domingo, 21 de octubre de 2012

A propósito de la magia


Germán Carvajal

de magia veterum
the deification
     La magia es cercana de la religión, tan cercana que uno podría incluso confundirla con ella. El término en castellano es derivado del griego (mageía) que puede designar un acto cuyo resultado es prodigioso. La magia implica un poder para obrar prodigios; y en ese sentido, por lo menos en la cultura griega antigua se asocia al poder de los dioses. Eurípides, por ejemplo, en Medea (364) afirma que la magia es algo que corresponde a la diosa Hecate entre sus muchas funciones; pero, en realidad, todas las divinidades pueden obrar prodigios. Sólo por recordar un ejemplo muy conocido y famoso en la literatura griega, el del anciano Proteo que, cuando Menelao y sus hombres le saltan encima para atraparlo, obra el prodigio de cambiar caprichosamente de forma, desde un león melenudo hasta una corriente de agua, pasando por árbol frondoso. Tal vez en proteo se concentran los poderes de dominio absoluto del mundo material, aunque por supuesto, sólo en su propia corporeidad. Se trata de un prodigio, un arte engañoso para liberarse de sus captores. Sin embargo, esto poderes que exhibe proteo pueden achacarse a todas las divinidades en múltiples formas; y no sólo las divinidades del antiguo panteón griego. Toda divinidad parece estar investida del poder de obrar prodigios en el mundo, incluyendo entre esas divinidades el hijo de Dios, des decir de Yaveh; como es sabido, los evangelios le atribuyen prodigios incluyendo el de resucitar muertos, y su propia resurrección.
     En tanto la magia proviene de los dioses, es decir, es un atributo de ellos, en los hombres adquiere las connotaciones de algo ligado al arte, algo adquirido bien sea por medio del don divino o por medio de algún tipo de adiestramiento. En todo caso, el poder de obrar prodigios se hace más conspicuo cuando es atribuible a los hombres; y la investidura de mago implica una cercanía del individuo con poderes supremos. Ahora bien, el prodigio, que fundamenta la magia, y que, entonces, se muestra como atributo de la divinidad o como producto de algún arte practicada por un hombre que está ligado a la divinidad, el prodigio tiene un particular estatuto: no obedece ninguna ley, es decir, no se inscribe en ninguna regularidad de algún tipo. En este sentido, podría afirmarse que, en últimas, el prodigio no tiene estatuto; sin embargo, el prodigio tiene un límite que lo constituye y es que siempre ha de ser obrado por un agente, un dios o un mortal tutelado por un dios. Es por esto que la magia es tan cercana de la religión, y siendo más radicales, se podría pensar que es uno de los componentes de la religión, componente necesario aunque no, por supuesto, suficiente. Preguntémonos, pues, en qué consiste este componente.
    Peter Sloterdijk dio a la imprenta un texto (2012 –Surkamp Verlag Frankfurt am Maim 2009) cuya premisa fundamental es que nunca hubo religión, que este término es el nombre para calificar, desde un malentendido moderno, un conjunto de prácticas antropotécnicas ligadas a la ascesis, donde por ascesis ha de entenderse una práctica de renuncia a la corriente cotidiana, para hacerse en la orilla y restaurar la vida desde un nuevo fundamento, un fundamento que se caracteriza por la aspiración y el ejercicio del logro de la perfección. Pero este desarrollo técnico ejercitante de la perfección, en el que se compromete el individuo renunciante, ha de estar ligado a una divinidad, ese vínculo es una alianza (2012, p. 219). Toda antropotecnia ascética, pues, es una alianza con lo divino (como en el caso del judaísmo mosaico que selló con Yaveh una alianza contenida en un arca custodiada por los sacerdotes), y toda alianza implica un comercio en el que las partes han de salir beneficiadas. En el fondo, y para efectos de este escrito, no tiene importancia si a esa alianza la llamamos re-ligión, de reli-gare (volver al ligar), pues, en últimas, el carácter de alianza implica que el beneficio que recibe el dios es no caer en el olvido, como terminó ocurriéndole a los inmortales olímpicos, que para el siglo IV d C., cuando el emperador Constantino el grande, junto con los obispos cristianos, celebró el concilio de Nicea, ya sólo en los pagi (aldeas menores) se acordaban de ellos.
     Pues bien, los poderes mágicos han de evidenciar una tal alianza. Pero lo importante, para efectos de caracterizar la magia, es el hecho de que el prodigio constitutivo ha de ser resultante de un acto agenciado por un sujeto, sea que se trate de un hombre o del propio dios. Pero con esto no basta, ya que el prodigio es tal porque es la realización del deseo de ese sujeto, dios u hombre. Lo prodigioso se constituye como la alteración de la regularidad por efecto del deseo del sujeto, el deseo se cumple en la realidad sin seguir ningún canal, es decir, sin mediación alguna, como en el “levántate y anda” ordenado a Lázaro, quien yacía muerto, por Jesús. También sin embargo el acto prodigioso puede provenir de la mediación de algo, pero en una forma tal que el medio se torna un misterio, como por ejemplo cuando circe dio un bebedizo a los amigos de Odiseo transformándolos en cerdos. De hombre a cerdo, en un instante, al beber una substancia pone todo el acento en la substancia pero en una forma tal que esa maravilla hace de la substancia el producto de los poderes de una diosa. El ensalmo, la pócima, la vara del hada, etc., esos objetos que, a primera vista, parecieran implicar una concesión a alguna legalidad fuera del deseo del sujeto operante en realidad deben su poder a una fuente ligada a una invocación a poderes que guardan, es decir, su poder no está en ellos en tanto objetos, sino en tanto la divinidad los ha inoculado en ellos por vía de la invocación.  
     El mago ejerce un poder sobre el mundo en forma tal que hace su voluntad en el mundo, sin tener en cuenta las leyes que organizan la coherencia del mundo. Cuando se afecta el mundo sin tener que pasar por la mediación de sus leyes, el efecto adquiere el carácter prodigioso, si se trata de los poderes de un hombre; milagroso si se trata de la divinidad. Pero en últimas son lo mismo, el milagro, del latín miraculus, palabra esta de la familia de mir raíz que tiende a denotar lo maravilloso, lo monstruoso, lo sobresaliente. Poder saltarse la mediación de la legalidad inmanente al mundo para realizar del deseo es, en últimas, la definición de la magia. Ya en el hecho de que no ocurra lo que debía ocurrir sino otra cosa, puede asomarse el comienzo de lo llamativo, pero cuando eso que ocurre, irrespetando las reglas, ocurre porque alguien lo quiso, lo llamativo se vuelve portentoso; y en esto, por supuesto, se elabora una relación entre el sujeto y el objeto, relación en la que el segundo depende enteramente del primero sin perder su carácter de objeto. En la magia el objeto sigue siendo objeto, sólo que totalmente sumiso al sujeto; y esta sumisión significa que el sujeto sólo ha de limitarse a desear y a convocar para la realización de este deseo los poderes divinos que lo asisten por virtud de una alianza.