Juan Carlos Indart
(Presentado en el "Coloquio de la
Extimidad", el pasado 2 de diciembre de 2010, en Buenos Aires, con
referencia al libro Extimidad de Jacques-Alain Miller. Publicado con
autorización del autor)
Ahora bien, esa lectura es hoy
predominante en el país, con sus valores a respetar, pero creo que desde ahí es
imposible comprender a qué se refiere Lacan al profetizar una escalada del
racismo, como es imposible ponderar en cuánto ya se verifica también entre
nosotros su caldo de cultivo y sus crecientes brotes.
Conocemos la profecía de Lacan porque
Miller le pregunta por ella, recibe la respuesta por escrito, y se imprime en
1974 en el texto titulado Televisión. Miller le pregunta por qué está tan
seguro de profetizar la escalada del racismo, y le pregunta por qué diablos
decirlo[2].
Aquí estamos reunidos como parte de la
raza de los intelectuales, por impura que la misma nos parezca y aunque se
cuele racismo también entre nosotros, porque esas dos preguntas son lo que
tenemos que pensar, y desplegar, racionalmente.
No estamos solos.
En primer lugar, está la respuesta de
Lacan.
A esa respuesta, desde ya, no se la
comprende. Hay que leerla, y eso es costoso. Lo seguro es que nada anunciaba en
1973 una predicción semejante, pero hoy está verificada, y se oye el clamor
creciente del racismo, el fundamentalismo, el odio a los inmigrantes, el enorme
proceso de segregación visible e invisible por el que los agrupamientos se
constituyen en el temor y el rechazo de unos para con otros, los cercos, los
tabiques, los cerramientos, las zonas exclusivas, dentro o fuera de la ley,
igualmente visibles o invisibles.
Miller se divierte sugiriéndonos que
leamos esa respuesta como quien sondea a Nostradamus, para enseguida señalar
muy seriamente que se trata de las fórmulas de una lógica infernal: la que
hace que la universalización no pueda sino engendrar segregación.[3]
Es eso y punto. Es eso lo que entrevió
Levi-Strauss a comienzos de 1950, con una respuesta que en mis delirios
juveniles sólo pude llamar ‘la pena de Levi-Strauss’, porque era la mía propia.
Y es eso lo que entrevió Lacan en 1949, con una respuesta que en esos mismos
delirios llamé ‘la alegría de Lacan’, porque también era la mía. Los delirios
juveniles son más simpáticos que los de los viejos. Para delirar ahora digamos
que no progresé nada. El oscuro e idiota goce singular que me habita no me da
para el tema que nos convoca sino dos semas alternantes y repetidos: melancolía
y paranoia.
Por eso es mejor aferrarse a la
lógica, porque ese goce a veces se deja escribir un poco, con una indiferencia
semántica absoluta, admitiendo así en los hechos y sin decirlo que puede haber
otro goce que no es él, y que él no lo sabrá.
Así, en segundo lugar, tenemos dos
grandes despliegues de la profecía que merecerían ser llamados ‘teoremas’, por
el rigor de lo que deducen a partir de las nuevas fórmulas de Lacan. ‘Teorema’
podría ser una palabra para una querella inútil con el discurso de la ciencia.
La quitamos. Pero que el lector de esos argumentos sepa, si es de la raza de
los intelectuales, que el compromiso racional que esos despliegues impone le
hará sentir cuál es el borde de su razón con una ética que no le vendrá del
discurso de la ciencia y su humanismo de vacía eternidad.
El primer despliegue de una razón más
allá del discurso de la ciencia en cuanto a la escalada del racismo se lo
debemos a J.-A. Miller.
Y el segundo se lo debemos a J.-C.
Milner.
La deducción de Miller se despliega
mucho, si no toda, porque es sensible a una prudencia analítica, en la lección
de su curso Extimidad que hoy nos convoca, dedicada al racismo.
No tiene sentido que aquí despliegue
lo que me ha hecho pensar.
La EOL debería abrir un espacio para
la lectura de ese teorema.
El modo de presentar cómo para el
psicoanálisis se fabrica el Otro, por qué el goce no podría garantizarlo, por
qué el goce es lo real del odio al Otro que está dentro de uno, por qué es esa
la definición del racismo, por qué no podemos coincidir con el humanismo de los
Derechos del Hombre Universal, por qué el discurso de la ciencia es imputable
de racismo, por qué el psicoanálisis es el síntoma de ese síntoma, son todas
preguntas que requieren de lectores estudiosos.
Lector estudioso no es mala expresión
para presentar la deducción, igualmente infernal, de J.C. Milner.
Soy muy sensible a ella, porque en
ocasión de una publicación argentina, cordobesa, que en el siglo XX se
titulaba El psicoanálisis en el siglo XXI, le entregué dos reflexiones:
una sobre la familia, y el límite a considerar sobre su extinción a partir del
racismo, y otra sobre las tumbas y su extinción a partir del racismo, porque en
ese momento en Argentina había profanación de tumbas judías.
Milner llega lejos en su deducción de
la profecía de Lacan, difícil de rebatir a partir de la consistencia lógica que
teje. Su posición apuesta todo: si hubo un hombre que predijo racismo en el
siglo XX, Lacan, para el siglo XXI, eso debe entenderse como el racismo propio
de este nuevo siglo, a saber, no tan solo odiar el goce del Otro, sino destruir
la cuatriplicidad, destruir la relación hombre- mujer, y padres- niños. Como el
nombre judío solo existe por esa cuatriplicidad (hay otras, pero tal vez menos
sabias), el nombre judío depende de eso absolutamente, y podría ser, al menos
en Occidente, el punto de referencia de una acción.
Miller, como psicoanalista, no le
quiere dar ideas al progreso futuro, pero admite que en este punto habría lugar
para profecías. Sí, creo en eso.
Solo me queda decir que en la profecía
de Lacan queda un punto que es a deducir a partir de sus formulaciones. En la
universalización del discurso de la ciencia, con sus efectos técnicos en la
globalización de los mercados, con su imposición de un único modo de goce que
sólo se sitúa como plus- de- gozar, con su arrasamiento de todos los antiguos
modos de paliar el racismo originario del goce del ser hablante, y que ya
cuestiona la cuadriplicidad y el “de generación en generación”, no puede sino
surgir el llamamiento al significante del Otro como Nombre de Dios, queda
hacerlo ex-sistir con sus imperativos más feroces, de los que tenemos
antecedentes.
Un Alain Badiou se queda bastante
calmo. Dios ha muerto, el religioso, el metafísico y el poético. Del religioso
habrá algún retorno perimido, posiblemente criminal, pero bastará con “separar
la política de los arcanos que rigen el poder del Estado” para quitarle
asidero.[4]
Lacan no se queda calmo, y Miller
tampoco, pensando la ferocidad de un Dios que vuelva a ex-sistir porque toma
fuerza en el racismo.
Por eso, para terminar, ya que aquí
hablamos sin preguntarnos por qué diablos decimos estas cosas, digo que me
atengo a la respuesta de Lacan, a falta de algo más: las digo porque la
escalada del racismo no es divertida.
[1] Lacan, J., “La agresividad en psicoanálisis”,
en Escritos 1, Siglo XXI, 1988, p.113.
[2] Lacan, J, Autres écrits, du Seuil, 2001, p.534.
[3] Miller, J.-A., Le neveau de Lacan, Verdier, 2003,
p.156-157.
[4] Badiou, A., Breve tratado de ontología transitoria,
Gedisa, 2001, p.22.