domingo, 16 de septiembre de 2012

Política y psicoanálisis: perspectivas

Laura Arciniegas Sánchez

Para introducir la cuestión de una posible articulación entre política y psicoanálisis es necesario plantear por lo menos dos perspectivas. Una subraya el lugar posible del psicoanálisis en el mundo contemporáneo, donde el orden simbólico no es más lo que era. Aquí se trataría del lugar político del psicoanálisis en el mundo. La otra, ubica en sí misma la política propia del psicoanálisis, es decir la que hace a los fines del psicoanálisis: tanto a la finalidad como a la terminación, es decir al Pase.


La primera no es posible sin la segunda, pues solo en tanto haya analista, capaz de hacer valer en cada momento, en cada lugar y en cada contingencia el valor ético de su presencia en el mundo, siempre un poco “a contracorriente”, será posible que el psicoanálisis como práctica ética, como discurso, continúe su presencia de manera renovada. Es ella, la política del psicoanálisis la que orientará la construcción de nuevos lazos, alianzas, acciones y actos para hacer del psicoanálisis una práctica posible en este siglo XXI. Tener en cuenta los datos exteriores al mundo psicoanalítico, se hace hoy más necesario, pues se trata ahora del porvenir, de las posibilidades del psicoanálisis en el mundo. El discurso analítico no puede desconocer su estado, ni el alcance de los discursos imperantes, con los que tiene que vérselas en cada época.

Que haya analista, deseo del analista, posibilitará un trabajo en cada lugar, en cada contexto particular para asegurar esa presencia, una que cada vez reclama para hacerse más visible y más audible, pero también para aportar algo a eso que llamamos el mundo contemporáneo. En este sentido, se trata de subrayar la dimensión de las acciones y los actos del analista encaminados a ese fin. Dichos actos, se ubican en un lugar y un espacio determinados, por lo que se requiere considerar que la práctica que se orienta en dicha ética requiere, sin duda, de un espacio civil que permita la pregunta, la libertad de pensamiento, de expresión. Se trata también de velar y propender porque haya las condiciones materiales para esa práctica.


En el texto “Política y psicoanálisis” , texto de referencia principal de este escrito, Miller propone las coordenadas para analizar dicha articulación y subraya la paradoja de la cual hay que partir. Se trata, con el psicoanálisis, de una ética ejercida en sentido opuesto a lo masivo, a lo colectivo, aún cuando se desarrolla en lo social. Dicha ética se orienta en la restitución de la singularidad, de lo incomparable, de lo más propio de cada ser hablante y ello, por la vía que va del síntoma al sinthome. Para ir en esa vía se hace necesario recorrer el camino que va justamente contra las identificaciones, los ideales y los significantes amos, que comandan la vida del sujeto.


Por su parte, la política se orienta justamente en los ideales, las utopías de los sistemas, y procede por identificación a los significantes amos con los que busca atrapar y orientar las acciones del grupo social y de los sujetos que la conforman. He aquí la paradoja de la cual partimos.

 

1. El psicoanálisis, reverso de la política

Se ubica en esta perspectiva un primer planteamiento de Lacan según el cual “el psicoanálisis es el reverso de la política”(1), ya que como se ha planteado, va justamente en contravía de las identificaciones, a las que busca deshacer e interrogar profundamente. Mientras la política busca producir semejantes, grupos, colectividades, y allí está su fuerza, el psicoanálisis apunta a producir la diferencia absoluta, en eso encuentra su lugar y sus posibilidades transformadoras.


2. El inconsciente es la política

Entonces ¿cómo entender la tesis según la cual “el inconsciente es la política”? ¿qué significa? Para orientarnos Miller plantea que ello implica situar al inconsciente en una dimensión transindividual, es decir, se trata de entender que “el inconsciente de un sujeto está estructuralmente coordinado con el discurso del Otro. Ese sujeto no tiene otra realidad, más que la de ser supuesto por los significantes de ese discurso que lo identifican y lo vehiculizan”(2). En otras palabras, el inconsciente se produce en una relación, y en ese sentido es un proceso social, incluye al Otro, como el chiste, pero más aún, como toda formación del inconsciente.

La dimensión política del Otro, “reduce su función a la del significante amo que captura al sujeto y lo consagra a un trabajo, cuyo goce le es robado”(3). Esta no es otra que la estructura del discurso del amo que es también la del inconsciente.


En ese contexto el planteamiento de Miller toma toda su dimensión: “Si el hombre es un animal político es porque es un ser parlante y hablado --un “parlêtre”--,decía Lacan, sujeto del inconsciente, lo que lo consagra a recibir del Otro los significantes que lo dominan, lo representan, y lo desnaturalizan, apagando en él el goce del animal que se le debe suponer, pero del que no se sabe nada, salvo el que se puede entrever en el animal doméstico. Produciéndose un suplemento, ese “plus-de-goce” que hace eco a la plusvalía, y del que toda la cuestión es saber dónde ocurre, en qué lugar, en qué dimensión y quién se lo apropia”(4).

Anudado al discurso del amo, se trata ahora de la política y sus relaciones con el sujeto del Inconsciente. Sujeto que recibe de otro, del discurso que circula en el universo, las palabras que han de dominar su existencia, en tanto lo representan. De allí la falsa antinomia entre lo que sería lo individual y lo social, pues de entrada, para el sujeto humano un otro está ya implicado.

 

3. El psicoanálisis, una ética

“[…] Hay una política del deseo, aunque sea porque la política juega con las identificaciones, y no hay identificaciones que no sostengan a un deseo. Es en ese sentido que el psicoanálisis, él no es una política, sino una ética que se ejerce en sentido contrario”(5).

Develado su carácter subversivo, en tanto su práctica destituye al sujeto de su dominio imaginario, y lo orienta en la vía del deseo y del goce que descubre que lo habita, como el real en juego; el psicoanálisis se plantea finalmente como una ética, cuyo acto apunta a la producción de la diferencia absoluta, léase, a la forma única y singular que un sujeto armó ante el agujero fundamental del “no hay relación sexual” en los seres hablantes.


Se trata ahora de la política propia del psicoanálisis: de sus fines y finalidades. Sin ese objeto analista, que sabe, por su propio proceso analítico, de la forma como ese Otro ha orientado sus acciones y sus decisiones en la vida, no sería posible hacer existir y dar a conocer esa ética, la de las consecuencias, la de los actos, que incluyen, ya no sólo el ámbito personal, y más familiar, sino el de su comunidad, su Escuela, su ciudad, su país.


El deseo, recordemos, es un asunto de horizonte, el que nos permita ubicar el lugar posible del psicoanálisis en el mundo. La ética, no de las intenciones, sino de las consecuencias, releva y descubre el lugar del deseo y más específicamente el deseo del analista.


El devenir analistas. También aquí la orientación lacaniana pone su énfasis en que no es por la vía de la práctica clínica como se deviene analista. No es analizando a otros como se deviene analista. Es por la vía del análisis propio, llevado hasta su final, que el deseo del analista surge, que se produce como algo inédito. No hay otra vía más fundamental que la de analizar y elaborar la relación con el inconsciente propio. Incluso, cuando ya se ha llegado a su fin…eso continúa.


En su presentación del tema de las Jornadas de la ECF en el 2009 tituladas ¿Cómo se deviene analista en los inicios del siglo XXI?, Miller subraya justamente esta orientación. Elige en primera instancia el“devenir” analista al “ser” analista, y ello por el carácter que pretende subrayar: la posición de continuar con el trabajo de analizante, aun cuando ya se haya hecho un final. El AE (Analista de la Escuela) no es otra cosa que alguien que está en condiciones de continuar solo, su trabajo de analizante. “Es continuar sin que sea necesario que el sujeto supuesto saber esté soportado, encarnado por alguien a quien le pagan. Es seguir, si puedo decirlo así, en una relación directa con el sujeto supuesto saber...la mediación que se propone es la Escuela...No se sabría ser analista sin ser analizante. Y no se sabría ser analizante sin transferencia”(6).


Concebida la política del psicoanálisis, la que se dirige a lo singular como resultado de la operación analítica, se trata entonces de cómo operar con ella. Un principio orientador es el que plantea al respecto Miller al decir: “Su mayor principio, y posiblemente el único, es la autonomía del discurso analítico, que mantiene su diferencia absoluta con los otros discursos. Es bueno todo lo que preserva y alimenta esta autonomía, es malo todo lo que la mella, la corroe, la arruina”(7).


El deseo inédito que, en últimas, es lo que constituye al psicoanalista, es con lo que ha de operar en cada circunstancia, en cada ocasión, en cada momento en que se ponga en peligro la autonomía, es decir, lo más propio del discurso analítico. Esta consideración es válida tanto para el interior de la institución analítica, como para su actuar más allá de ella.


Citas

1. J.-A. Miller, “Lacan y la Política”, Psicoanálisis y Política, Grama, Buenos Aires, 2004, p. 21.
2. Ibid., p. 22
3. Ibid., p. 23
4. Ibid., p. 23, 24
5. Ibid., p. 35
6. J.-A. Miller, “Presentación del tema de las Jornadas de la ECF 2009: Cómo se deviene analista en los inicios del siglo XXI”. Publicado en medios virtuales de la AMP.
7. J.-A. Miller, “Perspectiva de política lacaniana”, Freudiana No. 55, Paidós, España, 2009, p. 91