viernes, 5 de octubre de 2012

Muerte y goce en el arte del Siglo XXI

Miguel Gutiérrez Peláez
Asociado NEL Bogotá

En 2010, Herzog estrena su documental “La caverna de los sueños olvidados”, en donde explora las pinturas de la cueva de Chauvet, las cuales datan de hace 32.000 años. Vemos una radical diferencia entre ese arte, oculto en el interior de las rocas, de formas animales, con la mostración propia del arte contemporáneo. Aprovechando las exposiciones de Orlan que se estrenaron este año en Colombia, podemos aventurar un diálogo imaginario entre los pintores de Chauvet con el arte contemporáneo. Sin duda, juntar a Orlan con los pintores de Chauvet es juntar el oso polar y la ballena. Pero hoy, con el calentamiento global y la instrumentalización de la técnica, sabemos que esto es posible.

En los años 70, la artista Gina Pane, haciendo honor a la homofonía de su nombre con la palabra en inglés, se practica, en varios performances distintos, cortes en la piel, dejando su rastro y huellas de sangre. En la Bienal de Shangai de 2000, el artista chino Zhu Yu devora el cadáver de un feto humano que previamente ha cocinado. Recientemente, la mexicana Teresa Margolles realiza instalaciones en las que utiliza los vapores emitidos por los cadáveres en las morgues. El pasado 13 de abril, el artista japonés Mao Sugiyama cocina sus propios genitales y se los sirve en un banquete a 5 comensales, quienes han pagado 100.000 yenes por la cena.

¿Cuál es la dimensión del goce y la muerte en el arte contemporáneo? ¿De qué se tratan las filmaciones de la extracción de un feto y de sus cirugías plásticas en Orlan? ¿Hay una denuncia en el arte contemporáneo o más bien será que el arte en el siglo XXI ofrece exactamente los mismos elementos idealizados en la cultura mediática contemporánea? ¿Será que estos sujetos, que creen ser reaccionarios a los ideales de su tiempo, son sus productos más inmediatos? Vemos, en la contemporaneidad, que la felicidad se ha convertido en un objeto de consumo y que la depresión es el resultado de no poder soportar el mandato superyóico de gozar. Hay una aspiración a que exista un mundo sin real. ¿Habrá la aspiración a que lo real sea la carne palpitante bajo la piel de Orlan? ¿Qué eso, lo Real, se haga sensible al ojo?

Los psicoanalistas nos hemos pronunciado sobre el hecho de que en nuestra época ha dejado de operar la represión de la misma manera que en otros tiempos. El nombre del padre no es más el punto de capitón. Se suma a esto, además, el hecho que se han sofisticado los recursos para prescindir del Otro y, en este sentido, la técnica se ha puesto al servicio del goce. Miller se refiere al modo como esos dos discursos, ciencia y capitalismo, han actuado hasta el punto de “romper los fundamentos más profundos” de la tradición del siglo XX y su sustento simbólico soportado por el Nombre del Padre.
Dice Miller que el psicoanalista en el siglo XXI debe explorar una nueva dimensión: “la defensa contra lo real sin ley y sin sentido”. ¿Son estas producciones del arte contemporáneo, en sí mismas, defensas contra este real despojado de la naturaleza? Dice más adelante Miller que “para entrar en el Siglo XXI nuestra clínica deberá centrarse sobre el desbaratar la defensa, desordenar la defensa contra lo real”. Es posible leer en esta tendencia contemporánea del arte un intento de hacer no existir lo real a partir de hacer de él algo sensible al ojo. Ya en el siglo XVII lo había señalado Silesius en su Peregrino Querubínico donde afirma: “Un ojo que jamás se priva del placer de ver se ciega al fin por entero y no se ve a sí mismo”. Así, en esa tendencia a exponer la carne que mora bajo la piel para que sea devorada por el apetito gozante del ojo hay un enceguecimiento de ese ojo ante lo real.
Vemos hacia el final del documental de Herzog la filmación de una pintura ubicada en la más abismal profundidad de la caverna. En ella encontramos una especie de bisonte antropomorfo penetrando una mujer. En esa sola imagen de 32.000 años de antigüedad se devela una verdad sobre lo real en esa dupla que tanto trabajó Freud que constituyen la muerte y la sexualidad. En contraposición a ello, vemos que la mostración y exposición propia de cierta tendencia del arte contemporáneo nada tienen que ver con el desocultamiento de una verdad. Paradójica y lúcidamente, hay despertar en esa caverna de sueños olvidados y nadan sus imágenes en contravía con la tendencia contemporánea hacia el dormir (o hacia el despertar a un mundo sin real, que es lo mismo). Así como Heidegger afirmaba que aún no estamos a la altura de los presocráticos, que la pregunta por el qué socrática llegó demasiado pronto en la historia del pensamiento occidental, tendríamos que preguntarnos si en esas producciones primitivas se aloja una íntima dimensión de la verdad que pueda decirnos algo sobre lo que nuestro siglo se empeña por no hacer existir.