Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Granada, Viernes 19 abril 2013
¿No es extraño escuchar en estos días: “Hasta aquí llega la economía”, “Hasta el Psicoanálisis habla de economía”?
Economía proviene etimológicamente del griego y ―como bien se encarga de insistir el gobierno― significa administrar la casa. En sentido amplio, se refiere a la extracción, producción, intercambio, distribución y consumo de bienes y servicios. Hoy, por la formación social a la que pertenecemos, es ineludible hablar también de mercado como modelo único y perturbador en el que también el psicoanálisis se inscribe. Tampoco es esa economía, aunque también, la que interesa al Psicoanálisis de orientación lacaniana. En Psicoanálisis, y desde Freud, hablamos de economía libidinal, de trabajo necesario y de plus de goce. Además, aunque el Psicoanálisis esté en el mercado capitalista, y no podamos abstraernos de ello, no nos encontramos en el mismo discurso. Más bien al contrario, nuestra función es abrir y señalar las grietas que destotalizan al discurso capitalista actual.
Pero, aun así, nos preguntamos: ¿el goce da la felicidad?, ¿o no? Entonces, ¿qué economía de la felicidad?, ¿qué felicidad puede obtenerse a través de la experiencia analítica?, ¿somos más felices los que atravesamos las fronteras del diván?
El placer, la felicidad, no es el goce. Más bien al contrario. Lo que no impidió a Lacan ―en su última enseñanza― hablar de una “nueva satisfacción” producida por un psicoanálisis que llega a su fin, de un “deseo inédito” en la historia para referirse al deseo del analista. De “un decir menos tonto” para referirse al psicoanálisis y compararlo con la poesía o como “elucubración de saber sobre nuestra debilidad mental”, porque el ser hablante es, en el fondo, un débil mental respecto al sexo, respecto a la relación sexual, que no existe.
Más allá del título tan sugerente, nuestro colega de la Escuola di Psicoanalisi Lacaniano de Italia nos sorprendió por el modo de abordar esta Conferencia. Una sorpresa grata puesto que se trataba de una manera, tan eficaz como inesperada, de transitar los textos. Y decimos esto porque esperábamos que Economía y Felicidad fueran afrontadas desde el concepto de plus de goce, el sinthome o la muy última enseñanza de Lacan, cuando se refiere a la satisfacción (1976). Pero no. Marco Focchi, durante su exposición, indagó en los propios conceptos a través de la cultura y del utilitarismo económico, para oponerlos al concepto de felicidad en la enseñanza de Lacan en Televisión (1974).
El título de esta Conferencia es infrecuente en sí mismo porque reúne dos términos que remiten a conceptos diferentes, incluso opuestos: por un lado, la felicidad es algo que se nos antoja lejano, extraño; por otro, la economía es cada vez más cotidiana y tristemente presente. Entonces, ¿por qué el título?
Aprovechando su interés por la literatura y el cine, comenzó haciendo referencia a una película, “La extraña pasajera” (1942) [en español], del director Irving Rapper, que trabajó para Hollywood. En el film, protagonizado por Bette David y Paul Henreid, destaca una secuencia final en la que podemos hallar una definición de la felicidad, al menos, curiosa: son dos amantes que, ante la imposibilidad de proseguir juntos, se dicen: “¿Serás feliz?, ¿podrás ser feliz?”. Y Bette Davis, contesta: “Tenemos las estrellas, no pidamos la Luna”.
Para Focchi, esta secuencia podría ofrecer una idea efectiva de la concepción moderna de la felicidad. Opuesta, desde luego, a la que existía en la antigüedad clásica, en los griegos… Aristóteles, por ejemplo, se refería a la felicidad como una virtud: la capacidad de una persona para lograr lo mejor posible de cada uno, la excelencia. En ese caso, se trata de algo posible, cotidiano y que responde a una ética.
En la actualidad, la felicidad es muy diferente. Hoy se nos presenta alejada de nuestras posibilidades… Sin duda, desde los clásicos griegos hasta nosotros, hay una gran distancia, pero podemos ubicar un momento particular, un viraje, un punto de inflexión con Jeremy Bentham, padre del utilitarismo. Bentham, a pesar de lo que pudiéramos pensar, no era un reaccionario; era un progresista con una concepción de la felicidad cercana al Freud anterior a Más allá del principio del placer (1920). Para Bentham, el humano está gobernado por los principios del placer y del dolor. En el utilitarismo encontramos una identificación con aquello que produce placer. El sujeto, entonces, no es libre y ético, no se dirige hacia la superación, como en la concepción de Aristotéles, sino que reacciona a una causa. Existe, pues, un vacío en el utilitarismo que cambia completamente el concepto de sujeto continuum de Aristóteles. Ese vacío es retomado por los románticos en el sentido del infinito, del anhelo…
El utilitarismo es llevado hasta el neoliberalismo vía Homo economicus. Así, Richard Hare (1919-2002) ―economista y “bienestarista” de gran éxito y fama― toma el concepto de felicidad de Bentham para aplicarlo, mediante una política social, al máximo de hombres posibles. Hare cree que podríamos medir la felicidad de los sujetos, localizando en el córtex las sensaciones placenteras y dolorosas con las actuales técnicas de neuroimagen. La salud mental sería, desde luego, el termómetro de la felicidad, si se pudieran salvar dos inconvenientes importantes que se han convertido en un estrago para la sociedad del bienestar: la psicosis y la depresión. Estas patologías podrían curarse gracias a las terapias cognitivas con base científica. ¿Cómo? Puede parecer una buena idea curar a la gente, pero ¿lo es de verdad?, ¿se puede curar con millares de estudios y estrategias psicológicas comportamentales que desarrollen estas ideas? Esta concepción de la felicidad se inscribe en un estado del cuerpo como si fuese medible. Como si se tratara del peso, la presión arterial o la altura. Se hicieron, incluso, cálculos en algunos estados de los EEUU; ¿qué conclusiones obtuvieron?: el máximo de felicidad se daba al tener relaciones sexuales, el mínimo cuando los lunes los sujetos se encaminaban al trabajo. Un poco obvio, quizás, pero lo es porque se trata de una felicidad unidimensional, lineal, de cantidades positivas o negativas, como si midiese la fiebre.
Pero esta no es la felicidad para el psicoanálisis. Para Freud, la felicidad de los escritores o los poetas, es otra. Safo, por ejemplo, se refiere al amor como algo “que perturba el alma”, “como un viento dulce y amargo”. En la concepción de Hare no hay opción para “un amor dulce y amargo” que reúne, en sí misma, emociones diferentes. La ciencia es significativa, facilita la vida a los ciudadanos, desde luego, pero no todo puede ser tratado con el establecimiento de la certeza positiva. Ese es el problema de la modernidad, que no puede abarcar conceptos que no se registren por la medida o los métodos científicos en sentido amplio.
La salud y el concepto de cura exploran muy bien estas diferencias entre psicoanálisis y otros discursos. Si, para la medicina, la cura consiste en que el organismo retorne al estado anterior a la enfermedad, eso es impensable para el psicoanálisis, cuya concepción implica que la enfermedad está ya presente desde el comienzo, desde el encuentro con el lenguaje. El malestar mismo comienza en ese encuentro. Y ello provoca un hueco, un vacío, una perdida, compensados de diferentes modos. A diferencia de la medicina, para el psicoanálisis el síntoma mismo no es un trastorno, sino una manera de enfrentarse al vacío. Hay ocasiones en las que el sujeto, para sustraerse del sufrimiento, hace “bricolage” del síntoma. Es preciso percatarse de que esto no puede ser tratado de manera científica, cuantificable. Cuando un analizante demanda la superación del síntoma que lo atormenta en principio, puede encontrarse con problemas justamente cuando el síntoma se levanta y aparece una angustia peor que el síntoma que encubría.
Pero el concepto de felicidad, aplicado a la política, no es exclusivo del utilitarismo o de Richard Hare. Lacan, en el Seminario La ética, destaca esta idea de la felicidad como un concepto nuevo para Europa, en varios ideólogos de la Revolución francesa (1784-1789): la felicidad de lo necesario, la liberación de la tiranía, tener un mínimo vital para todos... Una felicidad de la igualdad propia de la Ilustración. Pero, incluso esa felicidad vinculada a lo político o a la economía es opuesta a la que propone el psicoanálisis.
Stendhal, al que se refiere Lacan en su introducción, señala que el sujeto busca su manera de ser feliz todos los días. Cada uno a su modo. Stendhal está perdidamente enamorado de Mme. de Renal. Anhela su encuentro pero un día, paseando, la tiene tan cerca… que huye. Y es que a veces, cuando la felicidad está tan cerca, se hace insoportable. No es cuestión de un determinado carácter, ocurre con frecuencia, pero Stendhal lo narra de manera espléndida.
En Lacan encontramos un pasaje sobre la felicidad que puede parecer extraño, bizarro. En Televisión (1974), dice: “El sujeto es siempre feliz”. ¿Por qué?, ¿qué nos quiere decir? Que cualquiera puede hallar un objeto adecuado a la pulsión. Aunque los analizantes no parezcan felices, están satisfechos, en el fondo, en cuanto a la pulsión se refiere. Los románticos pensaban que cada uno tenía su otra mitad, también Platón o Aristóteles mantenían la aporía de las dos mitades que se buscan... Para Freud y Lacan, el objeto de la pulsión no está determinado, es variable. No es que todos vayan bien, ciertamente, pero sí que hay una cierta contingencia… El hombre se enamora de la dama de su corazón porque es un sustituto de lo que falta. Y esa falta es un lugar vacío. Entonces, todo lo que viene a ocupar el lugar de ese hueco, de esa hiancia que aparece con el lenguaje, es un subrogado. Con el lenguaje, se pierde algo que nunca jamás se recuperará. Así, para Lacan “el sujeto es siempre feliz” pues encuentra siempre algo que contiene un doble perfil: por un lado, es posible porque algo falta; por otro, vienen a ocupar ese lugar de la falta. Este alejamiento de lo perdido obligatoriamente permite a Lacan hablar de exilio. Porque el hombre, a diferencia del animal, se encuentra exiliado de la relación sexual. Este exilio necesita de laberintos, semblantes, máscaras, triquiñuelas a veces… para permitir el encuentro que, incluso cuando se produce, crea inseguridades. A diferencia del animal, en el que el instinto le hace dirigirse a su partenaire de manera segura, en el sujeto parlante no hay predeterminación del objeto, del partenaire sexual o amoroso. Exilio es, pues, un término muy importante en la enseñanza de Lacan porque se refiere a la felicidad que se erige a partir de una falta, de esa falta primordial por la que el sujeto viene a sustituir con alguien o algo que lo haga feliz.
PREGUNTA: Creí, por el título, que al referirse a la economía de la felicidad iba a abordar el goce y ha señalado que “el sujeto es siempre feliz”, está satisfecho según Lacan. Pero dos años más tarde (1976), en el Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI, refiriéndose al fin de análisis, Lacan habla de satisfacción. ¿Cuál es la diferencia entre un tipo de satisfacción y otra?, ¿o es una cuestión de economía del goce?
RESPUESTA: La vía más clásica para abordar la felicidad habría sido desarrollar la economía libidinal a partir del goce… pero el resultado habría sido el mismo: la dificultad es que el goce no es placer y, al referirnos al goce, nos alejamos del horizonte utilitarista y de la formación social contemporánea. El goce, más allá del principio del placer, está más allá de la felicidad utilitarista, entrando en juego un placer que perturba la economía del sujeto… de ahí la repetición y la entrada en una zona donde el placer se convierte en nocivo, más allá del límite. El goce no es solo prolongación del placer sino un placer que se dobla sobre sí mismo y se transforma en destructivo. Por eso, en diversos pasajes del Seminario de La ética, Lacan encontrará en Sade una referencia evidente al goce de la destrucción (también equiparará a Kant con Sade en el texto de referencia de los Escritos de la misma época que el Seminario).
Al tratar de abordar la felicidad a partir de conceptos propios de la economía, a través de las referencias que hoy he tomado para Vds., exploraba la antinomia, la contradicción interna de la felicidad en el amor, en la relación con el otro, en el deseo… Freud habla de cantidad, de economía de la libido o del goce, pero no se refiere a cantidades lineales, porque incorpora el más allá, el exceso…
Es curioso. Freud aborda la neurosis de guerra porque su interés último está puesto en el goce y la repetición, en lo traumático. Pero cuando el DSM V incorpora estas ideas de neurosis de guerra y el trauma, se debe a otro tipo de economía: la que pretenden los lobbies de los veteranos de la guerra de Vietnam, y otras posteriores, para cobrar los seguros. Resulta muy interesante, en este sentido, lo que cuentan nuestros colegas de Madrid que, como saben, se ocuparon de algunas de las víctimas de los atentados del 11M. Lo que encontraron en las víctimas era la angustia, no tanto a raíz de lo que pasó, sino en relación con lo que hubiera pasado: lo que cada uno hubiera hecho, lo que hubiese ocurrido si… Ese es el motor de la repetición: no volver a algo que ya pasó, sino a algo que nunca pasó ni fue aprehendido por el sujeto.
Sobre la satisfacción al final del análisis, el término que resulta problemático es “final”, porque ha habido varias teorías de fin de análisis. Actualmente, en las diferentes Escuelas que conforman la AMP, y a partir de la última enseñanza de Lacan, se trata de saber qué hacer con el síntoma. Los análisis, no obstante, se terminan cuando el analizante se percata de su demanda como imposible y que ello puede sentirse, incluso, en el cuerpo. Está el imposible del lenguaje, demasiado lógico, por un lado. Sin embargo, en la última enseñanza de Lacan se trata de un imposible por demostrar, a partir de la reducción de los significantes amos para el sujeto y cuando el analista ya no “esconde” nada que el analizante pueda franquear.
PREGUNTA: Cuando habla de Más allá del principio del placer, se refiere también a las nuevas patologías que son del exceso siempre. ¿Podría ampliar esto?
RESPUESTA: Todas estas patologías contemporáneas tienen en común ese sesgo del límite, de sobrepasar el límite, de situarse más allá del principio del placer en el horizonte de la felicidad. Hasta hace poco eran patologías del exceso. Así tenemos las adicciones, por ejemplo, o la bulimia y la anorexia. Pero lo más interesante, quizás, que puede aportar la última clínica y que nos estamos encontrando a diario, son los llamados ataques de pánico que tienen también un problema con los límites, aunque sea más difícil de percibir. Así, una paciente que consultaba por su hijo… en lo que puede llamarse una supervisión educativa, una vez que el niño resuelve su problema, a la madre le sobreviene un ataque de pánico que pone de relieve que el hijo era el síntoma, el punto sintomático de la mujer, y, cuando se elimina, el límite queda obsoleto. Otro ejemplo: la paciente que estaba muy enamorada de su pareja pero vivían alejados físicamente uno del otro. Es a partir del traslado del novio a su propia ciudad, a su propio hogar, que la chica tiene reiterados ataques de pánico. Después de consultar, en las primeras entrevistas se percata de la necesidad que tiene de aplicar cierta distancia entre ellos, la justa, para permitir el deseo.
*Reseña