguaje y la palabra [parole que, en lingüística es traducida como ‘habla’] y darle así al psicoanálisis un lugar sólido para defender la clínica inventada por Freud.

lunes, 6 de agosto de 2012

Líneas de investigación




El texto de la propuesta temática de Miller para el próximo Congreso de la AMP es un extenso programa de investigación que nos invita a pensar el estatuto de nuestros conceptos y de nuestra clínica… y ello a partir de las escansiones del pensamiento occidental en 25 siglos.
Una matriz disciplinar tiene al menos una axiomática y una gramática; o sea: de un lado, unos puntos indemostrables de los que se parte (afirmativos)… lo cual no quiere decir que no se puede volver más adelante sobre ellos, pero eso ha tardado en algunos casos un par de decenas de siglos; así, en sentido axiomático, se refiere Freud al concepto de pulsión en la Metapsicología. Y, de otro lado, unas reglas del juego que, por supuesto, pueden cambiar en función de su puesta a prueba; es el caso, por ejemplo, de leer el “no” como una afirmación de lo inconsciente.
Ahora bien, para que la actitud que queda materializada en la matriz disciplinar parezca ser descriptiva, contra otras que no lo parecen (y que lucen como supersticiosas, por ejemplo), tuvo que haberse impuesto una pragmática, es decir, un tipo de lazo social. En el recorrido de Miller vemos que eso no va de suyo y que ha habido movimientos fuertes, duraderos, que han dado lugar a maneras de hablar de las cosas. Si esto es así, se hace necesaria una cierta postura para que un saber tenga lugar. Tal vez era lo que Freud traía a cuento con la idea de los golpes al narcisismo humano: no se trata de mero rigor, se requiere —en los ejemplos que él pone— al menos de valor para atentar contra la auto-representación de los humanos (lo cual costó no pocas vidas). En el caso específico del padecimiento humano, no se lo puede tratar “rigurosamente” con sólo ser riguroso; vemos que también se le puede aplicar la estadística de manera juiciosa y no por ello se lo ha tratado en su especificidad. El psicoanálisis, además, nos ha permitido entender que el camino del saber es forzosamente un camino de satisfacción pulsional, de manera que bajo el rigor y la postura hay que preguntarse por la modalidad de satisfacción que tiene lugar. Y ya con esto se impone la duda, pues —como dice Freud— estamos tentados a considerar como falso lo que nos causaría displacer aceptar como cierto… y, ¿acaso estos regímenes de saber no andan por ahí discriminando lo falso y lo cierto?
Y, ¿finalmente?, tenemos el asunto de si el registro de nuestras explicaciones es isomórfico con el registro propio del flujo de los acontecimientos; y ello en varios sentidos: primero, si es cierto que “Hay más cosas entre el cielo y la tierra que las que sospecha tu filosofía”, como le dice Hamlet a Horacio; y, segundo, si hay algo que se resiste a la simbolización, si algo queda, después de todo, o si sólo tenemos convención. Y, bueno, ¿qué implicaciones tiene este resto —si lo hay— para la pragmática, la axiomática, la gramática, la postura, la satisfacción?
Según el convencionalismo, todo es contingencia y al final no hay necesidad; lo que se percibe como necesidad no sería más que una reificación cultural. Para el determinismo, la contingencia en gran medida sería el nombre de nuestras limitaciones, de nuestros obstáculos (y, entonces, los hallazgos de la ciencia le van restando campo a lo contingente… es la idea de azar con minúscula); claro que también, en alguna medida, lo contingente sería una forma de ser del objeto de investigación; es lo que se encontró a finales del siglo XIX con la termodinámica (y a esto ya no se le puede restar espacio, pues no provendría de nuestras limitaciones, sino que sería algo propio del objeto… es el Azar con mayúscula). Por lo tanto, esto no desanima a la ciencia: al contrario, ella busca formalizar una naturaleza estocástica. La estadística, por ejemplo, se autodefine como la “medición de la incertidumbre”; así mismo, hay teoría de los juegos, ciencia del Azar… todo lo cual parece un oxímoron.
Hay una tercera postura para la que, en tanto está regida por la conveniencia, el dilema entre necesidad y contingencia no es importante. Y está la que define Miller en el seminario Sutilezas analíticas: se trata de considerar efectos necesarios de una contingencia; es la postura que podemos llamar estructural del psicoanálisis: no concibe el lenguaje como necesario, pero tampoco piensa que sus efectos sean meramente convencionales. Ahora bien, cada sociedad se las tiene que arreglar con eso y, entonces tenemos, con pesos específicos en cada caso, un sistema de elucubraciones, por un lado, y algo que se queda por fuera de dicho sistema cada vez; es un punto a disposición para cada uno que, a su vez, se las tiene que arreglar con eso.
Así las cosas, podemos ser cuidadosos con los conceptos y, de un lado, cifrar en ellos todas las esperanzas (más de las que son capaces de albergar); o, de otro lado, estar advertidos de las condiciones en las que han surgido como respuestas. Claro que también podemos ser descuidados con los conceptos y con las condiciones donde surgieron… y ninguna adscripción nos libra de esta posibilidad. No es un asunto de propósitos, sino de lo que somos capaces de hacer existir al respecto. No te habrá de salvar lo que dejaron / escrito aquellos que tu miedo implora / no eres los otros y te ves ahora / Centro del laberinto que tramaron / tus pasos... [Borges].


Mientras el anclaje de la posición determinística es la realidad, la posición convencionalista tolera la idea de un anclaje provisorio mientras cierto sistema de veridicción esté vigente. Es un anclaje paradójico, pues una nueva reificación lo hace caer e impone otro. A largo plazo, no hay anclaje (¿no es esta la manera como se genera a la larga cierto cinismo en esta postura?). Y, para el psicoanálisis, el anclaje es algo que no deja de estar ahí: lo pulsional. Pero, ¿cómo puede esta postura escapar a las reglas sociales que rigen la asignación de verdad?
Todas las posturas, como dijimos, generan sus sistemas explicativos. Y, en el caso de las disciplinas que buscan una formalización, esos sistemas incluyen categorías. En nuestro seminario tenemos una categoría: lo real. Como decíamos en la presentación del tema, a veces antes de terminar una frase ya hemos usado esa categoría con varios sentidos… y eso se llama inconsistencia, lo cual le resta toda fuerza al concepto. Claro que las categorías no son estables… mostrarlo es un poco el esfuerzo que hace Miller en la conferencia. Pero hay que estar advertidos; hay que avisar en qué sentido va la cosa y para qué.
También tenemos que vérnoslas con la idea (no necesariamente el concepto) de “realidad”. Y, como sabemos desde Freud, este asunto no va sin la pregunta subsecuente: realidad, ¿para quién? Esto hace emerger de inmediato asuntos a los que estamos acostumbrados a responder también con conceptos como yoOtrosujetoSsS. Y todo esto no deja de estar marcado de alguna manera por las maneras sociales de abordaje, sin desmedro de nuestro anclaje pulsional: ¿siempre ha habido yo?, ¿podemos hablar de sujeto en todos los momentos históricos? Ahora bien, esto parece requerir una periodización histórica y justamente vemos unas alusiones en Miller: la Grecia clásica, el mundo católico antiguo, el medioevo, la modernidad, el siglo XXI.
¿Qué quiere decir que lo real vuelva al mismo lugar?; ¿no hay algo de eso en un registro simbólico auto-referencial por definición? ¿Qué quiere decir que el significante aparece en lugares inesperados?; ¿no hay algo de eso en la singularidad que escapa a la posibilidad de nominación? De otro lado, la apariencia de regularidad en la naturaleza, ¿se continúa en la detección que hizo la ciencia de leyes en la naturaleza? Y la sujeción del “orden humano” al ordenamiento de la naturaleza, ¿no está presente en la detección científica de leyes para la vida social?
¿Qué tiene que ver la idea de Ley en psicoanálisis con el mantenimiento de un orden, o sea, con el esfuerzo (encarnado por la religión en cierto momento, pero que hoy puede estar encarnado en los comités de ética) por lograr que algo se preserve de ser tocado, que haya un velo?

Los envoltorios de la Extimidad


Graciela Brodsky

(Presentado el 2 de diciembre en Buenos Aires con referencia al libro Extimidad de Jacques-Alain Miller)


Puesto que me toca hablar en primer lugar, diré algunas generalidades.
Se suele escuchar que para leer a Lacan hay que leer a Miller, porque de otra manera se entiende poco. Más allá de lo que pueda tener de cierta o falsa esta afirmación -que elogia la elucidación por parte de Miller de la enseñanza de Lacan- quisiera traer a colación para este coloquio la perspectiva contraria: es muy difícil leer a Miller sin leer a Lacan. Esto, que tal vez pasa desapercibido cuando se leen sus intervenciones y sus conferencias, se hace muy patente cuando se leen sus cursos. Recién ahí, y quienes vivimos en América solo podemos conocer el desarrollo de sus cursos leyéndolos (probablemente es lo que explica la política diferente de publicación de su curso aquí y allá), recién ahí se perciben las lecturas que acompañan su elucidación, los problemas que la obra monumental del Lacan deja sin resolver, las respuestas que Miller procura darle a esos cabos sueltos que fue dejando la enseñanza de Lacan a lo largo de su desarrollo.
Cuando Miller viaja, lleva los resultados a los que fue llegando en su curso, pero cuando los resultados se repiten sin conocer el problema que está tratando, la enseñanza se esteriliza, se dogmatiza.
Extimidad, su curso de los años 1985 y 1986, mal puede leerse si no se parte del hecho de que es un comentario de dos seminarios de Lacan; el Seminario 7, que acababa de salir publicado en 1986 (hay que imaginar que Miller dicta Extimidad a medida que establece La ética) y el Seminario 16, que en ese momento no estaba establecido y que acompaña, como una referencia entre líneas, todo el desarrollo de Extimidad. Esto pudo ser percibido con claridad cuando el Seminario 16 salió a la luz, y por eso, cuando tomamos la decisión de traducir Extimidad fue, precisamente, para acompañar la lectura del seminario De un Otro al otro, que acababa de publicarse. Si se miran los gráficos de este Seminario se verá rápidamente que los capítulos más complejos del Seminario 16 son recorridos minuciosamente por el comentario de Miller.
Entonces, ¿cuál es el problema que el neologismo “extimidad” acarrea y que Miller trata de resolver? Seguramente, el de la heterogeneidad entre el goce y el significante, pero, más especialmente, la intersección del goce y el significante, la paradoja que implica la inclusión de lo real en lo simbólico, paradoja que obliga a considerar que el sistema simbólico pueda albergar no solo una falta sino inconsistencias que son colonizadas por el goce. Y más allá todavía, la cuestión de si además de incluir el goce en lo más intimo de sí, el sistema simbólico no es en realidad segundo respecto de ese goce al que intenta cubrir, envolver como la sustancia que produce la ostra para recubrir el molesto grano de arena que la ocupa, sin ser parte de ella.
El Seminario 16 y Extimidad están repletos de gráficos que intentan logificar, formalizar ese objeto extraño, la vacuola de goce que habita en ese Otro que es el sujeto para sí mismo desde el momento que habla, y que, eventualmente, puede localizarse afuera como su partenaire. En la tapa del Seminario 16 intentamos traer algo de esa ostra, de ese mejillón que carga con algo que no encaja, con eso que si está afuera falta y que si esta adentro sobra, como en la paradoja de Russell que Miller trabaja en Extimidad. La tapa de Extimidad recoge el mismo tema, las dos veces gracias al Bosco.
El problema de la extimidad entre el goce y el Otro es lo que Lacan trata en las dos oportunidades en las que utiliza ese término inventado que es “extimidad”.
En ambas, se trata de la poesía y de la mujer, cuya inexistencia el amor cortés redobla al presentar al objeto femenino como inaccesible, separado por una barrera que lo aísla y lo rodea despojando a la mujer de toda sustancia real.
En el Seminario 7, el amor es presentado como lo que envuelve, rodea, confina una zona prohibida, y finalmente consigue preservar la distancia entre un hombre y una mujer mediante un envoltorio palabrero que mantiene el goce a raya para distraer la pulsión, para obligarla a dar rodeos alrededor del objeto sin ponerle jamás la mano encima, ya sea porque no es el bueno, porque es de otro, porque es imposible.
La función eminente del amor como envoltorio del goce que haría falta… pero que no hay será explorada largamente este fin de semana durante las XIX Jornadas anuales de la EOL “El amor y los tiempos del goce”. ¿El acceso fácil al goce en los tiempos que corren hace acaso más accesible a la mujer? Sospecho que no, pero no es seguro que sea el discurso amoroso el que sirva hoy para tirer l’epingle du jeu, (zafar) como dijo alguna vez Lacan hablando de los surrealistas.
El hiato de la identidad y los envoltorios que lo recubren ocupa buena parte del capítulo 2 del curso de Miller.
Al envoltorio amoroso del Seminario 7 y del 16 le suma otros: el envoltorio político, que disimula la servidumbre voluntaria bajo el manto del Otro que me domina (la Boetie); el envoltorio religioso, que hace de Dios lo que recubre ese punto de extimidad y permite amarlo; el envoltorio psicológico, que ubica al yo malo en el lugar de lo éxtimo y aspira a educarlo; y también el envoltorio psicoanalítico, que coloca en el lugar de la extimidad al yo y sus representaciones, al superyó y sus mandatos, al ello y sus pulsiones, al narcisismo y sus imágenes, al Otro y su discurso , al objeto a y sus goces.
Pero la topología misma del término extimidad permite que, sin solución de continuidad, se pueda pasar de los diferentes rostros del Otro que cubren lo más íntimo del sujeto, al hiato que anida en el Otro y que lo hace inconsistente: del sujeto tachado al significante de la falta en el Otro. 
A partir de allí el telón de fondo del curso ya no será la presencia del Otro – o de lo Otro- en el sujeto sino la paradoja de la inclusión del objeto en el Otro, lo que abre el paso a muchas cosas que pueden retener nuestra atención en estos días. El affaire Wikileaks, por ejemplo, pone bien al descubierto la inconsistencia del Otro, en particular cuando se lee que Bradley Manning, de 22 años, homosexual de infancia amarga (según el NYT), novio de un travesti, chico raro que prefería hackear los juegos de las computadores en lugar de jugar con ellos, aislado durante mucho tiempo, terminó convertido en un analista de sistemas del ejército de los EEUU en Irán que entraba a la sala de informática con un CD regrabable de música de Lady Gaga, y que, una vez adentro de ese gran Otro, borraba la música y grababa un archivo comprimido con información secreta. Parece que lo hizo durante 14 horas al día los 7 días de la semana por un período de 8 meses, y robó 250.000 archivos secretos que entregó a Wikileaks al tiempo que comentaba on line a su amigo Lamo (quien finalmente lo denunció al Pentágono): “servidores débiles, débil ingreso al sistema, seguridad física débil, contrainteligencia débil, desatento análisis de señal: una tormenta perfecta”. No sé qué diría la nueva Ley de Salud Mental sobre el buen soldado Bradley, pero para hablar de la inconsistencia del Otro, no veo mejor ejemplo al día de hoy.
De todos modos, de lo que trata el curso de Miller en lo que concierne al significante del Otro barrado, es de la transferencia. “La definición operatoria de la transferencia a partir del sujeto supuesto saber —que se volvió popular— tuvo como consecuencia --dice Miller- velar, dificultar el acceso a la función del objeto en ella. Sin embargo, fue la consideración de la transferencia lo que condujo a Lacan a elaborar un estatuto del objeto inédito hasta entonces que hoy manipulamos con familiaridad como el objeto a.” 
Extimidad, el curso de Miller, es en el fondo un curso sobre la transferencia, sobre su resorte, sobre los recursos que inventa un sujeto para arreglárselas con ese objeto a que una vez extraído de su cuerpo puebla su mundo, alimenta sus fantasmas, su síntomas, sus sublimaciones, ese objeto que se mantiene a raya en la inhibición, que irrumpe en la angustia, pero, mas radicalmente, que le permite olvidar que el Otro no existe, ya que con el objeto lo alimenta, lo ama, sufre por él, se enlaza con él. En síntesis, lo hace existir.
La inclusión del objeto en el campo del Otro permite entender no solo el apego transferencial, del que hemos hablado últimamente, sino el desapego del final del análisis, y el efecto de júbilo, o de satisfacción, o de manía, o de alucinación, que conlleva el goce cuando es recuperado por el sujeto. Y también da cuenta del duelo por ese Otro que eventualmente puede ser el analista, pero que, más radicalmente, es el inconsciente en su faz transferencial y que sin ese objeto que lo inflama, se desvanece, como se desvanece la Georgiana del cuento de Nathaniel Hawthorne[i] una vez que se extirpa de su mejilla la mancha carmesí, la famosa mancha de nacimiento… del Otro, que tenía asida el secreto de la vida.
[i] Nathaniel Hawthorne, “La mancha de nacimiento”, en Cinco mujeres locas, Barcelona, Lumen, 2001.

Nota sobre el racismo en el siglo XXI

Juan Carlos Indart

(Presentado en el "Coloquio de la Extimidad", el pasado 2 de diciembre de 2010, en Buenos Aires, con referencia al libro Extimidad de Jacques-Alain Miller. Publicado con autorización del autor)


En y para la Argentina se forjó la expresión “crisol de razas”, dado el enorme proceso de integración producido en ella a partir de grandes y diversas corrientes inmigratorias. El observador estelar imaginado por Lacan seguramente hubiese visto esas necesidades de evasión de singulares efectos[1], incluso proseguidas por algunas de esas comunidades rumbo al entonces muy deshabitado interior del país. Pero el grueso tuvo que apretujarse, y mucho, siendo el hecho que, no sin chistes hostiles y sainetes, se produjo una mezcla grande...suficientemente pacífica. Para el sociólogo Alain Touraine valía la pena estudiar nuestro caso como un modelo. Por supuesto, bajo la misma mirada sociológica, puede criticarse el “crisol de razas” como ideología dominante oficial que vela la existencia, en Argentina, de mucha y variada discriminación racial, leída a su vez, se lo diga o no se lo diga, como manifestaciones de la lucha de clases y su ‘sentido de la historia’.
Ahora bien, esa lectura es hoy predominante en el país, con sus valores a respetar, pero creo que desde ahí es imposible comprender a qué se refiere Lacan al profetizar una escalada del racismo, como es imposible ponderar en cuánto ya se verifica también entre nosotros su caldo de cultivo y sus crecientes brotes.
Conocemos la profecía de Lacan porque Miller le pregunta por ella, recibe la respuesta por escrito, y se imprime en 1974 en el texto titulado Televisión. Miller le pregunta por qué está tan seguro de profetizar la escalada del racismo, y le pregunta por qué diablos decirlo[2].
Aquí estamos reunidos como parte de la raza de los intelectuales, por impura que la misma nos parezca y aunque se cuele racismo también entre nosotros, porque esas dos preguntas son lo que tenemos que pensar, y desplegar, racionalmente.
No estamos solos.
En primer lugar, está la respuesta de Lacan.
A esa respuesta, desde ya, no se la comprende. Hay que leerla, y eso es costoso. Lo seguro es que nada anunciaba en 1973 una predicción semejante, pero hoy está verificada, y se oye el clamor creciente del racismo, el fundamentalismo, el odio a los inmigrantes, el enorme proceso de segregación visible e invisible por el que los agrupamientos se constituyen en el temor y el rechazo de unos para con otros, los cercos, los tabiques, los cerramientos, las zonas exclusivas, dentro o fuera de la ley, igualmente visibles o invisibles.
Miller se divierte sugiriéndonos que leamos esa respuesta como quien sondea a Nostradamus, para enseguida señalar muy seriamente que se trata de las fórmulas de una lógica infernal: la que hace que la universalización no pueda sino engendrar segregación.[3]
Es eso y punto. Es eso lo que entrevió Levi-Strauss a comienzos de 1950, con una respuesta que en mis delirios juveniles sólo pude llamar ‘la pena de Levi-Strauss’, porque era la mía propia. Y es eso lo que entrevió Lacan en 1949, con una respuesta que en esos mismos delirios llamé ‘la alegría de Lacan’, porque también era la mía. Los delirios juveniles son más simpáticos que los de los viejos. Para delirar ahora digamos que no progresé nada. El oscuro e idiota goce singular que me habita no me da para el tema que nos convoca sino dos semas alternantes y repetidos: melancolía y paranoia.
Por eso es mejor aferrarse a la lógica, porque ese goce a veces se deja escribir un poco, con una indiferencia semántica absoluta, admitiendo así en los hechos y sin decirlo que puede haber otro goce que no es él, y que él no lo sabrá.
Así, en segundo lugar, tenemos dos grandes despliegues de la profecía que merecerían ser llamados ‘teoremas’, por el rigor de lo que deducen a partir de las nuevas fórmulas de Lacan. ‘Teorema’ podría ser una palabra para una querella inútil con el discurso de la ciencia. La quitamos. Pero que el lector de esos argumentos sepa, si es de la raza de los intelectuales, que el compromiso racional que esos despliegues impone le hará sentir cuál es el borde de su razón con una ética que no le vendrá del discurso de la ciencia y su humanismo de vacía eternidad.
El primer despliegue de una razón más allá del discurso de la ciencia en cuanto a la escalada del racismo se lo debemos a J.-A. Miller.
Y el segundo se lo debemos a J.-C. Milner.
La deducción de Miller se despliega mucho, si no toda, porque es sensible a una prudencia analítica, en la lección de su curso Extimidad que hoy nos convoca, dedicada al racismo.
No tiene sentido que aquí despliegue lo que me ha hecho pensar.
La EOL debería abrir un espacio para la lectura de ese teorema.
El modo de presentar cómo para el psicoanálisis se fabrica el Otro, por qué el goce no podría garantizarlo, por qué el goce es lo real del odio al Otro que está dentro de uno, por qué es esa la definición del racismo, por qué no podemos coincidir con el humanismo de los Derechos del Hombre Universal, por qué el discurso de la ciencia es imputable de racismo, por qué el psicoanálisis es el síntoma de ese síntoma, son todas preguntas que requieren de lectores estudiosos.
Lector estudioso no es mala expresión para presentar la deducción, igualmente infernal, de J.C. Milner.
Soy muy sensible a ella, porque en ocasión de una publicación argentina, cordobesa, que en el siglo XX se titulaba El psicoanálisis en el siglo XXI, le entregué dos reflexiones: una sobre la familia, y el límite a considerar sobre su extinción a partir del racismo, y otra sobre las tumbas y su extinción a partir del racismo, porque en ese momento en Argentina había profanación de tumbas judías.
Milner llega lejos en su deducción de la profecía de Lacan, difícil de rebatir a partir de la consistencia lógica que teje. Su posición apuesta todo: si hubo un hombre que predijo racismo en el siglo XX, Lacan, para el siglo XXI, eso debe entenderse como el racismo propio de este nuevo siglo, a saber, no tan solo odiar el goce del Otro, sino destruir la cuatriplicidad, destruir la relación hombre- mujer, y padres- niños. Como el nombre judío solo existe por esa cuatriplicidad (hay otras, pero tal vez menos sabias), el nombre judío depende de eso absolutamente, y podría ser, al menos en Occidente, el punto de referencia de una acción.
Miller, como psicoanalista, no le quiere dar ideas al progreso futuro, pero admite que en este punto habría lugar para profecías. Sí, creo en eso.
Solo me queda decir que en la profecía de Lacan queda un punto que es a deducir a partir de sus formulaciones. En la universalización del discurso de la ciencia, con sus efectos técnicos en la globalización de los mercados, con su imposición de un único modo de goce que sólo se sitúa como plus- de- gozar, con su arrasamiento de todos los antiguos modos de paliar el racismo originario del goce del ser hablante, y que ya cuestiona la cuadriplicidad y el “de generación en generación”, no puede sino surgir el llamamiento al significante del Otro como Nombre de Dios, queda hacerlo ex-sistir con sus imperativos más feroces, de los que tenemos antecedentes.
Un Alain Badiou se queda bastante calmo. Dios ha muerto, el religioso, el metafísico y el poético. Del religioso habrá algún retorno perimido, posiblemente criminal, pero bastará con “separar la política de los arcanos que rigen el poder del Estado” para quitarle asidero.[4]
Lacan no se queda calmo, y Miller tampoco, pensando la ferocidad de un Dios que vuelva a ex-sistir porque toma fuerza en el racismo.
Por eso, para terminar, ya que aquí hablamos sin preguntarnos por qué diablos decimos estas cosas, digo que me atengo a la respuesta de Lacan, a falta de algo más: las digo porque la escalada del racismo no es divertida.


[1] Lacan, J., “La agresividad en psicoanálisis”, en Escritos 1, Siglo XXI, 1988, p.113.
[2] Lacan, J, Autres écrits, du Seuil, 2001, p.534.
[3] Miller, J.-A., Le neveau de Lacan, Verdier, 2003, p.156-157.
[4] Badiou, A., Breve tratado de ontología transitoria, Gedisa, 2001, p.22.

El encanto naturalista de la castración del hombre


Jésus Santiago

El aspecto clínico al que procuraré referirme, en lo que respecta a la elaboración lacaniana sobre la angustia, es el que concierne a la manera innovadora como Lacan deduce, lo que él mismo denomina la “verdad primaria” de la castración. Es obvio que, en el caso del saber analítico, una reelaboración sobre el enfoque de la castración repercute inmediatamente sobre la concepción de lo que es la diferencia entre la sexualidad masculina y la sexualidad femenina, presente en el Libro 10, del Seminario, La angustia, que constituye la última fuente de estas reconsideraciones sobre la castración. Es sabido que el ápice de las formulaciones innovadoras sobre la feminidad se sitúa, en los inicios de los años 70, en el Libro 20, del Seminario, “Aún”, a través del tensionamiento entre el valor universal de la lógica fálica y el particular y excepcional del goce femenino.
Por lo tanto, me llama la atención, que, diez años antes de “Aún”, o sea, a lo largo del Seminario, “La angustia”, Lacan es inducido a anticipar la hipótesis clínica de la excepcionalidad del goce femenino, pues, en esta época, este ya se configura como un goce marcado por límites huidizos y tenues. La idea de fondo que, poco a poco, se explicita, en este Seminario, es que si esos límites están casi ausentes es porque, en lo femenino, hay algo que se sitúa más allá de la castración. Lacan aún no posee la lógica intrincada de las fórmulas de la sexualización, sin embargo, sus formulaciones sobre la angustia, habían viabilizado una visión, hasta entonces, inédita de la castración, pues, esta deja de ser simbólica, relativa a la descripción del Otro, y, en consecuencia/por consiguiente, deja de ser secundaria con relación al factor fundante y ordenador del Nombre-del-Padre con relación al Otro.

Las afinidades de lo femenino con la castración

Se sabe que en Freud, por ejemplo, la relación del sujeto con la castración es tratada como efecto de la relación con el Padre. Ese reenvío al padre es casi siempre modulado entre la rebelión activa y la sumisión pasiva, entre el deseo de muerte y la necesidad de ser amado, una vía estrecha por la cual se decide la identificación viril o la feminización ante el padre. ¿Qué es lo que eso quiere decir? Lo masculino se caracteriza por la sublevación contra la castración, encarnada bajo la forma de la amenaza que se origina alrededor de la figura del padre. Al contrario, consentirse, abandonarse al placer y a las delicias de la castración es la clave para elucidar la región oscura de lo femenino. La castración se confunde con la amenaza de todo lo que en el Otro es representativo de la presencia del padre. Por otro lado, para el hombre, si la castración se confunde con la amenaza de la castración, ser castrado es un equivalente de lo femenino. No voy a detenerme en las diversas formulaciones del texto de Freud que dejan implícito las afinidades de lo femenino con la verdad propia de la castración.

Conferencias públicas

2014



Mayo 15
Clara María Holguín
Alianza Colombo Francesa





Guillermo Bustamante Zamudio
Alianza Colombo Francesa








Lizbeth Ahumada
Alianza Colombo Francesa


1. Sobre las revistas Bitácora Lacaniana y Wannabe

Febrero 13
Sede de la NEL-Bogotá






a. A propósito del pase
b. El analista en el siglo XXI
c. Acción lacaniana
d. La escuela




Actividades declaradas

1. «Psicoanálisis... ¿todavía?»
Responsable: Guillermo Bustamante Z.
Lunes, 3:00 PM a 5:00 PM
Calle 73, Carrera 15, Centro Cultural "Gabriel Betancur"
(Ver información más abajo)


2. «El deseo del analista: un deseo inédito»
Responsable: Clara María Holguín
Sábados, 9:30 PM
Lugar: sede de la NEL
(Ver información más abajo)


1. «Psicoanálisis... ¿todavía?»
Guillermo Bustamante Z.
El psicoanálisis tiene ya más de un siglo. Eso, para la época actual, una época de la fecha de vencimiento, es una pena. Y, efectivamente, sabemos de juicios como que "Freud está desueto"... aunque, quienes hacen ese tipo de afirmaciones no hayan leido una letra sobre el tema. El psicoanálisis nació como una inquietud ética en relación con el malestar subjetivo: ¿cómo tratarlo, sin pasarlo por el ideal de la felicidad, sin enjuiciarlo como simulación, sin hacer a un lado la verdad del sujeto, distinta al saber de la ciencia?
Para el psicoanálisis, somos un corto circuito entre carne y lenguaje; la contingencia de ese mal encuentro produce la singularidad de cada uno. Con ese nacimiento, no se trata de la realización de ningún ascenso del espíritu o de la conciencia. Estamos "arrojados al mundo", y cada uno se las arregla con eso, goza con eso. Ahora bien, ese cruce entre palabra y carne no es constante, porque comanda la contingencia , porque el lenguaje es moldeado por la época, porque la carne tiene que ver también con todo eso... No obstante, no es mera convencionalidad: hay efectos estructurales de los registros que están en juego.

De manera que, sí, hay que leer la época, pero sin disolvernos en ella; cosa que prueba la persistente presencia del malestar que, en consecuencia, todavía justifica al psicoanálisis.


2. «El deseo del analista: un deseo inédito»
Clara Ma. Holguín

Si bien el deseo del analista toma diferentes acepciones y significaciones a lo largo de la enseñanza de Jacques Lacan, según esté correlacionado con la acción del analista, podemos anticipar que el “deseo del analista” no es el deseo de estar en psicoanálisis ni de ser psicoanalista; implica, más bien, una separación del ser en análisis, y se dirige a la producción de una posición nueva. El deseo del analista se diferencia también del deseo de curar y del deseo de cuidar; tampoco es un deseo de verdad, ni de saber. Se trata de un deseo que, no siendo el deseo del sujeto —pues éste requerirá de una modificación producto de la experiencia analítica— “surge del paso de analizante a analista”. Queremos interrogar: ¿cómo surge este deseo?, ¿cuál es su función en la cura?; la respuesta “deseo del analista”, como producto de la experiencia analítica, ¿es una respuesta “idónea” para enfrentar el malestar de nuestra civilización?

Teniendo como referente el Pase —como acontecimiento y como dispositivo— y valiéndonos de testimonios de los AE (Analistas de la Escuela), nos proponemos verificar el acceso a esta función para cada caso; despejar su fundamento para destacar lo inédito de este deseo: un deseo que no es puro, pero tampoco vacío, un deseo “encarnado”. Nuevo estatuto del deseo que se sostiene en la inexistencia del Otro, y que apunta a obtener “la diferencia absoluta”. Lacan propone no un modelo de analista, ni un ideal de este, sino un operador, que dé cuenta de la función del analista, más allá del inconsciente freudiano, más allá del sentido.