Luisa
Fernanda Cañas Arandia
La configuración del Fantasma a partir de Lacan se comprende desde
el matema (S ◊ a), que cual da cuenta de la manera en que se lee la relación de
la barra en el sujeto y a su vez de su correspondencia con el objeto a, lo que
constituye una relación conmutativa en la que el sujeto se barra con el “objeto
a”, que posee el estatuto de transitoriedad y sustitución, conflagrando así una
interacción en la que el sujeto puede relacionarse con el objeto que causa su
deseo, por lo que se reconoce la falta que se instaura en el sujeto y a su vez
propende la emergencia del deseo sobre un objeto fluctuante.
Es de esta manera, en que Lacan dilucida la construcción del
fantasma en el sujeto, el cual permite entrever sus primeros esbozos en la
castración, escena en la que el sujeto reconoce su propia falta por medio del
interrogante planteado por el autre (A),
que se instaura en el terreno fálico y cuyo estatuto simbólico de orden
significante tiene como función ordenar
los efectos de los significantes sobre los significados, es decir, propender
la construcción del fantasma y su entrecruzamiento con la posibilidad de
significación de la cadena significante.
Es así como el fantasma constituye el cuento consciente que funciona a manera de motor encubridor, ocasionando que el sujeto se movilice a lo largo
de su vida de acuerdo a una estructura de horizontes transitorios que encubren
la falta original, que da cuenta de un objeto que pone al sujeto a desear.
Frente a esta conceptualización Lacaniana, emerge el
cuestionamiento por su relación con la Fantasía Freudiana, deliberación que
nace del entretejido histórico – teórico – clínico, que realiza el primer autor
en función de otorgar una comprensión respondiente del fenómeno humano de la
singularidad, así que ¿cómo sería posible preguntarse por lo singular sin
remitirse precisamente al terreno de lo fantasmático y lo fantasioso?
De acuerdo a lo anteriormente cuestionado, se hace pertinente
abordar la comprensión de la fantasía Freudiana, cuya función se ancla en el
terreno de la proyección y configura los recuerdos
encubridores, que al poseer el estatuto de invenciones inconscientes, se
construyen con base a infinitas escenas análogas de la vida del sujeto
enlazadas por relaciones simbólicas que le permiten al sujeto sopesar escenas,
conflictos, emociones que al no ser elaboradas y por ende ser demasiado dolorosas,
arrojan como vestigio una escena cuidadosamente configurada para atemperar la
angustia generada y así proporcionar aparente calma al sujeto.
Esa así que el cuestionamiento convoca a pensar sobre el estatuto
de la singularidad en las conceptualizaciones Lacaniana y Freudiana en el
dominio neurótico, donde el fantasma y la fantasía corresponden a
construcciones genuinas del sujeto que se instauran a partir del terreno
simbólico que responden a una falta original. Es desde esta perspectiva, en que
la configuración del fantasma y la fantasía corresponden por una parte, a la constitución
del sujeto para pasar a ser el objeto del deseo del otro, y por otra, a la
construcción subjetivizante de carácter análogo en correspondencia con la función
onírica, propendiendo así procesos de encubrimiento
a vivencias con fallas amplias de elaboración.
El carácter singularizador
del fantasma es susceptible de ser observado mediante las tres fórmulas del
deseo, en las que su construcción se elabora consecutivamente, estableciéndose
como nulo en la primera fórmula, el deseo,
dado que la única elaboración fantasmática reconocible en ésta es la de la
madre, sobre la cual, es precisamente el hijo quien va a generar una efecto de ancla para así pasar a la
segunda (en el plano de la imagen); la
demanda, en donde el estatuto simbólico permea el ingreso de la función del
nombre del padre, cuya emergencia provee al niño del esbozo de una cadena
significante en la que el deseo, al ser atravesado por el lenguaje pasa a
envestirse como demanda, para transitar finalmente a la tercera, la castración, en la que el ingreso del
Otro barrado y la barra en el niño mismo se relacionan con la demanda al
instaurarse la falta, que a su vez constituye al sujeto deseante, cuyo deseo que
instaura en el deseo del A. El fantasma se constituye para atemperar el
sufrimiento y luego es el mismo fantasma es que genera sufrimiento al sujeto al
no poder sostenerse.
Finalmente, se hace pertinente manifestar la propiedad relacional
de las dos construcciones, cuyo carácter data de procesos intrasubjetivos que emergen de construcciones intra e
intersubjetivas, aspecto que corresponde no sólo a un proceso singularizador
sobre el sujeto, en el que las construcciones dan cuenta de procesos
relacionales en los que las configuraciones y los entretejidos subjetivos
arrojan como resultado, un sujeto barrado que se ubica en una serie de
fenómenos de orden social yuxtapuestos a configuraciones singulares a los que
apunta el psicoanálisis en términos de comprensión e investigación.