viernes, 5 de octubre de 2012

Antígona: amor, goce y muerte

Beatriz García Moreno

El estrago derivado de la imposibilidad de la relación sexual, al que Lacan alude cuando aborda el tema del amor, se hace presente en el caso de Antígona, escrito por Sófocles en la obra que lleva su nombre, y en Edipo en Colona, donde da cuenta de algunos de los efectos de la revelación del incesto de su padre Edipo. La ponencia indaga en el amor de Antígona, en el deseo que pone al descubierto, y en el goce que la conduce a la muerte.
Amor: Señalo dos modos de presentarse el amor de Antígona que dan cuenta de su papel como suplencia. En Edipo en Colona, ante la desgracia de Edipo, y la consecuente caída y maldición de su linaje, su amor aparece como única posibilidad de inventar un modo de ser y de hacer. Luego de que el padre sabe que su esposa era su madre, se chuza los ojos y Antígona no duda en convertirse en el lazarrillo que le presta los suyos, y en seguirlo en su errancia hacia la muerte. Lo más importante es estar a su lado más allá de su crimen y del castigo que pudiera acarrearle. Ella vuelve a lo fundante pues todo lo demás cayó. Su decisión muestra el amor de la hija por el padre, señalado por Freud y Lacan, y de la invención que ella hace para estar a su lado.
En Antígona, luego de que Creonte le impone el castigo de no enterramiento a su hermano Polineces, ella no duda en oficiarle los ritos funerarios aunque el hecho le acarree su muerte. Con palabras propias se presenta como hecha para el amor y no para el odio; para un amor destinado a los suyos, a los nacidos de la misma madre, a los de su linaje. Su hermano del alma es hijo de esa madre y de ese padre que ya murieron, y es irremplazable. El amor por Polineses es enigmático, esta escrito en líneas que recuerdan los hermanos cómplices que se revelan contra el padre y su goce desbordado, al semejante con quien se identifica en el origen e historia de vida, y también al hermano maltratado que le ofrece su muerte.
En ambas situaciones, la del padre y la del hermano, el amor-deseo se manifiesta como cuidado del linaje que sostiene su ser aunque no quede de él más que un Otro-resto-cuerpo-inválido-cadáver.
Deseo-Goce: En las acciones destinadas a dar cuidado a los suyos, favorecidas por el amor y sostenidas por el deseo, se manifiesta su goce. Su amor-deseo que la lleva a acompañar a su padre, es motivo de goce, pues la sitúa en un lugar especial; tiene el privilegio de estar a su lado, de prestarle sus ojos y ser su luz. De alguna manera es su falo. Además de su maldición, ella recibe su reconocimiento y sus palabras de amor.
Su amor-deseo la lleva a tratar el cuerpo-cadáver-resto de su amado Polineces, a oficiarle los ritos del enterramiento, a no dejarlo a los buitres. El goce de su acción aparece cuando dice como lo lavó con aceites y lo cubrió con un velo; en sus palabras de amor y despedida que dan cuenta de una profunda y primaria identificación, y de su alianza cómplice en contra de Creonte. Su goce difiere del de Creonte que se enceguece en sus propio orgullo-macho más allá de los consejos de Hemón su hijo, y del sabio Tiresias que le señalan su error. Su goce está emparentado con el amor y con el cuerpo, con las identificaciones con los objetos primordiales que le dan orientación, y no encuentra límite en las leyes de Creonte.
Goce-muerte: La tragedia como lo propone Lacan, eleva el objeto a la dignidad de Cosa, y a través de la anamorfosis se presentifica la muerte. La errancia de Edipo en compañía de Antígona se enaltece y dignifica con el préstamo de sus ojos, a igual que lo hace el cuerpo-cadáver-resto-goce del hermano, que con su acto se sacraliza. Su propio recorrido fúnebre hacia la tumba envuelta en la dignidad de su deseo, desprende, como señala Lacan, el brillo-velo de lo bello que opaca la muerte. Su deseo que no tiene cauce en el mundo de Creonte, está acompañado de un goce que opaca el cadáver que la habita, que se vislumbra en su trayecto y palabras, y denota un no-todo fálico, un goce suplementario que no encuentra límite en lo establecido, que la invade y conduce a la muerte.
La tragedia de Antígona, retorna una y otra vez y alimenta el análisis propio, en medio de escenas sin resolver que buscan salida por la ruta del amor y el significante, que retornan los objetos primordiales, las imposibilidad de la relación sexual, las identificaciones primarias, el goce femenino y su disponibilidad para hacer del amor-entrega-sacrificio, un camino singular.
Bibliografía:
Lacan, J. (2003). Seminario 7, “La ética del psicoanálisis”. Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. (2004). Seminario 20, “Aun”. Buenos Aires: Paidós.
Laurent, E. (2009). El goce sin Rostro. Buenos Aires: Tres Haches.
Sófocles (1978). Antígona en “Trágicos Griegos”. Madrid: Aguilar. Pp. 279-340.
Sófocles (1978). Edipo en Colona en “Trágicos Griegos”. Madrid: Aguilar. Pp.405-442.