Beatriz García Moreno
El estrago
derivado de la imposibilidad de la relación sexual, al que Lacan alude cuando
aborda el tema del amor, se hace presente en el caso de Antígona, escrito por Sófocles en la obra que lleva su nombre, y en
Edipo en Colona, donde da cuenta de
algunos de los efectos de la revelación del incesto de su padre Edipo. La
ponencia indaga en el amor de Antígona, en el deseo que pone al descubierto, y
en el goce que la conduce a la muerte.
Amor: Señalo dos
modos de presentarse el amor de Antígona que dan cuenta de su papel como
suplencia. En Edipo en Colona, ante
la desgracia de Edipo, y la consecuente caída y maldición de su linaje, su amor
aparece como única posibilidad de inventar un modo de ser y de hacer. Luego de que el padre sabe que su esposa era su
madre, se chuza los ojos y Antígona no duda en convertirse en el lazarrillo que
le presta los suyos, y en seguirlo en su errancia hacia la muerte. Lo más
importante es estar a su lado más allá de su crimen y del castigo que pudiera
acarrearle. Ella vuelve a lo fundante pues todo lo demás cayó. Su decisión muestra el amor de la hija por el padre, señalado por Freud
y Lacan, y de la invención que ella hace para estar a su lado.
En Antígona, luego de que Creonte le impone
el castigo de no enterramiento a su hermano Polineces, ella no duda en
oficiarle los ritos funerarios aunque el hecho le acarree su muerte. Con
palabras propias se presenta como hecha para el amor y no para el odio; para un
amor destinado a los suyos, a los nacidos de la misma madre, a los de su
linaje. Su hermano del alma es hijo de esa madre y de ese padre que ya
murieron, y es irremplazable. El amor por Polineses es enigmático,
esta escrito en líneas que recuerdan los hermanos cómplices que se revelan
contra el padre y su goce desbordado, al semejante con quien se identifica en
el origen e historia de vida, y también al hermano maltratado que le ofrece su
muerte.
En ambas situaciones, la del padre y la del hermano, el amor-deseo se
manifiesta como cuidado del linaje que sostiene su ser aunque no quede de él más que un
Otro-resto-cuerpo-inválido-cadáver.
Deseo-Goce: En las acciones destinadas a dar
cuidado a los suyos, favorecidas por el amor y sostenidas por el deseo, se
manifiesta su goce. Su amor-deseo que la lleva a acompañar a su padre, es
motivo de goce, pues la sitúa en un lugar especial; tiene el privilegio de
estar a su lado, de prestarle sus ojos y ser su luz. De alguna manera es su
falo. Además de su maldición, ella recibe su reconocimiento y sus palabras de
amor.
Su amor-deseo la lleva a tratar el cuerpo-cadáver-resto de su amado
Polineces, a oficiarle los ritos del enterramiento, a no dejarlo a los buitres.
El goce de su acción aparece cuando dice como lo lavó con aceites y lo
cubrió con un velo; en sus palabras de amor y despedida que dan cuenta de una
profunda y primaria identificación, y de su alianza cómplice en contra de
Creonte. Su goce difiere del de Creonte que se enceguece en sus
propio orgullo-macho más allá de los consejos de Hemón su hijo, y del sabio
Tiresias que le señalan su error. Su goce está emparentado con el amor y con el
cuerpo, con las identificaciones con los objetos primordiales que le dan
orientación, y no encuentra límite en las leyes de Creonte.
Goce-muerte: La tragedia como lo propone Lacan,
eleva el objeto a la dignidad de Cosa, y a través de la anamorfosis se
presentifica la muerte. La errancia de Edipo en compañía de Antígona se
enaltece y dignifica con el préstamo de sus ojos, a igual que lo hace el
cuerpo-cadáver-resto-goce del hermano, que con su acto se sacraliza. Su propio
recorrido fúnebre hacia la tumba envuelta en la dignidad de su deseo,
desprende, como señala Lacan, el brillo-velo de lo bello que opaca la muerte. Su deseo que no tiene cauce en el mundo de Creonte, está acompañado de
un goce que opaca el cadáver que la habita, que se vislumbra en su
trayecto y palabras, y denota un no-todo fálico, un goce suplementario que no
encuentra límite en lo establecido, que la invade y conduce a la muerte.
La tragedia de Antígona, retorna una y otra vez y alimenta el análisis
propio, en medio de escenas sin resolver que buscan salida por la ruta del amor
y el significante, que retornan los objetos primordiales, las imposibilidad de
la relación sexual, las identificaciones primarias, el goce femenino y su
disponibilidad para hacer del amor-entrega-sacrificio, un camino singular.
Bibliografía:
Lacan, J. (2003). Seminario 7, “La ética del psicoanálisis”. Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. (2004). Seminario 20, “Aun”.
Buenos Aires: Paidós.
Laurent, E. (2009). El goce sin Rostro. Buenos Aires: Tres
Haches.
Sófocles (1978). Antígona
en “Trágicos Griegos”. Madrid: Aguilar. Pp. 279-340.
Sófocles (1978). Edipo
en Colona en “Trágicos Griegos”. Madrid:
Aguilar. Pp.405-442.