miércoles, 15 de abril de 2020

¿Qué es lo real del coronavirus? Miguel Gutiérrez-Peláez*

Recuerdo que el director de mi investigación doctoral, el psicoanalista Héctor López, decía que una época es el tiempo que se demora la humanidad en simbolizar un real. ¿Estamos ante un real inédito que requiere de una época para elaborarlo? ¿Es éste un nuevo momento de la humanidad (a.C., antes del coronavirus, y d.C., después del coronavirus?), o es una irrupción salvaje de lo real en nuestra cotidianidad?  A diferencia de las guerras del siglo XX o la guerra contra el terrorismo del XXI, el enemigo actual no tiene rostro. No es siquiera una bacteria a la que pudiéramos adjudicarle el deseo de vivir. Es una proteína que, sin propósito e intención, produce efectos en nuestro cuerpo que pueden llevarnos a la muerte.  No faltan los intentos por simbolizarlo y darle rostro de otro, entendiéndolo como una consecuencia de los abominables hábitos alimenticios de los chinos, como un acto conspirativo de los rusos, como una entidad metafísica que viene por fin a poner límite al capitalismo salvaje allí donde no pudieron ponerlo los propios humanos, como un castigo divino anunciado por los profetas del apocalipsis, o como un llamado de atención de la naturaleza por nuestros excesos.  El panorama es aterrador, ¿pero es un nuevo real? ¿Qué es lo nuevo que llega a rasgar la tela de nuestro orden simbólico?

Un cuerpo más allá del virus. Luz Adriana Mantilla*


Por estos días de aislamiento a causa del Coronavirus se introduce un significante: confinamiento, el cual es tomado de las medidas ejercidas gubernamentalmente que implican ya no como un llamado sino un deber legal. Las vías tecnológicas surgen entonces como la herramienta para sostener el lazo con otros, apostarle a un lazo que ya de por sí me hace cuestionar de qué lazo podría tratarse. “Lo que antes nos mantenía aislados ahora nos mantiene vinculados”[1] oía paradójicamente en una de las entrevistas de Luis Darío Salamone a otros psicoanalistas, paradójico no sólo por la enunciación señalada, sino porque en tiempos de confinamiento curiosamente también son videos a los que acudo más que a los escritos psicoanalíticos. También para la mayoría, son videos los que circulan con información sobre el virus y sobre medidas de protección, como un modo de acceder a la subjetivación necesaria para los efectos que como plantea Miquel Bassols, el virus ha empezado a dejar, en ese real sin ley que se produce por la pandemia y ya no por el virus en sí mismo; quizá sea porque ante ese real no hay nada escrito, no hay teoría con lo que se le pueda hacer frente, al menos no más allá de la noción misma de real que Lacan formuló.

Consentir a la cuarentena... para seguir navegando. Una decisión ética. Clara María Holguín*

Retomando el texto de M-H Brousse sobre “Los tiempos del virus” pude avanzar sobre lo que urgía para mí como pregunta, ¿Cómo consentir a la cuarentena? ¿Podremos hacer del tiempo de comprender del “otro” una reinterpretación del instante de la mirada que falta? ¿Cómo sacar ventaja del espejo que muestra con horror lo real? 

No hay cálculo científico ni reflejo en el espejo frente a este real que homologa despertar y muerte. Además de poder estar un poco más advertidos de nuestra somnolencia neurótica, se requiere de un consentimiento, para concluir asertivamente, sí, yo (je) me confino. 

El poder de la palabra vacía. Carlos Márquez*

Hemos resistido decididamente veinte años de Internet, algunos más, dependiendo de su posición en relación con la tecnología disponible y sus disposiciones subjetivas a favor de lo nuevo. Hemos resistido a la carta que no hay que esperar porque llega de inmediato, eliminando la molesta expectación del deseo. Hemos resistido la maravillosa manera que tienen las redes sociales de hacernos sentir que estamos estableciendo vínculos sociales sin cuerpo, con gente que muy bien podría estar muerta.

Hemos resistido la familia de las videollamadas y las teleconferencias, usándolas irónicamente, sin ceder en el acontecimiento absoluto que para nosotros constituye el apretón de manos del inicio de la sesión, la atención de los colegas que escuchan la presentación de un caso o la noche de la fiesta de un congreso, los encuentros semanales, a veces diarios, en el local donde se reúne la escuela. Y las usamos de manera irónica, ahora es evidente, porque en cada "encuentro virtual" cuando no podemos estar presentes o cuando la escuela debe usarlos, la enunciación que lo soporta y que lo hace soportable, es el intenso deseo del próximo encuentro que está en el porvenir y que cierra con determinación la puerta de la esperanza con la certidumbre de que lo que se obtiene con la presencia es irremplazable.

viernes, 10 de abril de 2020

Lazos virales. Carla Bravo-Reimpell*

El aislamiento, que hace un corte en el contacto social clásico, es decir, aquel que no ha sido tomado por la interconectividad de las redes virtuales, es la prescripción que desde el saber médico mundial se debe seguir para superar la pandemia del COVID-19. Por irónico que parezca, impresiona que la cercanía del otro, ya sin máscara, es sinónimo de daño. Entonces, ¿qué es lo que realmente enferma y mata? Podemos argumentar que es la cercanía de los cuerpos biológicos lo que se debe evitar, ¿pero, no es esta cercanía goce del lazo, mediatizada por el significante? Así, vemos la gran dificultad de ciertos sectores de la población, de manera especial los jóvenes, para acatar esta prescripción, en tanto movidos por su fuerte necesidad de “socializar”, como venía ocurriendo hasta hace pocos días en las playas de Miami. Además, ¿no es el ejercicio, para nosotros sencillo y cotidiano del habla, lo que puede resultar altamente contaminante? El abrir la boca tiene nuevas implicaciones en estos días, más allá de las que conocemos los analistas.