lunes, 1 de abril de 2019

¿Qué consecuencias clínicas y políticas podemos extraer para la formación del analista en la escuela del pase, del actuar de las pasiones y particularmente del odio? - Laura Arciniegas

Acercarse a lo que hay de más real en las pasiones, y particularmente a la pasión del odio, es la orientación de Lacan al resaltar cada vez más su conexión con el goce. El odio, que va más allá de la agresividad constituyente del ser humano tiene una cara más real que Lacan sitúa en su Seminario XX, al plantear que este es justo “lo que más se acerca al ser, que llamo el ex –sistir. Nada concentra más odio que ese decir donde se sitúa la existencia”  En esta perspectiva, el odio está en la base de todo ser hablante.

En su seminario del Ser y el Uno, Miller ubica como Lacan renuncia a su ontología, para privilegiar el registro de lo real diferenciando el registro del ser del registro de la existencia.  Si en el primero ubica el orden del Otro, del dicho, del discurso y del semblante, del lado de la existencia privilegia lo real, la lógica, y el Uno. Hay de lo Uno, un uno anterior al ser, original, un uno solo, que no remite a un dos, anudado al goce opaco al sentido. La ex –sistencia se desprende de una operación significante,  a partir de la cual los seres emergen en lo real. Esa  ex, da cuenta de lo que quedó fuera pero en relación con, es decir la extimidad.  Se trata del traumatismo que nos constituye en el encuentro de las palabras con el cuerpo,  y de la manera como el lenguaje marca al ser hablante. Esa intrusión del lenguaje en el organismo viviente conlleva una violencia original. 

E. Laurent resalta que en su última enseñanza Lacan reformula los afectos freudianos a partir del goce, trayendo como consecuencia que el odio tiene prioridad sobre el amor, para acercarse al Otro. “El amor se amarra a los semblantes, mientras que la pasión del odio apunta a lo real” . Así, prescindiendo de la ficción del NP  funda el afecto fundamental de la relación al Otro  “directamente en la relación al goce como punto de rechazo, de expulsión del Otro que remonta a la Ausstossung, a la expulsión primordial que sitúa al sujeto frente al Otro”.

Esta operación ubicada por Freud en su texto “La Negación” (1925) es punto de partida de la configuración del ser hablante a partir del goce que es rechazado.  La afirmación primordial, Bejahung, no es sin un rechazo, Ausstossung. La aceptación del significante y la pérdida del objeto o rechazo del goce forman parte de esta operación central subrayando que la entrada al universo simbólico supone la pérdida radical del objeto quedando éste como lo más íntimo y lo más ajeno a la vez. Miller, en su texto Extimidad, plantea, que en el odio al otro que se conoce a través del racismo hay algo más que la agresividad. Hay una consistencia que merece el nombre de odio y apunta a lo real en el Otro: “¿Qué hace que ese Otro sea Otro para que se lo pueda odiar en su ser? Pues bien, es el odio al goce del Otro…..Se odia especialmente la manera particular en que el Otro goza”  El asunto se ubica en el nivel de la tolerancia o intolerancia al goce del Otro, en la medida que es aquel que me sustrae el mío. Así, si el Otro es Otro dentro de mí mismo, la raíz del racismo desde esta perspectiva es el odio al propio goce. “Si el Otro está en mí, en posición de extimidad, es también mi propio odio”.  El goce del otro, es también el goce que está en mí. 

Laurent lo aclara al plantear que “puesto que mi goce no lo conozco, conozco solamente el goce del otro, que rechazo, y me apresuro a denunciar  al otro como aquel que goza de otra manera, para no encontrarme confrontado con mi goce”. De allí su insistencia en que: “O se piensa la primera identificación por el amor a partir del padre, o se piensa a partir de lo peor, del rechazo de la parte perdida, no reconocible del goce.”  Lo que nos permite ubicar al odio como “residuo ineliminable”, que se encuentra desde el origen, en el centro de la relación con el Otro. De él no se prescinde. Permanece.

Si “el odio está en el principio y en el fin, atraviesa la experiencia analítica, y se sitúa más allá del Edipo en el acontecimiento de cuerpo primordial que es la invasión por el goce Otro, el traumatismo del goce, esa inscripción de goce en el cuerpo hace que permanezcamos separados de nuestro goce.” es preciso acercarse a la maldad propia, cernirla, bordearla para lograr un saber hacer con el odio propio.

¿Qué tratamiento posible ante este mal que nos aqueja, que nos habita, por el hecho mismo de hablar? Durante un análisis una pasión analítica se pone en juego, el odioamoramiento fundamental. ¿Qué pasa con ella durante y al final del análisis? Ante el encuentro del punto de ausencia de garantía y del encuentro con un Otro incompleto e inconsistente, ¿Qué del nudo pasional transferencial en la salida? ¿Cómo esta última enseñanza reformula la transferencia? Si la trasferencia positiva se funda en la ficción del SsS, ¿qué decir de la negativa?  Mejor dicho, ¿qué lugar para el odio en la transferencia?

Alejados del sueño de esperar una solución definitiva que lo haga desaparecer, la cuestión que se nos plantea es cómo tratarlo de manera que no sea una tentativa de liberarse de él, pues entendemos que la pasión no se reduce a cero. Más bien se trata de aproximarse a la propia maldad para reconocerla, trabajarla, hacer otra cosa con ella. La experiencia analítica invita a ello.  Examinar el estado de la pasión, en la salida del análisis, cuando se ha podido aislar algo de la causa del horror al saber, cuando se ha atravesado el fantasma y han caído las identificaciones, cuando se ha develado la relación entre el objeto y el Otro, tal vez, allí algo diferente para hacer con eso.  Desde esta perspectiva, que no es la del de sabio, sino la del santo, se trata de cernir algo ya que, “el psicoanalista o el sujeto que atravesó la experiencia analítica se constituye no como una voluntad de mantener a distancia las pasiones, sino, al contrario, por la voluntad de experimentarlas”.

Cernir, bordear, aquello a lo que no oso acercarme, a ese núcleo de mí mismo que es el goce, a eso inhumano, como lo llamaba Laurent, justamente porque es lo más singular, y no pertenece a la humanidad en general, es a lo que  lleva un análisis que llega a su final. Apuntar a la diferencia absoluta, solemos decir. Pero cómo nos cuesta, reconocerla, tolerarla!! Acaso, acercarse a la propia, ¿nos permitiría tolerar un poco más la del otro? Dejar de esperar que el otro sea y haga como uno y “Formarse para distinguir lo tocante al uno, y para aproximarse a ese real que soporta el número, posibilitaría mucho al analista” y diría, no sólo para él, para arreglárselas con lo propio, sino para poder estar hoy a la altura de esa “nueva alianza entre Psicoanálisis y política”, a la que nos conmina hoy el Campo Freudiano.

M-H-Brousse, planteaba en nuestras pasadas Jornadas que “cada vez que hay rechazo, lo que falta es separación. No es necesario rechazar algo, si uno está separado de eso”. Si el goce rechazado, permanece como resto inasimilable, reconocer algo de eso permitiría un hacer diferente con “eso”.   

La consecuencia en la clínica, me parece no es otra que orientarse por lo real, pero desde el inicio. En lo político nada que borre las diferencias, porque entendemos que los otros no son semejantes. Los diferentes dispositivos de Escuela acaso, ¿no apuntan justo a ello? la diferencia argumentada permite que el Otro del goce aparezca marcado por la barra, dividido, pues sabemos que un Otro consistente conlleva un odio radical.  

La ética del bien decir, prescribe encontrar un acuerdo, una cierta armonía entre significante y goce. Ella es relativa a la extimidad, y a los modos de saber hacer con ella. Tal vez eso ayude a odiar-nos menos, pero también a saber oponernos a los embates de sus manifestaciones más feroces en la civilización actual.

Finalmente acotemos nuestra pregunta: con el odio, así concebido, presente todo el tiempo, por ser parte del traumatismo fundamental, ¿qué posición del analista para tratarlo? ¿qué orientación en la cura para ir cada vez más hacia esa separación?  

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