Graciela Brodsky*
Para Freud, psicoanálisis y ciencia son
solidarios entre sí por su relación con la verdad, y ambos se oponen a la
ilusión religiosa. Sin embargo, esta ciencia de la que el psicoanálisis forma
parte no debe confundirse con la del cientificismo del siglo pasado, que Freud
veía encarnado en la psiquiatría de su época.
Es seguro que Lacan también consideró
en su momento la ciencia, la religión y el psicoanálisis en relación con la
verdad. Tenemos como prueba "La ciencia y la verdad", primera lección
de su seminario El objeto del psicoanálisis, convertida en escrito. Ahí toma
como punto de partida la verdad como causa en tanto que diferente del saber, y
examina entonces sus efectos en distintas prácticas: la magia, la religión, la
ciencia y el psicoanálisis. Pero, así como sus "amores con la verdad"
llevaron a Freud a demostrar la solidaridad entre la ciencia y el
psicoanálisis, el punto de partida de Lacan lo conduce a oponerlos, ya que
mientras la primera no quiere saber nada de la verdad (esto la aproxima a la
psicosis), el psicoanálisis la acoge y se convierte en el destinatario de la
prosopopeya que Lacan inmortalizó en "La cosa freudiana": "Yo,
la verdad, hablo".
¿De qué ciencia habla Lacan? Cuando a
partir de los años setenta se refiere a la ciencia, es con la esperanza de que
el psicoanálisis se le iguale en la determinación de lo real. No se trata
simplemente de lo que ya había indicado años atrás; por ejemplo, que es
impensable que el psicoanálisis como práctica y el inconsciente freudiano como
descubrimiento hubieran podido existir antes del nacimiento de la ciencia en el
siglo XVII, o que el sujeto sobre el que opera el psicoanálisis no es otro que
el sujeto que inaugura Descartes con su cogito, abriéndole el paso a la ciencia
moderna.
Ahora se trata de la ciencia que, de
acuerdo con la definición de Galileo, verifica que hay saber en lo real. Y ese
saber, una vez puesto a andar, obtiene que lo real responda.
Afirmar que el saber alcanza lo real
implica, en primer lugar, considerar sus consecuencias. La primera es de orden
subjetivo y recae sobre el propio científico: es la angustia, caracterizada
como el síntoma tipo de todo acontecimiento de lo real. La segunda se refiere a
la regulación de los efectos insospechados del discurso de la ciencia mediante
el consenso entre los distintos sectores de la sociedad. Ya en 1974 Lacan hace
alusión al embargo de un cierto número de investigaciones que inauguraron la
genética contemporánea, y desde entonces hemos asistido a una proliferación de
comités de ética que, como mostraron Eric Laurent y Jacques-Alain Miller, ocupan el lugar del Otro
que no existe en la sociedad actual. La tercera concierne a los productos de la
ciencia, los llamados gadgets. A fin de cuentas, ¿qué nos procura la ciencia?,
pregunta Lacan en Roma. Y responde: "Algo para distraer el hambre en lugar
de lo que nos falta en la relación. Jamás llegaremos a dominar las relaciones
entre esos parlêtres que sexuamos como hombre y como mujer... no hay ninguna
probabilidad de que eso tenga éxito alguna vez, es decir, que tengamos la
fórmula, algo que se escriba científicamente. De ahí la proliferación de
síntomas... No lograremos hacer que el gadget no sea un síntoma —agrega más
adelante— porque por ahora lo es de la manera más obvia: es evidente que se
tiene un automóvil como se tiene una falsa mujer".
La ambición de Lacan es que el
psicoanálisis, producto de la ciencia, sea al mismo tiempo el discurso que
demuestre su límite porque, allí donde la ciencia encuentra saber en lo real,
el psicoanálisis debe verificar el saber que falta, probar lo imposible por
medio de lo contingente.
*AME y AE de la EOL
y de la AMP. Directora General del Instituto Clínico de Buenos Aires.