sábado, 13 de octubre de 2012

Cómo se deviene psicoanalista en los inicios del siglo XXI(1)

Jacques-Alain Miller

Les entregué(2) este título ayer en mi exposición de política lacaniana, junto a las razones que me llevaron a elegirlo. Esas razones me hicieron pensar que era importante prestarle atención al psicoanálisis puro, una atención que se vio movilizada, distraída, incluso monopolizada por el psicoanálisis aplicado. Es cierto que no es sin comillas que empleo estas expresiones de psicoanálisis puro, psicoanálisis aplicado; es para hacerme entender. En una intervención en el cierre de PIPOL III había insistido sobre esto: que el psicoanálisis aplicado, es psicoanálisis. Lo entendieron, es eso lo que me inquieta. Se entendió qué había dicho: el psicoanálisis aplicado, es el psicoanálisis. ¡Ah! ese el, es fatal. Es lo que se llama un malentendido. Este fue impulsado hasta el punto de que se creyó que de ahí en más el psicoanálisis aplicado sería lo que prepararía mejor al psicoanálisis, que ejercer el psicoanálisis aplicado a la terapéutica era formarse como psicoanalista, que esa era la vía regia del psicoanálisis.

Análisis terminable e interminable

Creo que es importante, de inmediato, contradecir eso, contradecir lo, a falta de lo cual nuestra política del psicoanálisis simplemente dejaría de ser lacaniana. Sin lugar a dudas, no es analizando a los pacientes, analizando a otros -y además con una preocupación prevaleciente por el efecto terapéutico y fijando de antemano un término al tratamiento- que uno se vuelve psicoanalista en el sentido de Lacan. Decirlo, es pura y simplemente negar el pase, negar lo que Lacan quiso instaurar con el nombre del pase. No hay porqué sorprenderse entonces de un cierto eclipse del pase que hemos podido observar en los trabajos de la Escuela. Es el resultado natural, el resultado lógico de la concepción del psicoanálisis aplicado como vía regia del psicoanálisis.
     Si Lacan quiso que el pase desemboque en la obtención, no del título de analizante, sino del título de Analista de la Escuela -y esto independientemente de todo ejercicio profesional, de toda práctica efectiva-, es para destacar que no es analizando a los otros que se deviene psicoanalista sino analizándose a sí mismo, y si oso decirlo así, es porque justamente es el sí mismo lo que está tocado. El sentido del pase, y es sin lugar a duda un sentido que tiene que ser renovado, rejuvenecido, refundado entre nosotros, el sentido es el escándalo del pase. Es que la calidad de psicoanalista, si puedo nombrarla así, no tiene como tal en su fundamento nada que hacer con la profesión de psicoanalista; esta calidad no se adquiere, no tiene ninguna chance de adquirirse sino llevando a su término la experiencia del sujeto como psicoanalizado. No hay otra vía regia más que el análisis de ustedes, la elaboración de la relación al inconsciente de ustedes, el de ustedes, y al deseo, ese del que ustedes son el sujeto. E incluso, el plazo que puede convenirles al recibir de una Escuela, de esta por ejemplo, el título de psicoanalista, ese plazo no es un final. No durarán como psicoanalistas más que a condición de permanecer más allá, más allá del encuentro con el psicoanalista, psicoanalizando la propia relación al sujeto supuesto saber, porque el inconsciente de ustedes no se reduce a cero por el hecho de que hayan recibido un título. El inconsciente está siempre ahí, con el deber que se les impone de continuar descifrándolo, leyéndolo, viviendo y pensando con él. Después de todo, es la necesidad que se manifiesta en la práctica del análisis de la contratransferencia, salvo que ella no está en su sitio -pero hay una verdad que pasa ahí también.
     "Análisis terminable e interminable", dice Freud. Y Lacan no dice otra cosa. No terminable o interminable, sino terminable e interminable. Lacan no dice otra cosa, incluso si es con otro sentido. El análisis es susceptible de terminar. Sí, una. escansión en el trabajo de psicoanalizante les permite separarse del que los comprometió y sostuvo en ese trabajo. Pero no es por dejar de ser analizante que se van a consagrar a no ser más que analista, a girar la manivela del dispositivo y a ser un profesional. Es eso lo que se nos reclama, evidentemente, de todos lados. Es lo que nos reclama el Estado, en particular, que seamos una asociación de profesionales.
     En cuanto se los nombra AE, Analista de la Escuela, se supone que de ahí en adelante están en condiciones de continuar solos el trabajo de analizante. ¡Y no se espera otra cosa! Continuar solo no es continuar en soledad. Es continuar sin que les sea necesario que el sujeto supuesto saber esté soportado, encarnado por alguien a quien le pagan. Es continuar en una relación, si puedo decirlo así, directa al sujeto supuesto saber. No estoy muy conforme con este adjetivo directo, porque no es sin medición. La mediación que se propone es la Escuela. Es al menos lo que se les propone cuando se los nombra Analista de la Escuela. No se sabría ser analista sin ser analizante. Y no se sabría ser analizan te sin transferencia. Nombrarlos Analista de la Escuela es proponer les la Escuela como soporte de la transferencia, la Escuela en tanto ella se quiere sujeto, sujeto supuesto saber. De ahí el título con el que Lacan había adornado la revista de su Escuela: Scilicet. En latín: "Tú puedes saber". Completado de: "Tú puedes saber qué piensa la Escuela Freudiana de París".
     Que la transferencia a la Escuela sea positiva, facilita sin duda las cosas. Pero que sea negativa no es una objeción. Estar insatisfecho de su funcionamiento, reivindicativa respecto de su dirección, hostil frente a sus instancias, descontento de sus colegas, no es grave. Y es quizás incluso lo más común. No por negativa deja de ser transferencia. Pero la transferencia tiene también otros destinos. En cualquier caso, ella nunca vuelve a cero. Si se desvía de la Escuela, se dirige por ejemplo hacia lo que llamamos la sociedad.

El acontecimiento sujeto que produce un analista

¡Ah! La sociedad. Noción amorfa y abisal que autoriza a todas las traiciones del deseo del analista. Es la sociedad a la que se quiere agradar; es la sociedad a la que se quiere seducir, conquistar. ¡Coger! Y es la Escuela a la que se quiere hacer marchar al paso de la sociedad. Como el camino es estrecho, entre seducir a la sociedad para proteger el deseo del analista y seducir a la sociedad porque se es seducido por ella, y entonces se le quiere vender la casa, sus miembros y sus muebles. Y bien, al deseo del analista, que no quiere nada de todo eso, se sueña con atontarlo y con ablandarlo. Se tienta al gran público. Pero ¡cuidado! no hay que confundir: dirigirse al gran público, a la opinión esclarecida, para ilustrar y proteger el discurso analítico; sí, sin duda esto hay que hacerla. Pero, dirigirse a la Escuela para abrirla al gran público sería entregar las llaves de la ciudadela y eso sería rendirse.
Yo prefiero el pequeño público, el pequeño público que ustedes constituyen, al gran público. En un momento de pesimismo agudo, mientras que su Escuela le regateaba, le discutía, suspendía el procedimiento del pase, le sucedió a Lacan de profetizar que, en efecto, llegaría el día en que el psicoanálisis se rendiría frente a los impasses de la civilización. ¡Es posible! Pero, en todo caso, eso no pasará aquí y ahora. He aquí la apuesta de la política lacaniana con este título: Cómo se deviene psicoanalista en los inicios del siglo XXI.
En este título, sopesé sus términos. Podría haber dicho ser psicoanalista. Pero al ser, preferí el devenir.
     La oposición del ser al devenir es señalada por Heidegger en su memorable Introducción a la metafísica, presentándola al comienzo mismo del cuestiona miento dirigido al ser. Ella continua siendo, dice él, la limitación más corriente de la noción del ser por otra cosa, bajo el fundamento de la evidencia más simple. Lo que deviene no es todavía. El ser no tiene ninguna necesidad de devenir. Lo que es dejó todo devenir tras de sí, suponiendo que el es haya devenido. Lo que 'es, propiamente dicho, resiste también a todo impulso a devenir. Es una oposición que no tiene nada de definitiva y, ante los ojos mismos de Heidegger, es algo a superar, como lo indica anunciando que en definitiva Parménides y Heráclito dicen lo mismo. Yeso no es sin resonancias para nosotros, en tanto que ser analista no es más que trabajar para devenir. El análisis terminable, decía, es también interminable. Interminable, enumerable, contable.
     Un análisis asocia el síntoma a un saber, y de esta manera se obtiene normalmente el levantamiento del síntoma. Pero este levantamiento nunca es completo. Lacan nota cómo Freud destacaba la persistencia de restos sintomáticos. De ahí la noción de sinthome, como lo escribe Lacan, que extiende el concepto de síntoma hasta incluir en él, de manera esencial, los restos sintomáticos. El sinthome, a diferencia del síntoma, nunca se levanta. La cuestión es saber -es una cuestión abierta, una cuestión que me planteo- en qué medida el sinthome autoriza o no a un sujeto a plantearse como analista.
     Lo que llamamos síntoma es una formación del inconsciente, de lado a lado significante. No es lo mismo para el sinthome, que no es una formación del inconsciente, dado que incluye lo real, el real del que se trata. El ser está limitado por el devenir, pero no lo real. A nivel de lo real, la oposición del ser y el devenir dejan de ser pertinente. En este nivel radical podría ser que ser analista, devenir analista, no ataña más que a lo imaginario, a los efectos de prestigio social, como lo señalaba Lacan en su muy última enseñanza. Tomémoslo en serio. De ahí la cuestión: ¿a nivel de lo real -una cuestión que dejo abierta, que considero-, podemos darle al psicoanalista un estatuto que no sea solamente el del semblante? Mi título, que está un poco hecho para el gran público, se mantiene más acá de esta cuestión y la deja en su horizonte.
Entonces, teniendo que elegir entre ser y devenir, elegí el devenir. Es señalar el acontecimiento sujeto que puede merecerle a un analizante el título de Analista de la Escuela. El acontecimiento sujeto que produce el analista, al menos el Analista de la Escuela -y ahí es una restricción-, es en primer lugar una realización de significantes. Una realización significante, es decir, una articulación, un ordenamiento de los significantes amo, del cúmulo, del enjambre, de la constelación de significantes amos que determinaron el destino de un sujeto. Es la realidad psíquica, Realität, devenida Wirklichkeit, realidad significante. Esta realización significante se presenta, puede presentarse, como un sistema deductivo sostenido por axiomas. Puedo tomar un ejemplo de esta semana. Este axioma: toda mujer es mujer del padre, axioma del tipo "Tótem y tabú". De ahí en más, en la relación sexual soy un ladrón, un pícaro, un transgresor, un perverso. Me acuesto siempre con la madre o con la hija; por lo tanto, me expongo siempre a la cólera del padre; por lo tanto, vivo en el terror, vivo en el ardid, engaño al padre, y soy tanto más amenazante en tanto que estoy incesantemente amenazado.
     La perversión no se arraiga, como se piensa, en la relación a la madre. Se arraiga en la relación al padre, conforme al célebre neologismo lacaniano de la père-version que no se entendió bien. El Edipo es el principio de la père-version, y es por eso que Lacan puede decir que el deseo como tal es perverso. La père-version es el sustituto más común de la relación sexual que no existe. Lo que llamamos perversión, es lo que hace existir la relación sexual.
     Pero el acontecimiento sujeto que produce el analista no es suficiente con la realización significante. Se completa, explica Lacan, con una revelación del fantasma, al cual se conecta íntimamente. Es por esta revelación, por otra parte, que el pase es más comúnmente designado con el nombre de atravesamiento del fantasma. Expresión que no figura más que una sola vez en Lacan; somos nosotros quienes hicimos de él un schibboleth.
     Entre realización significante y revelación fantasmática, hay conexiones íntimas, es decir, relación íntima. La expresión conexión íntima (accointance) merece ser retenida. Entre las dos, no hay continuidad, no hay consecución, no hay articulación; hay, por el contrario, desajuste, ese efecto de zig-zag que Lacan llama enredo. Hay acontecimiento de pase cuando la realización significante, lógica, repercute en el fantasma. ¿Podemos decir que este acontecimiento de pase modifica el modo de gozar? Planteo la cuestión. Al menos debe liberar para el analista por venir un espacio limpio de goce a partir del cual localizar la concreción de goce que en otro causa el deseo.
La sexuación femenina atestigua aquí que el sujeto es flexible para hacerse causa del deseo del Otro. El otro día, alguien que podemos llamar una verdadera mujer, en un momento de autosatisfacción me decía: "Con cada uno de mis amantes hago pareja de manera diferente". Es por eso que Lacan podía enunciar que las mujeres son psicoanalistas natas. Era decir que la posición del analista es por excelencia una posición femenina.
     Es también por eso, lo sabemos, que no hay El psicoanalista, como no hay La mujer. No hay más que psicoanalistas para tomar uno por uno en el procedimiento del pase, para verificar por qué vía singular la realización significante se conectó íntimamente en ellos con una revelación del fantasma. Con esto que agrego: ¿qué incidencia comporta este acontecimiento sobre el sinthome? ¿Qué nueva trayectoria de goce puede trazarse a partir de ahí?

Singular y paradigma

Entonces, al ser, preferí el devenir. El ser invita a la identificación. Y la identificación es lo que repugna al psicoanálisis. Es lo que el psicoanalista se prohíbe. Operar por identificación, que sea en la cura o en la institución, es decaer. Si hubiese que definir un criterio del ser analista -¡Dios no lo permita!-, entonces diría que es la intolerancia a la identificación, así sea en el pánico o en el entusiasmo, en la rutina como en la sorpresa. Un psicoanalista no quiere semejantes, quiere solo diferentes. Es el sentido de la palabra de Lacan: "¡Hagan como yo, no me imiten!".
     Vayamos un poco más lejos. Un psicoanalista no quiere ser mimado -salvo en su vida personal, evidentemente-, exaltado, puesto como denominador común; él quiere ser abandonado. Y todavía un poco más lejos: organiza su operación de manera tal de ser el engañado y volverse el desecho. Lacan lo dice crudamente: "El psicoanalista quiere ser la mierda". La mierda es el destino del amor. Lacan vela un poco las cosas diciendo: L 'oiseau de Venús est chieur(3). El momento masoquista se conecta íntimamente al deseo del analista. Y es conveniente recordarlo cada vez que se quiera entonar el himno de la posición del analista, que se quiera exaltar la posición del analista. Le resta al analista cuidarse de ese masoquismo estructural, de gozar de él. Se cuidará también de confundir su trabajo tenaz de analizante con su ejercicio de analista. Hay que mantener ambos separados, a falta de lo cual, como dije, es el análisis de la contratransferencia.
     En el título que propongo, dije también cómo, cómo se deviene. Lo dije como parodia de todo lo que se propone como manuales de saber hacer. En inglés: How to. Cuando se trata de devenir analista todo saber hacer desfallece. Y es porque, llegado el caso, uno se lanza hacia el saber hacer clínico. Esto debería sin embargo aguzarles el oído porque, para aclimatar el psicoanálisis a la Universidad, un señor que se llamaba Daniel Lagache y que permanece por el "Informe" que escribió y que suscitó en Lacan algunas observaciones(4). Este Daniel Lagache debió inventar el psicoanálisis clínico. Eso no era otra cosa, y no es más que la promesa de un saber hacer que desconoce el inconsciente y el deseo, y en particular el deseo del analista.
Hay una clínica. Esta no es psicológica, nunca lo fue. En primer lugar, es psiquiátrica. Fue transformada por la experiencia freudiana, fue llevada al materna por Lacan, y la originalidad de la Escuela de la Causa Freudiana fue promover el slogan del retorno a la clínica. Es así, al menos, cómo un historiador del psicoanálisis contemporáneo resumió la orientación dada a los trabajos de esta Escuela en 1981, en tanto que esta nacía milagrosamente de los escombros de una disolución que, un cuarto de siglo más tarde, determina aún el panorama del psicoanálisis francés.
     No reniego del retorno a la clínica. Desde hace veinticinco años el esfuerzo de las Secciones Clínicas es el de condensar, resumir, volver pragmático el saber clínico que se desprende de la enseñanza de Lacan. Pero lo que caracteriza al clínico es su experiencia, su saber hacer, el talento de apretar los botones necesarios para que el otro se avenga a la operación. Es justamente de lo que hay que desaprenderse para devenir analista. Es el olvido de la clínica lo que funda la operación analítica. Se es clínico cuando se ha acumulado la experiencia de un gran número de pacientes, y es eso lo que hay reducir a nada para, en el discurso analítico, acoger como único al sujeto que se ofrece ahí.
     He aquí entonces el trasfondo del título que propongo: Cómo se deviene psicoanalista en los inicios del siglo XXI. Agrego que hay todavía detrás de ese título uno de Baudelaire de un artículo de su juventud. Tenía veinticuatro años cuando escribió, a propósito de una jugarreta de Balzac: "Cómo se pagan la deudas cuando se es un genio". Lo que me gustó en ese título es el se. "Querido se", dice Lacan. Ese se es todo uno-cada uno. Es el HCE de Joyce. Here comes everybody, cada uno se inscribe ahí. Cómo se deviene psicoanalista en los inicios del siglo XXI quiere decir entonces: malditos los analistas que serían clínicos. Ser clínico, dejémoselo a los psicólogos.
Nosotros queremos analistas que sean analizantes, analizantes perpetuos, que le arranquen incesantemente al sujeto supuesto saber que no existe trozos de saber, tanto más preciosos por ser raros y singulares. Porque la vía analítica no es la del gran número ni la de la estadística, es la de lo singular y del paradigma -Ia de lo singular y lo singular llevado a paradigma. Y entonces, si son necesarios los slogans, el retorno a la clínica lo sustituimos de ahora en más por el retorno a lo singular.
     Desde hace muchos años que en nuestras Jornadas se exponen casos, casos de pacientes. ¿No ha llegado el momento de exponer el propio caso? Es el privilegio de los AE, lo sabemos. Sin embargo, ya sucedió que para un volumen titulado Qui sont vos psychanalystes? les pidiera a los colegas hablar de sus análisis. Yeso se hizo también en 1991 para el Coloquio que conmemoraba los diez años de la desaparición de Lacan. Después, yo mismo lo hice una vez en Buenos Aires, y aún el año pasado en París. Y bien, propongo a la Escuela de la Causa Freudiana autorizar en las próximas Jornadas a que se hable de los propios casos, de sí mismo como de un caso, que se elabore la relación al sujeto supuesto saber, y también que los analistas den a conocer cómo se elabora en el paciente de ellos el deseo de ser analista.
     En efecto, el deseo del analista no es el deseo de ser analista. En ciertos aspectos, incluso, ambos son antinómicos. De uno al otro hay ruptura, enredo, zig-zag, y es por eso que propongo agregar al título que indiqué un subtítulo: "Del deseo de ser analista al deseo del analista".


Traducción: Damasia Amadeo de Freda

Notas


  1. Intervención publicada en La lettre mensuelle n'' 279, en junio de 2009, Boletín mensual de la ECF.
  2. Intervención pronunciada el 12 de octubre de 2008 durante las Jornadas de la Escuela de la Causa Freudiana. Retranscripción: Catherine Bonningue. La primera intervención fue publicada en la Lettre Mensuelle n° 273, diciembre de 2008, bajo el título: Perspectives de politique lacanienne - Primera intervención. Texto no revisado por el autor.
  3. Lacan, J. “Discours a l’École freudienne de Paris”. Autres écrits. Seuil, 2002. Págs. 647-684.
  4. Lacan, J., "Observación sobre el informe de Daniel Lagache”: “Psicoanálisis y estructura de la personalidad". Escritos II, Siglo XXI editores, 1985. Págs. 627-664.