Clarisa Harari
Sabemos
que tomando el relevo de Freud sobre la vivencia alucinatoria de deseo, Lacan
plantea el surgimiento de éste como el resto producido por la hiancia
ineludible entre necesidad y demanda. Es decir, el ser inerme experimenta una
necesidad biológica fundamental y dependerá del Otro para satisfacerla. Este
Otro -trátese de la madre, el padre o quien esté a cargo del niño- fiador del
lenguaje y sujeto de la palabra, transformará esta necesidad en demanda. Lacan
dirá que esta última es aquello que “pasa”, “lo admitido”, “lo aprobado”, “lo concedido”
o “lo introducido en”. No obstante, la dialéctica se complejiza porque algo de
lo que estaba destinado a pasar no lo hace; pero sí se advierte que dejará potentes
huellas e instalará un circuito insistente. De manera que, en ese más allá de
la demanda, hay una pérdida que es estructural y primordial que Lacan
conceptualiza como objeto a y que causa el deseo.
Se insistirá entonces, en el efecto
desnaturalizador del lenguaje sobre el sujeto como idea rectora para pensar su
constitución. Asimismo, esta afirmación se asienta en que no hay una
correspondencia unívoca entre significante y significado -como está planteado
en la fórmula saussureana-, sino un significante que se enlaza a otros
conformando cadenas y que por efecto retroactivo genera sentido. Hay pues, un
continuo deslizamiento que resultará de todas formas inacabado.
Siguiendo
esta lógica, el vínculo del sujeto con el Otro con mayúscula y el otro
semejante, aún suponga y por sobretodo intercambios relacionados con el amor; está
signado por el desencuentro (casi) permanente. En consecuencia, el deseo
quedará alienado por y en el Otro e igualmente enmascarado a través de la
palabra. Es por ello que se lo define en términos de falta y de deseo de deseo
de Otro.
Sabemos
también, que hay un más allá del deseo de la madre que el niño podrá alcanzar sólo
si interviene un mediador y que está encarnado en el padre simbólico de la
Metáfora Paterna. Dicha operación será ejecutada sobre el significante del
deseo por excelencia, el falo. En suma, si este es el rumbo -incluso con las
singularidades de la historia de cada cual-; en el hombre y en la mujer
-reparando en los matices para cada uno de los sexos- , se tratará de ser el
falo (correspondiente al primer momento del Complejo de Edipo) para luego
aceptar tenerlo o no tenerlo (correspondiente a la declinación del Complejo de
Edipo). Únicamente reconociendo al Otro como castrado -tachado-, el sujeto
podrá tolerar que él también lo está. Los avatares de la castración, indica
Lacan, es asumir a fin de cuentas el deseo genital. En resumen, asistimos a un
deseo que en este trayecto, se ha transformado; ha progresado, evolucionado y
madurado.
Hasta
aquí, un raconto de cómo se juega el deseo en la neurosis. Paso siguiente, se
particularizará su presencia en la histeria y en la neurosis obsesiva.
En
la primera, su punto de apoyo es el deseo del Otro. Se resalta que es por medio
de la identificación, que el histérico reconoce el deseo del Otro para
adoptarlo como propio. Aquél le es indispensable para mantener vigente su deseo
revestido de cierta ajenidad y como tal, enigmático. Por añadidura, se las
arreglará para que su deseo permanezca insatisfecho, porque de otro modo,
caduca.
En
la segunda, por el contrario se antepondrá su deseo por sobre todo. Esto es, su
deseo más allá de su demanda y más allá de un Otro que es negado.
Sucede
que el obsesivo experimentó una prematura defusión de los instintos de vida y
muerte y por este motivo el Otro es percibido como su rival. De ahí que echará
mano a los mecanismos defensa corrientes en esta estructura para anular la
existencia del deseo del Otro que es, como ya se ha destacado, su deseo. Es en
otras palabras un deseo prohibido, que cuando amenaza con desvanecerse el
sujeto se las arregla para que aquél subsista.
Por
último, trátese de uno u otro cuadro clínico, conocemos por Freud que el deseo
aparece en los sueños, los síntomas y las fantasías. Es interpretando este
material y cómo se presenta significante del deseo -en los diferentes momentos
que hace su aparición- que Lacan insta a trabajar en el Seminario 5.