Mi decisión de
hacer parte del cartel sobre violencia se centró en la posibilidad de
insertarme en la NEL Bogotá, y así darle continuidad a un proceso de formación
que había echado a andar en la NEL Caracas. La violencia como tema en sí, más
que interrogarme me pulsaba en un lugar de rechazo; sin ser consciente de un
interés particular, comencé a preguntarme ¿cuál sería mi sujeto de trabajo? y
me asaltó una muerte, el asesinato de un familiar. En ese momento quise
preguntarme otra cosa y desvié mi trabajo hacia la mirada, eso violento que
engancha al ojo, decidí pues mirar a otro lado, pero el pulso me insistía: ¿Por
qué alguien mata a otro?. Tomé entonces esa, mi pregunta, y comencé a leer
varios textos, autores, pero ninguno parecía bastar. Una tarde tras la urgencia
de tener un escrito que presentar, imposibilitada para escribir, encontré a
todos los autores del mundo insuficientes, y fue el apropiarme de ese imposible
de llenar particular, lo que abrió el compás de distancia necesario para pensar
y escribir esto que titulé: HOMICIDIO.
Las elaboraciones
teóricas de Freud y Lacan, permiten pensar el homicidio, sin embargo antes de
iniciar este breve recorrido por algunas de ellas, me parece inaplazable
destacar la lógica del caso por caso como premisa básica en la teoría
psicoanalítica, tomándola como elemento que delimita el alcance de esta indagación.
Aun así, será posible sujetándome de la teoría, decir algunas cosas
en relación al homicidio como forma de violencia. Freud nombra la violencia como
“el recurso a la fuerza impositiva sobre
otro u otros”[1],
se refiere a ella como la fuerza muscular, fuerza bruta, aumentada, reforzada y
sustituida por las armas. Por su parte la palabra “homicidio”[2]
procede del latín homicidĭum, y éste
del griego homόs,
similar o semejante, y del latino caedere,
matar, cometer un homicidio es
entonces matar a un semejante, ejercer la violencia sobre el otro ocasionándole
la muerte.
Pensando en la
posibilidad de matar.
Podría considerarse al semejante como
algo lo suficientemente cercano como para atreverse a dañarlo, sin embargo es
bien evidente que somos capaces hasta de matarlo. En su escrito Tótem y Tabú[3],
Freud explicita a través de un mito el surgimiento de las organizaciones
sociales y sus preceptos éticos; un violento padre primordial como arquetipo
envidiado y temido por los miembros del clan de hermanos, un día se aliaron, lo
mataron y devoraron; tras eliminarlo surgió la culpa y el muerto se volvió aún
más fuerte de lo que era en vida, así que los hermanos deciden asegurarse la
vida unos a los otros, para evitarse el mismo destino. La civilización surge
entonces a partir de un homicidio, existe un anhelo
de matar presente en lo inconsciente, como una las más antiguas e intensas apetencias
de los seres humanos. Vale decir entonces, que somos semejantes, también en el
anhelo inconsciente de matar.
“Frente
al cadáver de la persona amada no solo nacieron la doctrina del alma, la
creencia de la inmortalidad y una potente raíz de la humana conciencia de
culpa, sino los primeros preceptos éticos. El primer mandamiento, y el más
importante, de esa incipiente conciencia moral decía <<no
matarás>>. Se lo adquirió frente a un muerto amado, como reacción frente
a la satisfacción del odio que se escondía tras el duelo, y poco a poco se lo
extendió al extraño y, por fin, también al enemigo.” Freud (1915)[4]
Frente a esto, Freud sitúa la “aptitud para la cultura” (componentes
eróticos, educación y la historia de nuestros antepasados) como una salida, se trata de la capacidad del hombre para modificar
las “malas
pulsiones”. Sin embargo, vemos como esta aptitud para la cultura no tuvo un porvenir muy prometedor. En Más allá del principio del placer, es
formalizada la pulsión de muerte, fuerzas o estados primitivos que se ponen de
manifiesto en la compulsión de repetición, y que van en contravía del reinado
del placer. La tendencia del organismo a retornar a un estadio anterior
anorgánico, derrumba la hipótesis del superhombre
de elevada función ética y espiritual, la “benéfica
ilusión”[5]
que explicó en parte el progreso de la civilización humana, es filtrada por la tensión ejercida como consecuencia de la
represión pulsional, propia del proceso de reforma.
La aptitud
para la cultura es mordida por la pulsión de muerte, dando cuenta de un
grado de inadecuación que genera malestar. ¿Es la vivencia permanente de
malestar uno de los elementos que da rienda suelta a la violencia?. Freud
indica que la hostilidad hacia la cultura proviene de la suma de operaciones y
normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres[6], pues
esto supone la renuncia pulsional, creando el malestar de la privación. De no
existir la cultura como reguladora de los vínculos, la arbitrariedad del
individuo se expresaría en el uso de la “violencia
bruta”, la cultura permeada por el malestar deviene en violencia:
“Uno de los
reclamos de la sociedad culta dice: <<amarás al prójimo como a tí
mismo>>, ¿por qué deberíamos hacer eso? ¿De qué nos valdría? Pero
sobretodo ¿cómo llevarlo a cabo? ¿Cómo sería posible? Mi amor es algo valioso
para mí, no puedo desperdiciarlo sin pedir cuentas. Me impone deberes que debo
disponerme a cumplir con sacrificios. Si amo al otro, él debe merecerlo de
alguna manera (…) si es un extraño para mí, y no puede atraerme algún valor
suyo o alguna significación que haya adquirido en mi vida afectiva, no me será
fácil amarlo (…) Y si considero mejor las cosas, hallo todavía otras
dificultades. No es solo que ese extraño es, en general, indigno de mi amor;
tengo que confesar honradamente, que se hace más acreedor a mi hostilidad, y
aún a mi odio.” Freud, 1930[7]
El prójimo no es solo un posible objeto
auxiliar y sexual, sino una tentación para sofocar el malestar producto de la prohibición pulsional, en el vínculo tomamos
al otro también para explotarlo, usarlo, violarlo, desposeerlo, humillarlo,
martirizarlo y asesinarlo. Los extraños se presentan entonces como aquellos
semejantes en los que es posible ofrecerle escape a la pulsión. Pareciera así,
que si bien la vivencia de malestar, entre otros tantos elementos particulares
en cada escena homicida deben ser tomados en consideración, terminan siendo
secundarios en comparación con la satisfacción primaria que surge de dañar a
otro.
Lacan aporta nuevos elementos sobre a la
naturaleza del vínculo con el semejante, en sus desarrollos sobre el estadio del espejo, la constitución del yo
a partir de la ficción sostenida por una imagen alienante introduce una dimensión
agresiva que le es propia. Las consecuencias de esta identificación, aun cuando
luego da paso al mundo simbólico, reafirman su permanencia en la vinculación
del sujeto con el otro semejante[8]. La dimensión imaginaria define lo más
primitivo de la relación entre el yo y el otro (a – a’), otorgándole al vínculo
un carácter confuso y sobretodo agresivo. Visto así, la agresividad presente en
toda relación con el otro, al presentarse en su estado más puro o menos
tramitado, deja ver su efecto aniquilador en el vínculo con el semejante,
señala Lacan “la agresividad intencional
roe, mina, disgrega, castra, conduce a la muerte”[9]. Si
bien la configuración edípica posibilita el desarrollo de un revestimiento
simbólico, lo arcaico imaginario permanece, velando la sombra de lo real
deforme y fragmentado en lo más profundo de la psique humana.
Adicionalmente, Lacan resalta en
elaboraciones posteriores, que no es posible separar el crimen y el criminal
del contexto histórico-cultural, la obediencia a las leyes y la adecuación del
individuo al grupo es una concepción tan antigua como mítica, que deja ver una
imposibilidad; al acercarnos a la naturaleza concreta del crimen interfiere el
simbolismo de la ley, las conductas criminales pueden explicarse a partir de la
interpretación de la patogenia edípica: “al
superyó se lo debe tener, diremos, por una manifestación individual vinculada a
las condiciones sociales del edipismo. Así las tensiones criminales incluidas
en la situación familiar solo se vuelven patógenas en las sociedades sonde esta
misma situación se desintegra”[10] El
aflojamiento ético freudiano con sus representantes en la impunidad, la
corrupción, la injusticia, el crimen, es
de acuerdo con Lacan el resultado a escala macro de la conflictiva edípica a
nivel familia, en cuanto a la inscripción de la ley.
[1] S.
Freud. (1932).¿Por qué la Guerra?.
Carta abierta a Albert Einstein. Obras Completas. Editorial Amorrortu. Buenos
Aires, Argentina
[2]
Wikipedia. La enciclopedia libre. Disponible en la web: http://es.wikipedia.org/wiki/Homicidio.
Consultado en Septiembre de 2012.
[4] S.
Freud. (1915). De guerra y muerte: Temas de actualidad. Obras Completas.
Editorial Amorrortu. Buenos Aires, Argentina.
[5] S.
Freud. (1920). Más allá del principio del
placer. Obras Completas. Editorial Amorrortu. Buenos Aires, Argentina.
[6]
S. Freud. (1927). El porvenir de una
ilusión. Obras Completas. Amorrortu Editores. Buenos Aires, Argentina.
[7]
S. Freud. (1930). El malestar en la
cultura. Obras Completas. Editorial Amorrortu. Buenos Aires, Argentina.
[8] J.
Lacan. (1949). El estadio del espejo como
formador de la función del yo [je] tal como se nos presenta en la
experiencia analítica. Escritos 1. Editorial Biblioteca Clásica Siglo XXI.
(2012). Buenos Aires, Argentina.
[9] J.
Lacan. (1948). Agresividad en
Psicoanálisis. Escritos 1. Editorial Biblioteca Clásica Siglo XXI. (2012).
Buenos Aires, Argentina.
[10] J.
Lacan. (1950). Introducción teórica a las
funciones del psicoanálisis en criminología. Escritos 1. Editorial
Biblioteca Clásica Siglo XXI. (2012). Buenos Aires, Argentina.