Lacan dicta su conferencia “Psicoanálisis y cibernética, o de la naturaleza del lenguaje” el 22 de junio de 1955, en medio de su segundo seminario. En su afán de no repetirse —lema de su ética—, se puede inferir que la conferencia fue preparada durante el seminario y se verifica que fue comentada después en su seno. Se inscribe en una serie de conferencias, pero parece que Lacan dicta la suya en el mismo sitio del seminario, pues interpela a aquellos que “vienen habitualmente a escucharme los miércoles” (no que van), para sumarlos al agradecimiento que le hace a Jean Delay, quien no sólo inaugura la serie y está presente, sino que ha dado al seminario un lugar.
Psicoanálisis y ciencia
Lacan tiene en mente una puesta en relación psicoanálisis/ciencias humanas[1], para lo cual usa el tema de la cibernética cuya enunciación formal por parte del ingeniero Norbert Wiener tiene apenas diez años, en ese momento. Pero no retoma en la charla lo que deslumbra a todos: las máquinas, sus realizaciones maravillosas; retoma más bien su lógica… que ya no es del interés de todos y que sí puede serlo para los interesados en darle un sólido respaldo teórico al psicoanálisis. Psicoanálisis y cibernética serían técnicas, órdenes de pensamiento, ciencias… con un eje común —el lenguaje— que permite esclarecerlas respectivamente. No disputa sobre si el psicoanálisis es ciencia o no; le importa, más bien, su lugar en ese campo.
Lacan viene trabajando en el seminario el asunto del juego de par o impar, aparentemente fuera del ámbito del psicoanálisis. Sin embargo, asuntos como ése (y como el de la física newtoniana) los recrea allí en pos de algo que permita no degradar la clínica. En su momento, ve caminos degradantes para la clínica y hace un esfuerzo por encontrar un camino riguroso. Quien no vea relación entre los juegos y la clínica analítica, o entre Newton y la clínica, al menos no podrá negar que se trata de teorías rigurosas. La teoría psicoanalítica del momento, sin embargo, no cumple el requisito mínimo de ser rigurosa. Lacan no sólo intenta hacer una lectura juiciosa de Freud (en este segundo seminario está leyendo los textos freudianos sobre el “yo”), sino que está buscando soportes rigurosos en la ciencia para darle al psicoanálisis el lugar que merece entrelas ciencias.
La teoría de los juegos, por ejemplo, no se queda en la idea de que hay azar, sino que busca leyes, razones, detrás de lo que parece inaccesible a la razón. La clínica analítica no es “al azar” (en el sentido de algo que no se pueda conocer), pero ciertos rasgos la emparentan con los juegos. En todo caso, nada quiere dejar al campo de lo “inefable”, de lo “iniciático”. No es fácil el esfuerzo de Lacan, pues a la vez que debe estar a la altura del psicoanálisis, debe estar también a la altura de las otras disciplinas que trae a cuento. Por eso vemos en el seminario una serie de discusiones, a veces de tono subido. Los analistas de la época, pero también los expertos en otras disciplinas que se acercaban, con frecuencia no aceptan este terreno de complejidad y dificultad teórica. Por ejemplo, cita a alguien que le reclamó, en nombre del determinismo, “querer suprimir el azar”.
Azar y determinismo
Pues bien, azar y determinismo tienen todo que ver con nuestro tema de lo real y sus enigmas. Escoge entonces Lacan una versión de la idea de ‘azar’ para mostrar la relación: al decir que algo sucede “por azar”, decimos que fue “sin intención”o que hay en ello una ley. Ahora bien, para el determinismo, nada sucede sin causa, pero es una causa sin intención. O sea, lo real es lo constituido según una ley que excluye la intención.
¿Se proponía Lacan reintroducir el determinismo en el juego de par o impar? Es importante resaltar que la naturaleza de lo real se ha diversificado durante nuestra estancia en el planeta. Es lo que está en la palestra cuando pregunta por“el determinismo que nosotros, analistas, suponemos en la raíz misma de nuestra técnica”. O sea: cuál es el estatuto de nuestro objeto. Vamos a verlo despacio, pero la discusión sobre lo real no puede eludir estos asuntos. Por lo pronto, la teoría del juego, aunque tiene sus antecedentes en el siglo XIX, nace propiamente como disciplina en el siglo XX.
Si aplicamos todas estas posibilidades de lo real, podrían ser un tanto confusas algunas bases de la conferencia. Cuando dice que a su interlocutor le parecía exagerado introducir el determinismo en el juego de cara o cruz, que eso haría imposible un verdadero determinismo, parece estarse refiriendo a una idea de azar como indeterminación. En una de las charlas anteriores decíamos que los físicos diferencian entre azar (con minúscula) y Azar (con mayúscula). El primero es aquel que atribuimos a una falta de control de las variables en juego; cuando vemos al tramposo ubicando los dados en cierta posición en sus manos antes de lanzarlos, es evidente que, para él —y para cualquiera—, en el lance de dados no hay indeterminación, sino incapacidad nuestra para controlar todas las variables comprometidas; de poderlas controlar, sabríamos en qué va a caer el dado, pues intervienen variables determinísticas: peso, rozamiento, altura, velocidad… Por algo se espera que, cuando el anfitrión dice “¡Giran las ruedas!”, los encargados darán un impulso a la rueda Fichet suficientemente fuerte como para que podamos pensar que para ellos es incalculable en qué número va a parar y, entonces, nos sometemos a ese “azar”. Parece ser que el interlocutor de Lacan piensa que el determinismo se opone a este azar, de manera que no podemos meter determinismo en la lotería, en los dados, en el lanzamiento de la moneda. Pero hoy podemos pensar en una máquina que controle esas variables y prediga en cada caso si saldrá cara o sello. La trampa ayuda a develar los mecanismos; por ejemplo, han detectado el siguiente fraude en los casinos: un programa que regula de manera imperceptible la pérdida de velocidad de la ruleta que, al final, caerá indefectiblemente en el número previsto, ante nuestra grosera impresión de que se ha detenido en ese número de manera azarosa.
Juego y decisión
Otra cosa es aquello a lo que se refiere Lacan, que es el juego en tanto decisión: “La teoría de juegos es un área de la matemática aplicada que utiliza modelos para estudiar interacciones en estructuras formalizadas de incentivos y llevar a cabo procesos de decisión”. A esta escala cobra sentido el robot recién programado en el Japón que nunca pierde en el juego de “Piedra, papel o tijera”; pero no se trata de una máquina que aplique la teoría de juegos (que afronte la decisión), sino una máquina determinística y tramposa: cuando el contendor humano toma su decisión, adopta en la mano una postura que la máquina percibe y, entonces, responde con la contraria un instante después, imperceptible para el jugador. Vemos como si se tratara de un dominio de la decisión del otro, cuando en realidad se trata de un dominio determinístico una vez tomada la decisión.
Entonces, ¿qué determinismo suponen los analistas en la raíz de la técnica? La asociación libre produce la aparente paradoja de que intencionalmente —es decir, sin azar—el analizante se acerque cuanto sea posible al azar… y todo porque en ese azar estaría operando el determinismo inconsciente, que es lo que nos interesa; mientras que en el “control” de lo que se dice, en realidad estaría operando el determinismo de la represión. Pero no es de este ABC, que no necesitó la cibernética, de lo que se trata. Lacan se da una vuelta por las ciencias exactas, a las que sitúa no mucho antes que, ni independientes de, las ciencias conjeturales (aunque las primeras hayan eclipsado a las segundas).
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Lacan se pregunta si conciernen a lo real las ciencias exactas. Pero, para eso, es necesario antes decir qué es lo real. Según él, ¡la opinión de los hombres al respecto no ha cambiado mucho! Por eso, de entrada, desmiente la posición según la cual los niños y los hombres “primitivos” (y los locos, agregamos nosotros) evadirían lo real. Luego plantea una serie de escansiones al respecto, que desglosaremos por razones explícitas, y a las que añadimos una última escansión:
1. Antes de las ciencias exactas, el hombre ya pensaba que lo real es lo que volvemos a encontrar en el mismo lugar.
2. Para las ciencias exactas, lo real es lo que acude a la cita que el hombre le pone con ayuda de sus instrumentos precisos (real determinístico).
3. La ciencia reduce lo real a unas cuantas letritas.
4. Hay un real en la combinación de los lugares en cuanto vacíos (lo cual deja otro real por fuera).
5. Hay un real estocástico, no determinístico.
0. Una genealogía psicologizante del pensamiento humano —que oímos por doquier—plantea ingenuamente que el hombre experimentó una época animista, antropomórfica, en la que el pensamiento se creía omnipotente y vivía en sueños, así como los niños estarían alucinados por sus deseos. Para Lacan, la noción de “infancia de la humanidad” no corresponde a algo histórico, es un mito contrario a la observación. Pese a que nadie está libre de pensamientos animistas, el hombre no ha sido tan tonto como para sentarse solamente a esperar respuestas humanas de lo real. Llevaba a cabo las ceremonias para que hubiera cosecha, pero eso no lo eximía de sembrar (no en vano, la sabiduría popular dice “¡Aténgase a la Virgen y no corra!”, para advertir que hay que poner algo, no todo lo pone la Virgen). Así, lo real no es aquello que supuestamente evaden los niños o los hombres “primitivos”; y, podríamos agregar: lo real tampoco es aquello de lo que están enajenados los psicóticos, pues el psiquiatra cree poseer la realidad y entonces se autoriza para echarla de menos en el loco.
1. Antes de que hubiera ciencias exactas, el hombre ya pensaba que lo real es lo que volvemos a encontrar en el mismo lugar, en el punto debido, hayamos estado ahí o no: en la misma época del año, a la misma hora de la noche, siempre esperamos tal planeta en tal constelación. Si lo real se ha movido, lo buscamos en otra parte e indagamos por qué se perturbó (“salvar las apariencias”). El cielo—antes que la tierra— es el punto de referencia por excelencia: el mapa celeste se confeccionó antes que el mapa terrestre.
Durante mucho tiempo, el hombre creyó conservar ese orden con ayuda de sus ritos y ceremonias. Si no participaba de esa forma ordenada, lo real se alteraría, aunque no se iba a desvanecer... no eran tan tontos. No pretendían hacer la ley, sino ser indispensables para su permanencia. Pero el tozudo volver al mismo punto de lo real ayudó a disuadir al hombre de que sus acciones tenían que ver con ese orden. De tal forma, esta antigua convicción ya no es social: Freud nos dice que ahora pertenece a la neurosis. Pero tampoco los neuróticos son tontos: durante una emergencia, dice Freud, los obsesivos omiten sus rituales.
De sacerdote de la naturaleza, el hombre pasa a ser su esclavo… pero para gobernarla, obedeciéndole.
2. Esta perspectiva —bajo la función de lo real como lo que vuelve al mismo sitio—hizo posible la llamada “ciencia exacta”. Se trata de una postura determinística que va a tener su máxima expresión en la mecánica newtoniana. El orden de la ciencia nace cuando el hombre piensa que la naturaleza funciona sola, incluso cuando él no se encuentra ahí. Cierto respeto se hace innecesario y ahora podemos torturar a la naturaleza para arrancarle sus secretos: macerar, pulverizar, hervir, quemar, disolver, etc. Es una época en la que se busca la causa de la muerte dentro del cuerpo, mediante una autopsia.
Que la naturaleza acuda exactamente a la cita que el hombre le da requiere, no sólo una idea de exactitud, sino también una confrontación entre dos medidas: la que escande el reloj natural (el sistema solar) y la del pequeño reloj humano. El hombre descifró la regularidad de los astros —paso decisivo hacia la ciencia exacta—, y elaboró un pequeño reloj, a escala, para confrontar la llegada de la naturaleza. Relojes ha habido desde siempre, pero no tan precisos como este discurso requería; la llamada ciencia exacta está atada a la precisión, que comienza con el reloj riguroso de Huyghens (1659).
Según Lacan, este proceso tuvo lugar cuando en el seno del aparato mismo dominamos el tiempo que le correspondía naturalmente —la relación espacio-tiempo propia de la aceleración de la gravedad que lo afecta—, mediante la fabricación de un péndulo isócrono. Es una hipótesis encarnada en un instrumento —en esto, Lacan coincide con Bachelard— cuyo funcionamiento la confirma. Luego fue preciso regularlo según una unidad de tiempo, tomada de lo real, de algo que vuelva por algún lado al mismo lugar: el día sideral que no controlamos. Medimos el tiempo con tiempo (con movimiento, para ser más exactos). El instrumento fundamentó la exactitud de las ciencias exactas.
La naturaleza siempre responde a las citas de la ciencia… cuando no viene, no reconocemos haberla llamado. Ahora bien, estas operaciones siempre han dejado restos que es necesario conceptualizar, sobre todo porque son operativos.
3. Por esta vía, la ciencia exacta llega a resumirse en un pequeño número de símbolos. El movimiento, en tanto real, terminamos por reducirlo, bajo nuestra exigencia de que todo sea expresado en términos de materia y movimiento (tiempo). Newton y Einstein crean sistemas que se resumen en un jueguito simbólico que poco tiene que ver con lo real. La ciencia reduce lo real a unas cuantas letritas, a un paquetito de fórmulas. ¿Y el excedente?
Después podremos preguntarnos si lo real es ese paquete de fórmulas: El universo está escrito en caracteres matemáticos (Galileo). El asunto es que ahora esas letritas no resumen lo “descubierto”,sino que empiezan a hablar ellas mismas… y ahora hay que moverse a producir lo que ellas plantean.
Entre la exactitud y el rigor de Kepler, por un lado, y las fórmulas de Newton, hay la distancia existente entre el ejemplo y la definición.
4. Simultáneamente a la configuración de la ciencia exacta, hubo un interés por los lugares en cuanto vacíos. Es una versión sistémica, cibernética, de lo real. La cibernética, dice Lacan, “es un dominio de fronteras sumamente indeterminadas” y, efectivamente, se lo concibe como un estudio interdisciplinario de la estructura de los sistemas reguladores. Está dispersa en varias esferas de racionalización: política, teoría de los juegos, de la comunicación y de la información. ‘Cibernética’ tiene la misma etimología que‘gobierno’, y apunta a la regulación automática. Nació de trabajos de ingenieros para eliminar ruido (por ejemplo, redundancia) en la trasmisión de información, pero tiene antecedentes en la búsqueda de la significación del azar, que coincide con la formación de lo que Lacan propone llamar ciencias conjeturales. Situada así, la cibernética encuentra su punto de origen en Pascal y desarrollos en Condorcet, con su teoría de los votos y las coaliciones.
El cálculo de probabilidades (no del Azar) es correlativo al nacimiento de la ciencia. El triángulo aritmético que se le atribuye a Pascal tiene milenios: en Irán es conocido como el triángulo Khayyam, en China como el triángulo Yang Hui, etc.; algunas de sus propiedades ya eran conocidas y admitidas, pero fue Pascal quien las demostró científicamente en 1654. Estamos bajo la égida de la demostración. Al posibilitar el cálculo de probabilidades, el triángulo permite hallar, por ejemplo, lo que un jugador puede esperar en determinado momento de la partida. O sea, son evaluables las posibilidades del encuentro. Se trata del lugar, y de lo que llega o no a él; algo que puede ser equivalente a su propia inexistencia.
Así, la ciencia de lo que vuelve a encontrarse en el mismo lugar es sustituida —dice Lacan, aunque no hay que ser tan extremistas— por la ciencia de la combinación de los lugares como tales. Esto, en un registro en el que la jugada es una escansión. Gracias a los números y su ciencia, nace la ciencia combinatoria. Al mundo aparentemente confuso y accidental de los símbolos le subyace un sistema ordenable mediante la correlación presencia/ausencia. Las leyes de esta correlación instaurarán un orden binario que desemboca en la cibernética. No lo dice Lacan, pero esto resuena con el significante, salvo que de una manera más formalizada.
El hombre se halla concernido por esta ciencia de las combinaciones del encuentro escandido. Y no es casual que tenga que ver con los juegos de azar. La economía, las coaliciones, los monopolios, la guerra... desprendidos de cualquier real (de las mercancías, de los muertos), se pueden considerar juegos con coordinación intersubjetiva. Pero, ¿también en el juego de azar?; el asunto toca con el azar del inconsciente, pues ahí el sujeto prueba su suerte, lee su destino: allí algo le parece propio, sin tener a alguien enfrente.
5. También hay un real estocástico (del que no habla Lacan en esta oportunidad). Es el Azar con mayúscula y podría ser una de las versiones de la introducción del desorden de lo real). Tenemos un buen ejemplo en la termodinámica. Decimos que, a medida que hacemos presión sobre un gas, aumenta su temperatura. Ahora bien, el aumento de la temperatura es un asunto de la energía cinética de las moléculas del gas. ¿Estaremos, entonces, ante un asunto de azar (con minúscula), es decir, ante nuestra imposibilidad de establecer lo que sucede a escala de las moléculas? ¿O estamos ante un hecho determinístico, en el sentido de que cada molécula del gas, ante la presión, aumenta su energía cinética? No. Lo que ocurre en la interacción entre las moléculas es aleatorio. Ahora bien, hay un promedio estadístico de ese Azar, al punto que podemos hacer la afirmación inicial (la temperatura es directamente proporcional a la presión), pese a que esa ley no se cumple para muchos de los casos específicos de interacción molecular.
Puertología y cibernética
El hombre —como el canalla— escribió en las murallas, imaginó cosas que se escribían solas, marcó sitios por donde pasaban la luz o las sombras proyectadas por el sol. Pero los símbolos, sumergidos en lo real, se reducen a su marcación, si no se les da vuelo. La puerta, por ejemplo, se puede tomar como algo real: a construir, a derribar, pesada, clausurada; o como algo simbólico: límite ambiguo entre interior y exterior, entre dar y negar, lugar de acecho por ambos lados, disimetría entre apertura y cierre.
La ciencia de la conjetura cibernetizó la puerta: abierta, regula el acceso, número 1; cerrada, cierra el circuito, número 0. Se trata de la puerta que tiene que estar abierta y después cerrada, y después abierta, y después cerrada…gracias al circuito eléctrico. Así se engendran las escansiones sobre las cuales se van a inscribir acciones ordenadas por montajes arbitrarios. Es este arreglo el que permite a las calculadoras hacer una serie de operaciones que creíamos exclusivas de nuestro pensamiento… pero no es que la máquina piense: nosotros la hicimos y ella piensa lo que se le dijo que pensara. Más bien al contrario: al hacer una operación, nosotros tampoco pensamos, sino que seguimos los mismos mecanismos que la máquina.
Cualquier cosa pueda escribirse en términos de 0 y 1. Cuando eso funciona en lo real, independientemente de toda subjetividad, hay cibernética. Si abierto es 1 y cerrado es 0, veamos los siguientes casos en los que se programa, a capricho, que una tercera puerta estará abierta o cerrada, según la posición de las dos puertas precedentes:
La tercera puerta estará abierta si…
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al menos una precedente lo está
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las dos puertas están abiertas
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lo está una sola de las dos
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Al encarnar en lo real este 0 y este 1 —notación de la presencia y de la ausencia—según un ritmo, una escansión, algo ha pasado a lo real… pero no es que la máquina piense.
La cadena de combinaciones posibles del encuentro puede ser estudiada como un orden que subsiste rigurosamente, con independencia de toda subjetividad. Con la cibernética, el símbolo se encarna en un aparato, pero no se confunde con él, pues el aparato sólo es su soporte. Se encarna en él de manera trans-subjetiva, dice Lacan.
Cibernética y mensaje
Llamamos mensaje a algo que siempre tiene un sentido. En cibernética es simplemente una serie de 0 y 1. La unidad de información, es decir, ese algo por el cual se mide la eficacia de la serie, se vincula con el “teclado”, que no es más que la alternativa.
En este sistema de símbolos, el mensaje es tomado en la banal combinación del encuentro, sobre la base de una escansión unificada, es decir, de un 1 que es la escansión misma.
Y la información es diferenciación de nivel: en la fórmula 2, debo tener las dos jugadas positivas para ganar. Así, al comienzo hay una esperanza de 1/4. Si la primera jugada es negativa, no queda posibilidad alguna; si es positiva, hay una posibilidad sobre dos, 1/2. O sea: en las posibilidades se produce una diferenciación de nivel. En el cálculo de posibilidades, a medida que la información crece, la desnivelación se diferencia.
El lenguaje también se ordena así, también necesita una sintaxis. Estos cuadros son una sintaxis, y por eso podemos hacerles efectuar operaciones lógicas a las máquinas. En esta perspectiva, la sintaxis es anterior a la semántica. La cibernética es una ciencia de la sintaxis; gracias a ella nos damos cuenta de que las ciencias exactas no hacen otra cosa que enlazar lo real a una sintaxis.
Entonces, ¿qué es la semántica de las lenguas concretas, en la que aparecen ambigüedad, contenido emocional, sentido humano? ¿Está poblada por el deseo? Para gran parte de las cosas nosotros aportamos el sentido. Pero, ¿lo que circula en la máquina no tiene sentido? El mensaje es una serie de signos, sí, pero orientados. Para funcionar según una sintaxis, la máquina requiere un determinado sentido. Y “máquina” no es simplemente la cajita: cuando escribimos las transformaciones de los pequeños 1 y 0, también se trata de una producción orientada. Así, no es riguroso decir que es el deseo humano el que introduce el sentido. De la máquina sale lo que esperamos de ella; no tanto lo que nos interesa como lo que hemos previsto. Se detiene allí donde lo determinamos, ahí donde se leería cierto resultado.
El sistema descansa en la noción de posibilidad, es decir, en cierta espera pura, que ya es un sentido. En este nivel, verdadero y falso ya están concernidos, pues los fallos de sintaxis engendran errores, mientras que los fallos de programación engendran falsedad.
El sujeto que se dirige al analista tiene un discurso impuro, pero no sólo a causa de fallos de sintaxis. Sacar algo válido del discurso humano no es una cuestión de lógica. Detrás de este discurso, que tiene su sentido, el analista busca el sentido en la función simbólica que a través de él se manifiesta.
Simbólico vs. imaginario
No se puede eliminar el papel de lo imaginario en la función simbólica. Los primeros símbolos, tomados de imágenes prevalentes (el cuerpo, el sol, la luna, etc.), confieren su vibración emocional al lenguaje humano. Este imaginario no es homogéneo con lo simbólico. Pero se pervertiría el psicoanálisis si se lo redujera a valorizar estos temas imaginarios, a coaptar del sujeto a un objeto privilegiado, prevalente, que da el módulo de la llamada “relación de objeto”.
La cibernética pone de manifiesto la diferencia entre simbólico e imaginario: no puede traducir las funciones de Gestalt. La buena forma en la naturaleza es mala forma en lo simbólico.
El círculo es una buena forma que está en la naturaleza. Pero en la naturalezano hay rueda (cicloide), la inventó el hombre.No hay cicloide en lo imaginario: es un descubrimiento de lo simbólico. Así, la cicloide puede ser hecha en una máquina cibernética, pero da una dificultad muy grande hacer responder un círculo a un círculo a través del diálogo de dos máquinas.
La inercia imaginaria enturbia el discurso del sujeto: cuando le deseo el bien a alguien, le deseo el mal; cuando lo amo, es a mí mismo a quien amo; cuando creo amarme, amo a otro. El ejercicio dialéctico del análisis disipa esta confusión imaginaria, restituye al discurso su sentido de discurso.
Una cosa es analizar bajo la primacía de lo imaginario, donde lo simbólico es el fantasma en segundo grado de las coaptaciones imaginarias; y otra bajo la primacía de lo simbólico que, no obstante, no elimina lo imaginario.
A través de la historia, los sentidos se acumulan en el lastre de la semántica. Pero el análisis a) no sigue al sujeto en el sentido que ha conferido a su discurso por el hecho de saber que hace psicoanálisis y que éste tiene normas. b) No lo alienta a portarse bien, a llegar a una madurez instintiva. c) No ajusta, no rectifica, no normaliza sus imágenes fundamentales… Más bien libera el sentido en el discurso, en esa continuación del discurso universal en que el sujeto está embarcado. En la perspectiva freudiana, el análisis no busca lo inefable, sino el efecto de que el hombre no es el amo del lenguaje, sino que está arrojado a él, apresado en su engranaje.
Se pensaría que el orden de precedencias, la organización jerárquica de la ciudad…determinarían la antelación del ordinal. Pero los números cardinales aparecieron antes que los ordinales. El sujeto se integra a algo donde ya reinan las combinaciones. El paso de la naturaleza a la cultura obedece a las mismas combinaciones matemáticas que servirán para clasificar y explicar: las “estructuras elementales del parentesco” (Lévi-Strauss). Sin saber matemáticas, el ser del hombre está comprometido en la procesión de los números, en un primitivo simbolismo que se distingue de las representaciones imaginarias.
En medio de esto, algo del hombre —que está reprimido— tiene que hacerse reconocer. Lo que en una máquina no llega a tiempo, simplemente cae, no reivindica nada, no existe. En el hombre, en cambio, la escansión tiene vida, y lo que no llegó a tiempo (por efecto de la represión) permanece suspendido, está siempre ahí, insistiendo, y demanda ser. La relación fundamental del hombre con ese orden simbólico es precisamente aquella que funda el orden simbólico mismo: la relación del no-ser con el ser.
Lo que insiste para ser satisfecho no puede ser satisfecho sino en el reconocimiento. El final del proceso simbólico es que el no-ser llegue a ser, que sea porque ha hablado.
[1] A las que propone llamar “conjeturales”, pues aunque no considera que ‘humanas’sea un término inadecuado —pues se trata de la acción humana—, sí le parece impreciso, impregnado de ecos confusos, provenientes de “ciencias seudoiniciáticas”.