martes, 30 de octubre de 2012

Infancia bajo control (documental)


Con el auspicio de la Alianza colombo-francesa, el pasado 8 de octubre la Biblioteca de la Nueva Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, sede Bogotá, presentó el documental "La infancia bajo control", de Marie-Pierre Jaury. A continuación, se hizo un foro cuyas líneas generales reseñamos a continuación:



1. Respecto al tema del diagnóstico

Se plantearon las siguientes preguntas de base: ¿cómo se concibe el síntoma?, ¿para qué, cómo y quién diagnostica?, ¿cómo responde el psicoanálisis? A estas preguntas habría que agregar la que subrayó un participante: ¿qué concepto de niño subyace? La idea del diagnóstico como un juicio que involucra la formación del clínico contrasta con las formas cada vez más patentes que, por decirlo de alguna manera, dejan de lado el acto del clínico, "su arte", y lo que constatamos son formas más generalizables que bien podría llegar a realizar una máquina, un instrumento que permita verificar ciertos ítems a partir de los cual sale un resultado: un diagnóstico, un nombre. El documental lo muestra muy bien. Vislumbramos, entonces, dos lógicas: la del ímpetu clasificatorio, válido para todos, que excluye cada vez más el acto del clínico y su arte; y otra que, sustrayéndose al discurso universal, pretende rescatar aquello que llamamos el juicio, el acto, el arte y por ende involucra al clínico y su formación. La primera forma busca “establecer una nosología única que registrará los avances del conocimiento en ese campo gracias a una actualización periódica”. Se trata de “lograr constantes a partir de convertir en paradigma la repetición de las variables”. Sus definiciones parten de hechos observables y sus conclusiones se limitan a enunciar si tiene o no algún trastorno. Por esta vía, se clasifica el compromiso genético o bioquímico de diferentes estructuras neuronales que quedan listas a la acción del fármaco. Acá se elimina la subjetividad del clínico, puesto que la del paciente no tiene lugar. Atendiendo a las normas, el clínico encerrado en la clasificación se excluye de su acto propio. Ante este anhelo de un diagnóstico automático que refiere cada caso a una regla, el psicoanálisis plantea otra cosa: el privilegio de lo particular sobre lo universal. En esta orientación, se da al síntoma un lugar central; no como un trastorno o disfunción, sino como un modo de gozar que lo hace único e instransferible. Esta orientación no cobija el ideal del “para todos”, porque el sujeto del psicoanálisis es un... ¡inclasificable! “No es lo mismo que el malestar sea sofocado por los nombres de trastorno que se producen, se multiplican y se diagnostican sin implicar al sujeto, que el llamado hecho al sujeto del malestar para que sea posible que lo simbólico, por medio de la palabra, toque lo real y pueda cernir su nombre de goce, como lo más singular...” (J.-A. Miller, “El ruiseñor de Lacan”, pag. 8). La creencia en el síntoma, en tanto éste puede hablar, decir algo del padecimiento del sujeto, nos orienta en esta perspectiva. El diagnóstico propio del psicoanálisis que apunta a la singularidad, conforma una epistemología clasificatoria compleja en la cual no se prescinde de la clase, pero se llega a ella desde la diferencia.

2. Respecto a las modalidades en juego

La película expone diversas posiciones que podrían agruparse según la modalidad a la que hacen referencia.
De un lado, las que hacen referencia a la modalidad de la necesidad: los trastornos son del orden de lo fisiológico, de lo genético, de lo cerebral… es decir, algo que no cesa de escribirse, en lo que, por consecuencia, no entra la palabra del sujeto. No se habla con él sino que se le hacen resonancias magnéticas, escáner cerebral, estudios genéticos. Las acciones concomitantes con esta perspectiva son, claro está, la intervención sobre el cuerpo biológico: los fármacos, la programación genética, las acciones preventivas para evitar los daños cerebrales producto (¿?) del reforzamiento de tendencias peligrosas que ya habitarían en el cuerpo del sujeto. La otra postura es la que hace referencia a la contingencia: el afán médico y farmacológico es social; se convierten de forma errónea asuntos de orden social en asuntos de orden fisiológico (el robo, por ejemplo, en la medida en que la propiedad es social)… es decir algo que cesa de no escribirse, que aparece en la variabilidad de lo social. En consecuencia, habría que hacer análisis (incluso denuncias) de orden social, político y no involucrar a los sujetos no ponerlos “bajo control”. Pues bien, ambas perspectivas eliminan la responsabilidad del sujeto. La primera, esgrimiendo la causa orgánica; la segunda, esgrimiendo la causa social. En ninguna de las dos se interpela al sujeto. Ninguna lo conmina a dar cuenta de sus actos. Pensamos que habría otra posibilidad. No estamos sólo ante esas dos opciones modales. Jacques-Alain Miller, en su seminario Sutilezas analíticas habla de un efecto modal que caracteriza la postura del psicoanálisis: se trata de los efectos necesarios de una contingencia. Efectivamente, el lenguaje es una contingencia: no es natural, no se “desarrolla” espontáneamente… y los hablantes construyen sociedades cuyas características son en gran medida contingentes (cosa que se verifica comparando culturas entre sí). Pero cuando entramos a ese lenguaje contingente, se producen unos efectos que pasan a ser necesarios. Entonces, cuando se dice “hiperactividad”, ¿se trata de una afección cerebral?, ¿o se trata de un discurso opresivo que quiere clasificar para subyugar la infancia? Efectivamente, vemos en la actualidad desregulaciones del cuerpo de los niños. Pero no podemos prescindir de los efectos del lenguaje, de la responsabilidad de los sujetos, de las herramientas a disposición para que los sujetos organicen su “economía libidinal”, como decía Freud. Hoy sigue siendo posible pensar una relación compleja entre cuerpo, sociedad y responsabilidad subjetiva… relación en la que ninguno de los discursos en juego tendría la prelación para explicar y tratar el malestar actual.